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19 febrero 2010

La lista negra


Santiago palideció por un instante, pero reaccionó en seguida abalanzándose sobre Paco. Sin embargo, éste lo estaba esperando y tuvo tiempo de apartarse. Su enemigo perdió el equilibrio al no encontrar el cuerpo esperado, el cuerpo vencido hacia adelante, y Paco aprovechó esa inercia acompañando el movimiento con su mano, para estrellar la cabeza de su contrincante contra el panel. Santiago quedó inconsciente y cayó pesadamente al suelo con los brazos extendidos, las mangas del traje subidas. En la muñeca izquierda relucía un reloj de oro. En la derecha, una sencilla pulsera de plata.

A Paco le llamó la atención ese objeto, en el que parpadeaba sin fuerza un pequeño led verde. Se la quitó, y en el reverso un reloj marcaba una siniestra marcha atrás. Quedaban algo menos de quince minutos. La brigada debía estar al caer. Haciendo acopio de toda su entereza, se colocó la pulsera, recuperó el whisky y se sentó en una esquina, semioculto. No tuvo que esperar demasiado. Cuando la puerta se abrió, Santiago acababa de recuperar el conocimiento y se incorporaba tambaleándose.

La brigada estaba compuesta por tres androides: el verdugo, su ayudante y un médico. El primero, que parecía estar al mando, contempló la escena. Todo cuadraba según su programación: un hombre angustiado delante de él, y otro en un sillón con una pulsera, paladeando un whisky. Desenfundó la pistola láser y apuntó hacia la yugular. Una diana roja señaló el punto exacto sobre el cuello de Santiago. El presidente lanzó un grito de terror, mientras notaba que algo por dentro se rompía.

El médico se acercó un poco para realizar un radio escáner suficientemente preciso. El resultado fue positivo, el verdugo había dado en el blanco, y la muerte era cuestión de poco tiempo. Paco respondió con un gesto de asentimiento a la mirada muda del facultativo.

Paco se hubiera ahorrado los últimos minutos de su enemigo, pero no sabía cual podía ser la reacción de la brigada, pues probablemente tendría orden de no abandonar la estancia sin certificar la muerte del ejecutado. Tuvo que soportar la lenta agonía de un hombre que nunca había sabido perder. Cuando salieron los hombres, apenas quedaba un minuto en la cuenta atrás. Apuró el trago de whisky y pensó: ¿ahora qué?

Al minuto exacto se encontró en una gran estancia, sentado a una gran mesa de caoba. Enfrente tenía otra pantalla similar a la de su última morada. Tenía el fondo negro, y unas grandes letras grises destacaban. Se fijó bien, era la lista negra.

Ordenados por horas y minutos, estaban todos los fallecidos del día. Su nombre aparecía en el último renglón, y un interrogante solicitaba la causa de su muerte. Seleccionó la opción adecuada y pulsó la confirmación. A continuación, pidió ser teletransportado a una isla paradisiaca.

Un mundo sin presidente amaneció como si tal cosa al día siguiente. Probablemente nadie repararía en ello hasta la convocatoria de las siguientes elecciones. En el primer noticiario de la mañana, la lista negra corría por la parte inferior de las pantallas. Juan Garcés, virus 315; Antonio Benavente, fallo cardíaco; Andrew Morton, ejecución sumarísima; Carla Stepanek, síndrome 213; Francisco Miñambres, accidente.

FIN


16 febrero 2010

Últimas voluntades


Santiago se tomó unos segundos para contestar, lo que puso en guardia a Paco. Sabía de antemano que tendría que analizar con mucha atención lo que quisiera contarle.

- Miguel, claro. Debía de haberlo imaginado. Se me olvidaba que una vez fuisteis amigos. Te sorprendería saber lo que decía de ti cuando no estabas delante.

Paco frunció el ceño y apretó los dientes. La rabia le subía del estómago a la boca. Cerró los puños dispuesto a abalanzarse sobre aquel hombre, pero reaccionó a tiempo. Aquel individuo iba a hacer lo imposible por sacarlo de sus casillas. No debía caer en la provocación.

