Averiguar quien era la mujer que me estaba anudando la corbata era tarea poco menos que imposible ahora que mi padre descansaba dos metros bajo tierra. No me quedaba ningún pariente vivo más, así que ya podía estar horas mirando aquella vieja foto de la primera comunión. La devolví al cajón y me eché a dormir.
Olvidé aquella imagen por un tiempo, pero un día rebuscando entre los viejos papeles de mi padre encontré otra instantánea de aquella señora. Continué buscando por toda la casa. Dentro de la caja fuerte me esperaba una sorpresa todavía mayor: un album de fotos en el que ambos pasaban por la vicaría.
Todavía me preguntaba qué demonios quería decir aquello cuando sonó el timbre. Tras la puerta aguardaba un hombre trajeado con un espantoso nudo italiano en la corbata. Reconocí en su cara mis propios gestos, mis arrugas algo más marcadas, y mi frente mucho más despejada.
Hice pasar a mi hermano al salón. Tenía muchas preguntas que hacerle y algunos objetos que devolver: el album de fotos de sus padres, el traje de la primera comunión, y quien sabe si la mitad del suelo que estaba pisando.
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