29 abril 2013

Nido vacío



Es la segunda vez que me equivoco en esta pasada, a pesar de que mis dedos, algo retorcidos por la artrosis, todavía no son demasiado torpes. Debe ser la luz menguante del atardecer lo que me inquieta y me hace perder la concentración, la señal de que el día termina y se comprime el tiempo que necesito para terminar todas las labores de la casa. Quiero dejarlo todo preparado antes de que termine este domingo, así que pronto abandonaré el jersey que estoy tejiendo para Lucrecia, la muñeca de porcelana de piel tan blanca.


Aparte de ella, tengo otras dos, sentadas en el sofá. Elena es una Nancy clásica, de piel algo más tostada y rostro menos fino, pero con un punto más moderno, que me encanta. Y Sofía es un bebé sin apenas pelo y brazos gordezuelos, que llora si la agitas bruscamente.

Esa diferencia de edad entre las tres me complica mucho la elaboración de la cena. Aunque Sofía se conforme con un biberón, Elena me da muchos más problemas para comer. A Lucrecia, en cambio, cualquier cosa le gusta e incluso tengo que vigilar que no se coma lo de las otras.

Cuando termine la cena, les prepararé la ropa para mañana. Toda la que llevan se la he ido tejiendo yo, con lana o algodón, para la estación en la que estemos . Cuesta trabajo, pero es una satisfacción ver lo cómodas que van con la ropa que confecciona su madre.

Después las mandaré a dormir. Sofía me pedirá bracito al poco de dejarla en la cuna y las mayores fingirán alguna dolencia para que les haga caso. La misma canción todas las noches.

Finalmente se dormirán. Yo llegaré agotada a la cama y apenas aguantaré un par de páginas del libro que estoy leyendo. Eso si no me llama alguno de mis hijos, los reales, para preguntarme cómo me encuentro y si necesito algo. No les puedo decir que es a ellos a quienes echo en falta y que me gustaría que no estuvieran tan lejos; así que tendré que inventarme, a mi vez, algún que otro malestar que les inquiete algo, aunque sólo sea para provocar otra llamada al día siguiente.

Les repetiré que tienen sus camas dispuestas y los armarios vacíos para cuando quieran venir y quedarse unos días; pero lo cierto es que, desde hace unos meses, sus habitaciones están ocupadas por mis nuevas niñas, que nunca me abandonarán.


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26 abril 2013

El canto del cisne




Algunas parejas, lo sé de buena tinta, acometen un gran gasto o emprenden algún proyecto de gran envergadura, poco antes de separarse. Llámese cambiar la cocina, comprar una nueva casa o  adoptar un niño.

Es una especie de canto de cisne, una venda que nos ponemos para negar la evidencia. Simulamos que todo puede volver a ser como fue hace algún tiempo, aunque sepamos que no es así, que lo nuestro ya no tiene arreglo.

Debo decir, aunque sólo sea para los románticos empedernidos, que conozco un par de parejas que han resucitado gracias a ese canto agónico. Dos no son multitud, pero se acerca bastante.

Todos sabemos que este blog está muerto. Llevo cerca de un año sin publicar nada nuevo aquí. Sin apenas visitar los vuestros. No sé si me apetece continuar, pero son muchos años los que llevo en esto, cerca de ocho, y no quisiera irme sin intentarlo de nuevo.

Así que he decidido tirar de billetera y derrochar lo último que me queda. De perdidos, al río. Me quedan diez cartuchos en la recámara y después, posiblemente, pondré el cañón del revólver en la boca y dispararé.

O quizá no. ¿Quién sabe?



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