- Hace ya mucho tiempo de eso. Después prefirió otras compañías más gratas, supongo. Como la tuya. Imaginaba que sabrías algo de él, tú que tanto gozaste de su amistad.

- Miguel tenía una idea muy particular de la amistad. Yo gocé de sus favores, que, por cierto, le devolví con intereses, pero a la hora de la verdad no supo estar a la altura.

- Ya imagino. Por eso murió, ¿no? Cuando ya no fue útil, te lo quitaste de encima. ¿Me equivoco?

- Sí. Te equivocas. No tienes ni idea de lo que pasó. Miguel era mi mano derecha, mi hombre de confianza. Con él llegué a lo más alto, y lo apreciaba. Aunque no me creas, él era para mí un amigo, quizá mi único amigo. Me ayudó a subir, es cierto, y yo se lo recompensé con creces, con cargos de mucha responsabilidad, con poder, con prestigio, con dinero. Pero él siempre quería más...

- ¿Y?

Santiago se tomó un respiro antes de contestar. Sentía que estaba contando demasiado. Desvió un poco la mirada de su interlocutor y respondió:

- Lo tuve que relevar de sus puestos. Le busqué un retiro digno, pero no lo llegó a encajar bien. Discutimos, y a partir de ahí, nos distanciamos.

Paco recordó entonces la reciente conversación con Adela Garcés. Más o menos todo cuadraba, pero había un pequeño detalle. Adela había comentado que Miguel había vuelto un día asustado y medio borracho, y que existía algo que sabía Miguel y el presidente temía. Entonces no imaginaba qué podía ser, pero ahora sabía que, al menos, Santiago Escámez tenía una razón para temer a Miguel Bermejo: su pasado en URBEXPORT.

- Os distanciasteis, y Miguel se quedó tranquilito en su casa esperando el sobre negro. ¿No esperarás que me crea eso, verdad? Con lo que sabía él...

- Importa poco lo que tú creas...

- Apuesto a que Miguel no se quedó esperando, ¿no? Imagino que te chantajeó, amenazó con largar, ¿no es cierto? Y tú no te podías permitir ese lujo. Tu carrera política arruinada, y posiblemente tus huesos en la carcel. Un destino muy duro para alguien que se siente invulnerable.

Santiago se puso rojo de ira. Por un momento parecía que iba a saltar sobre Paco, pero echó mano del temple que, sin duda, tenía y dibujó en su cara una sonrisa irónica.

- Eres muy listo, Paco. Tu problema es que siempre fuiste demasiado honrado. Demasiado gilipollas, más bien. Podías haber llegado lejos, de mi mano, pero preferiste hundirme. Miguel se pasó de listo, en cambio, y ahora está muerto. De todo aquello solamente tú y yo sabemos la verdad, y a ti te queda ya poco. En unos minutos, un pelotón te vendrá a ejecutar. No pongas esa cara, no dolerá demasiado. Duele más pensar cómo se te irá la vida. ¿Sabes? Es bastante limpio. Un pequeño impacto con una pistola láser te seccionará la yugular por dentro. Un agujero pequeño, pero suficiente. Te desangrarás poco a poco, pero sin rastro de sangre. Te marearás, te sentirás débil, serás perfectamente consciente de que te mueres, y no podrás hacer nada. ¿No es maravilloso? Y yo te veré desde una esquina, disfrutando de cada gesto de angustia, bebiéndome tu whisky, cómodamente sentado. Las instrucciones están dadas, la brigada no tardará en llegar.

Paco no pareció inmutarse demasiasdo. Como si nada le afectara, se acercó al panel y pulsó una tecla.

- ¿También vas a disfrutar al escuchar mis últimas voluntades, Santiago? Tengo tiempo de contarlo todo antes de que vengan, ¿no es cierto? Yo moriré, pero tú no tardarás mucho en venir detrás. La estafa contra el Estado es delito de alta traición, si no recuerdo mal, y el asesinato tiene también la pena máxima, si se aplican las leyes que tú mismo promoviste, ¿no te acuerdas? Dime, Santiago, ¿Por cuál de esos delitos prefieres morir?

(continuará)

14 febrero 2010

Querido Presidente


Paco se sirvió doble ración de whisky, y pegó dos largos tragos mientras trataba de pensar. Tenía la certeza de que su amigo no había muerto de forma natural. ¿Tenía algo que ver el Presidente en esa muerte?

No parecía probable. ¿Para qué iba a mancharse de esa forma el hombre más importante del país? ¿No bastaba con el ostracismo al que había condenado a su antiguo colaborador? ¿Qué fue lo que distanció a esos dos hombres? Esta última pregunta la podía contestar cualquiera de los dos.

Al contrario de lo que se podría pensar, aunque seguía sin encontrarse con ánimos de enfrentarse a Miguel, en cambio con el Presidente no ocurría lo mismo. Hasta tenía su morbo ver la cara al principal responsable del país, un lujo reservado a muy pocos, desde que la Ley Electoral de 2056 prohibiera hacer públicos los nombres y fotografías de los candidatos a las elecciones. La propaganda electoral, ordenaba la legislación, debía limitarse a la publicación de los programas de gobierno por los medios públicos designados por la Junta Electoral.

Al seleccionar la opción y recibir la pregunta de rigor, Paco se dio cuenta de que no conocía el nombre y los apellidos del Presidente, uno de tantos secretos oficiales. Contestó con el nombre oficial del cargo y esperó. La máquina pareció entrar en un bucle sin fin, el ruido de fondo aumentó, como si estuviera pensando, estupefacta, la forma de rechazar esa petición tan chirriante, tan transgresora de las estrictas pautas de seguridad. Cuando, de golpe, el procesador paró, una voz grave le sorprendió por la espalda.

- Hola, Paco. ¿Te acuerdas de mí?

Al girarse, se encontró con un hombre sonriente, más o menos de su edad, con la mano extendida, ofreciendo una confianza muy lejana de sentir por su parte, porque el rostro de aquel hombre le resultaba familiar, y era esa percepción precisamente la que lo hacía desconfiar. Conocía a ese hombre, estaba seguro, pero de algo malo.

Cuando estrechó su mano, el contacto tibio de la piel le sorprendió. Esta vez no se enfrentaba a un holograma, era el hombre en persona quien le apretaba firmemente los huesos mientras le miraba a los ojos con una sonrisa sarcástica.

- Vaya. El Presidente en persona. ¿A qué debo tanto honor? ¿Para qué correr riesgos pudiendo enviar un holograma?

- Los hologramas pueden transmitir las palabras, pero no los sentimientos, y yo tengo un especial interés en percibir los tuyos en tus últimos instantes. Quiero ver cómo termina la vida del hombre que estuvo a punto de abortar mi carrera, el único que todavía podría ponerla en peligro hoy en día. Quiero degustar el sabor amargo de la impotencia que se siente cuando se termina el plazo, y ya no se puede hacer nada. Permíteme ese desquite. No sé si me recuerdas. Nos conocimos hace tiempo. Por aquel entonces, me llamaban Santiago Escámez.

- Vaya, vaya. Santiago Escámez. Ya decía yo que esa cara me sonaba. Pero si acabo de verla hace sólo un rato. Me pregunto cómo se puede llegar de gerente de una empresa en ruinas a presidente de toda una nación.

- No sé si te gustaría saberlo. Imagino que a tu alma incorrupta le escandalizaría saber determinadas cosas. Te ahorraré ese disgusto.

- No te preocupes. Hablaba para mí mismo. Después de la colección de mentiras que contaste en el caso URBEXPORT, tampoco puedo esperar que me cuentes ahora la verdad de las miserias de tu ascenso. Me conformaría que me explicaras, con algo de sinceridad, lo que le pasó a Miguel Bermejo, si es que lo sabes. Para eso te he llamado.

(continuará)

09 febrero 2010

Lo que dijo Adela



Cuando el tiempo se acaba, la sensación de angustia precipita las decisiones. Paco, aparentemente, tenía tiempo de sobra, pero pecaba de excesiva ansiedad. Corrió al panel y pulsó la opción de hablar con alguien. Al instante una voz metalizada le ordenó:

- Nombre y apellidos de la persona con quien desea hablar.
- Adela Garcés Sánchez, respondió Miguel sin dudar.
- La persona que usted busca ha sido localizada. En breves instantes aparecerá ante usted. El tiempo de la conversación ha sido limitado a diez minutos- aclaró la máquina.

Adela Garcés era la mujer de Miguel Bermejo. La recordaba siempre sonriente, apacible, dulce. Un bálsamo. Irradiaba tanta paz que todo lo demás pasaba totalmente desapercibido. Paco nunca se preguntó por la mujer que latía debajo de esa bondad y esa sencillez externas. Tampoco imaginó sufrimiento alguno en aquella persona, siempre tan dispuesta a consolar las penas de los demás. Ahora que la tenía delante, sentía unas ganas enormes de abrazar a aquella mujer, con un solo abrazo que compensara todas las carencias anteriores. Pero tampoco eso fue posible. Al intentar abrazarla, casi se cae de cara al suelo. La Adela que veía era otro holograma.

- Perdona, Paco. No nos permiten venir en persona. Me alegro mucho de verte. No has cambiado nada desde la última vez...

Mientras Adela se detenía, pensando en aquella última vez, Paco la observó mejor. Ella sí que había cambiado. Su sonrisa era una línea muy fina, marcada por las arrugas, que maquillaba un rostro más serio, menos dulce. Había engordado bastante, y se vestía de forma descuidada, como si ya nada importara para ella. Aún así, el tono de su voz conservaba la amabilidad de siempre, y parecía sincera. Por otra parte, la imagen parecía actual, lo que daba a entender que la mujer todavía vivía. De otra forma, se le habría aparecido una similar al recuerdo que él conservaba en su imaginación.

- La última vez, Adela, estaba más muerto que vivo. Casi como ahora. No sé si lo sabes, recibí el sobre negro. Me quedan pocas horas de vida.

- No sabes cuánto lo siento. A Miguel le llegó hace unos años. Todavía recuerdo la cara de pánico que puso al recibirla.

- Miguel. ¿El sobre negro? Pero si el noticiario dijo que murió de accidente.

- ¿Eso dijo? No lo miré. Se lo llevaron muy pronto. Era joven todavía, pero había caído en desgracia. Últimamente todos le abandonaban. Sobre todo desde que el Presidente le puso la cruz.

- ¿El Presidente? ¿Tan lejos había llegado?

- Sí. Durante un tiempo perteneció al equipo del Presidente. Eran uña y carne. Después, la relación se enfrió. Miguel nunca me explicó por qué. Siempre que le preguntaba pasaba de puntillas por el tema y se escapaba con cualquier excusa. Había algún asunto oscuro, antiguo. Algo que Miguel sabía y el Presidente temía. Por lo visto fue eso lo que envenenó la relación. Un día, eso lo recuerdo muy bien, Miguel volvió a casa asustado, demacrado, diciendo cosas incoherentes. Parecía borracho, pero no había bebido. Desde entonces, todos nuestros amigos nos fueron abandonando. Cuando llegó el sobre negro, hacía meses que no entraba una carta en nuestra casa.

- Lo del sobre me sigue sin cuadrar, Adela. ¿Sabes cómo murió Miguel?

- No, claro que no. Nadie lo sabe. ¿Lo sabes tú acaso?

- No. No lo sé. Pero de accidente, sin duda, no. Algo tan premeditado como un sobre negro no puede ocultar un accidente.

Paco se arrepintió al instante de haber pronunciado esta frase. La sangre abandonó de repente la cara de Adela, y sus ojos comenzaron a brillar.

- Adela... Lo siento. No quería inquietarte. Seguro que Miguel murió de forma natural. Perdona...

Era demasiado tarde para las disculpas. Adela se tapó la cara, se giró de espaldas y, al instante, se desvaneció.


(continuará)

04 febrero 2010

Una acuarela con varias capas de pintura


Accidente. ¿Por qué esa palabra no le extrañó entonces y ahora la encontraba tan vacía, tan ambigua? Accidente a secas. Qué raro. ¿Por qué no dieron más explicaciones? ¿Accidente de tráfico, accidente laboral, accidente doméstico?

En aquel momento no quiso saber más, pero ahora que repasaba ese instante, ayudado por las imágenes, le crecía una inquietud siniestra. ¿Y si no fue un accidente? ¿Y si fue algún tipo de ajuste de cuentas?

Algo le decía que su íntimo amigo había ido demasiado lejos en el caso URBEXPORT. Y si aquello había salido bien, ¿por qué detenerse ahí? Su codicia le habría llevado a cometer mayores fechorías por las que finalmente habría pagado. O quizá fue prudente y se detuvo ahí, llegándole su fin por algún despiste al volante.

Ahora tenía medios para conocer la verdad. Bastaba con pulsar la opción adecuada del panel. Le podía preguntar incluso al mismo Miguel. ¿Sería capaz de enfrentarse a su antiguo amigo ahora que conocía su traición?

En el fondo, Paco sabía que no, pero prefería mentirse mientras agitaba los cubitos en un vaso prácticamente vacío. Inventó su excusa. ¿Sabría aquel hombre cómo y por qué había muerto? ¿Es todo el mundo consciente del momento en que nos llega la hora?

Él era sabedor de la suya, la había estado esperando, es cierto, pero no era menos cierto, que por las mismas, podría haber seguido viviendo al menos un lustro más. Su cuerpo no estaba tan desgastado, aunque su alma hacía ya demasiado que se limitaba a convivir con aquel físico empeñado en aguantar a toda costa. Por eso, cuando vio el sobre negro, no experimentó ninguna sorpresa. ¿Habría pasado lo mismo con Miguel, o le sorprendió la muerte sin sospechar siquiera que le estaba acechando? En ese caso, podría resultar inútil hablar con él.

Y si no podía ser Miguel, ¿quién? ¿Quién le podía contar la verdad? Quizá nadie. La verdad completa no siempre la conoce una sola persona. La realidad es una acuarela en la que se superponen varias capas de pintura, formando colores imposibles de plasmar en un solo trazo. Cada pincelada se ejecuta conociendo las anteriores, pero sin saber cuales serán las posteriores. Las últimas, ¿serán capaces de recordar cuales fueron las primeras? Probablemente, no.

(continuará)


02 febrero 2010

Una amistad diluida en el tiempo


URBEXPORT, S.A. Recordaba aquel caso: un presunto fraude al fisco de varios millones de euros. Aparentemente un caso clásico de doble facturación, gastos declarados varias veces e ingresos no contabilizados. Pero había algo más. Paco lo había detectado por pura casualidad, al percatarse de un paso de mercancías no declarado en la aduana.

Aquella empresa funcionaba de forma bastante irregular, y resultó sencillo detectar un montón de ilegalidades. En las transacciones ficticias aparecían varias empresas fantasma, ligadas a personajes importantes de la política y los negocios. En el informe que presentó a sus superiores se detallaban los pasos que se debía dar para demostrar el fraude y encausar a los responsables, entre los que Santiago Escámez quedaba bastante mal parado.

Pero entonces llegó su depresión, el oscuro pozo del que tardó un par de meses en salir. Cuando volvió a su puesto, nada se había hecho como él había recomendado. Los registros se habían realizado sin orden judicial. El sumario se instruyó mal, no se admitieron casi ninguna de las pruebas, y el escándalo incipiente se zanjó con un lavado en la prensa de la honorabilidad de los presuntos culpables. Ahora empezaba a comprender por qué.

A Miguel dejó de verlo al poco tiempo. Lo ascendieron y fue trasladado a otra ciudad. Las malas lenguas decían que el puesto lo había obtenido medrando en las alturas del ministerio, pero él no quiso creer todas esas calumnias.

No le reprochó que poco a poco se fueran distanciando, a pesar de sus esfuerzos por mantener el contacto. Le dejó ir sin una queja, como si éstas, las quejas, fueran a manchar el lienzo de una amistad inmaculada.

Se enteró de su muerte casi de casualidad. Su nombre le extrañó en la anodina lista del obituario que diariamente publicaba el Estado en todos los medios de información, y que él miraba por encima, después de repasar los titulares de las noticias. La causa de la muerte parecía explicar lo prematuro de la misma: accidente.


(continuará)

26 enero 2010

Un sobre de otro color


Miguel Bermejo Sánchez, compañero prácticamente invisible hasta la muerte de Elisa, se convirtió en amigo inseparable de Paco de la noche a la mañana.

En la imagen detenida se le veía abrazándole en uno de esos días en que su mundo se venía abajo, hundido en la mesa, con una pila de papeles que rozaba el techo. Veía como se le estiraba el bigote en una forzada sonrisa, las palmadas en su espalda mientras se dejaba vencer sobre la mesa, empapando las mangas con el caudal incesante de sus lágrimas. ¡Qué gran amigo había sido Miguel! ¡Cómo le había arropado en los peores momentos! Decidió pasar más despacio esa escena, ahora que las lágrimas ya se habían secado.

Los recuerdos son una forma más de manipular la realidad, de alterarla según nuestra conveniencia. A Paco le interesaba conservar intacta la imagen del compañero leal, el único amigo de los últimos tiempos, como prueba de una gratitud ilimitada. Por eso le costó comprender lo que estaba sucediendo de verdad mientras cerraba los ojos sobre la mesa, atento tan sólo al consuelo de las palabras dulces de Miguel.

Pero atendiendo a la imagen se veía algo bien distinto. Mientras su amigo, con una mano, acercaba el pañuelo a su cara, con la otra separaba un expediente del montón, y después lo entregaba a alguien.

¿A quién? La persona que sonreía junto a la puerta se parecía mucho a Santiago Escámez, entonces gerente de la empresa URBEXPORT, S.A., que le entregaba a cambio del expediente robado, un abultado sobre cerrado.

(continuará)


20 enero 2010

Nubes y claros. Felicidad fuertemente racheada


Elisa se convirtió, de la noche a la mañana, en el único referente de la vida de Paco. Todo en ella le asombraba: la vitalidad excesiva que desgastaba su cuerpo débil, la determinación inflexible apenas disimulada por sus estudiados ademanes dulces, el amargo sarcasmo dosificado en su justa medida, inyectado siempre donde más podía doler, y la rebelión silenciosa, constante, contra todo y contra todos.

Esa eterna protesta terminó alejándolos, primero de su familia, y después de la de ella. Ahora podía ver nítidamente Paco, en la pantalla, el rostro de decepción de sus padres, cada vez que ellos les retaban, saltándose el rígido guión.

El último salto fue el inesperado embarazo y el consiguiente aborto. Eso les costó el destierro definitivo. Buscaron un lugar con mar, una puerta permanente hacia otros mundos. Cuando se asomaron a esa inmensidad azul, un día luminoso de invierno, creyeron que habían vuelto a nacer. Posiblemente, reconocía ahora Paco, ese había sido el día más feliz de sus vidas.

Esos momentos felices, que sucedían siempre al final de una etapa o al principio de la siguiente, no solían durar demasiado. Eso lo sabía de sobra Paco, que meditaba saltar el episodio que venía a continuación. ¿Para qué recrearse en la tristeza de Elisa, en su soledad, en la frustrante búsqueda de la maternidad? ¿Qué sentido tenía volver a ver su impotencia, su incapacidad de hacer feliz a aquella mujer?

Aceleró el reproductor, pero quiso detenerse en uno de esos momentos de dicha momentánea: el brillo de los ojos de Elisa cuando le dijo que estaba embarazada. Y después volvió a acelerar para no ver cómo ese brillo se apagaba, cómo su cuerpo frágil se debilitaba, empeñado en una lucha demasiado exigente, hasta llegar al parto totalmente extenuado.

Si hubiera parado el reproductor en aquel maldito día, en aquel maldito hospital, ¿hubiera importado? En pocas horas de amarga espera perdió todo lo que amaba, y lo que hubiera amado; y sin embargo, Paco continuó acumulando días, volviendo hojas del almanaque, alternando etapas de indiferencia y depresión.

Llegado a este punto, el reproductor siguió corriendo, y el whisky bajando, mientras la mente de aquel hombre estaba en cualquier sitio menos en la pantalla. En una de las escasas ocasiones en que su vista se posó sobre esa fría superficie , un rostro le hizo detener la imagen de golpe. Era el de Miguel.

(continuará)


17 enero 2010

La vida antes de Elisa


La etapa de la infancia la pasó deprisa en el reproductor. No se reconocía en ese niño tristón y exigente, siempre buscando un pero a todo lo que sucedía a su alrededor, nunca conforme con nada.

Se detuvo más en la adolescencia y la primera juventud, buscando esos puntos de ruptura de su personalidad, irreconocibles después de tantos años. Ahora podía verlos con claridad. Le hacía gracia comprobar cómo pequeñas desobediencias con sus padres tenían entonces categoría de grandes batallas libradas frente a un poder tiránico e injusto, y cómo cada uno de esos pequeños pasos le iban modificando su personalidad, matizando sus rasgos y hasta se podría decir que enderezando su columna vertebral.

Eso es lo que hizo, ponerse muy tieso, el día que conoció a Elisa. Casi en posición de firmes. El pecho ligeramente salido y mirando al frente, justo a la izquierda de donde estaba ella. Elisa, tras comprobar que no existía nada destacable a su lado, empezó a interesarse por aquel chico tan estático, se tomó como un reto personal conseguir que tan inflexible dureza se deshiciera ante su presencia. No tardó demasiado en lograrlo.




(continuará)

13 enero 2010

Barajando algunas opciones



Terminada la explicación, la mujer tembló, se difuminó, y desapareció como la otra.

Un sonoro clic anunció que la puerta quedaba herméticamente cerrada, como pronto comprobó Paco. Tras un breve pero intenso forcejeo con la palanca, no tuvo más remedio que rendirse ante la evidencia de que no iba a salir con vida de esas cuatro paredes.

Pensó que lo asimilaría mejor con un whisky entre las manos, y apretó el botón correspondiente. Al instante, se abrió una portezuela mostrando un vaso con líquido amarillento, valorado en varias decenas de euros en cualquier restaurante de cierta consideración. Pegó un trago y le sentó bien.

Con doce horas por delante, tenía tiempo para casi todo, y muchas de las actividades ofrecidas le atraían, pero especialmente la del repaso de su vida, consecuencia, sin duda, del carácter apocado y melancólico, que había dominado la mayoría de los episodios de su existencia.






(continuará)

14 diciembre 2009

Un panel de tres filas


La nueva acompañante estaba cortada con el mismo patrón que la anterior. Le llamó por su nombre y apellidos. A continuación, subieron por el ascensor hasta la segunda planta. La decoración aquí era más cálida, con abundancia de tonos naranja, ocres, verdes y luz amarillenta. Vistosas alfombras cubrían el suelo, y las paredes estaban tapizadas en buena parte de su superficie. Varios espejos, bien distribuidos, proporcionaban la amplitud que restaba la abundante presencia de muebles recargados.

La habitación se encontraba a mitad pasillo. Antes de entrar, la chica le confiscó el reloj y el teléfono.

- No le es conveniente saber el tiempo real que le queda. Podría obsesionarse. Relájese y disfrute. Ahora, solamente piense en el placer.

A la izquierda, tal y como le habían anunciado, se encontraba el panel con las instrucciones; pero la secretaria se las recordó de todos modos.

En la fila de arriba están los placeres más terrenales, los más solicitados: comida, bebida, sexo. De todos los tipos. Puede degustar manjares o comida casera, probar los licores más selectos o beber un simple vaso de agua. Puede practicar sexo con mujeres, hombres, animales, o las combinaciones que quiera. Le sorprendería la gente que desea satisfacer sus más ocultas fantasías sexuales en sus últimas horas.

En la segunda fila tiene otro tipo de placeres, digamos, menos primitivos: una extensa biblioteca, la mejor selección de películas de cine, espectáculos deportivos, y un repertorio musical amplísimo. Puede pedir lo que desee, y lo serviremos de inmediato. Si no está en nuestro catálogo, lo localizaremos y podrá disfrutar de él en pocos minutos.

En la última fila están las opciones mágicas. A la izquierda, la película de su vida, con varias velocidades posibles. Puede usted verla en pocos segundos o en varias horas, puede parar, rebobinar, ralentizar, lo que desee, hasta prácticamente su último instante. En el centro, tiene la posibilidad de conversar con quien le apetezca, tanto si está vivo como si no. Podrá volver a charlar con viejas amistades, o saber cómo pensaban personajes históricos. ¿No es fascinante? En la casilla de la derecha queda la última oportunidad de comunicarse con el mundo. Podrá escribir una carta de despedida, modificar su testamento, jugarse toda su fortuna al póker, o realizar una última compra de acciones. También debe utilizar ese canal para comunicarse con nosotros.

(continuará)
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08 diciembre 2009

La Casa del Último Aliento


La Casa del Último Aliento no estaba mal. Todo muy limpio, fríamente decorado, con elegancia neutra. Mármol blanco, unas pocas plantas, algunos cuadros de paisajes dulces.

La secretaria iba a juego con el local. Guapa, discreta, amable; pero sin contrastes: sin un lunar junto a la boca, unas pestañas rizadas, unas cejas finamente dibujadas, o unas uñas largas bien pintadas. Sin nada, al fin y al cabo, que permitiera soñar en algo interesante detrás de tanta aséptica corrección.

- Déjeme el pulgar, Don Francisco, por favor- le dijo, mientras miraba atenta a una brillante pantalla de plasma.

- Veamos- señaló con las gafas. Le quedan alrededor de doce horas, diez minutos arriba, o abajo. Su habitación es la 215. Enseguida una compañera le acompañará al sitio y le leerá las instrucciones, aunque toda la información se puede consultar en la pantalla táctil que verá nada más entrar, a la izquierda. ¿Alguna duda?

- Sí. ¿Puedo saber de qué voy a morir?

- No, me tendrá que perdonar. No nos está permitido dar esa información- afirmó la chica con un timbre metálico.

Acto seguido, la joven empezó a temblar, perdió color y desapareció, por lo que Paco dedujo que la Casa no era de la máxima categoría. Las mejores utilizaban humanos, y no cutres holografías 3D para la atención de los moribundos.

(continuará)

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03 diciembre 2009

El sobre negro


A Paco Miñambres, funcionario de Aduanas jubilado, no le sorprendió la llegada del sobre negro a su casa. De hecho, llevaba algunos días esperándolo.

Pero ahora que lo tenía delante, no se animaba a abrirlo, como si retrasar la apertura fuera a demorar el fatídico resultado. Él sabía que no, pero necesitaba un tiempo para asimilar la noticia, que no por el hecho de ser esperada, era deseada.

El sobre negro, por si alguien lo ignora, es el mensaje del Estado que comunica a cada contribuyente la llegada de su muerte, avisándote con aproximadamente una semana de antelación, para que puedas organizar tus últimas voluntades, despedirte de los más allegados, y si has sido un buen ciudadano, hasta puedes disfrutar tus últimas horas en una Casa del Último Aliento, lugar donde dejas este mundo disfrutando de grandes comodidades.

Paco tenía un expediente sin tacha, y esperaba que la ingrata Administración le premiara tantos años de esfuerzo y sinsabores frente a una triste valla, decorada tan sólo por una gruesa capa de evasión y fraude.

Paco era un optimista.
(continuará)

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