Hace mucho tiempo, en un lugar de la galaxia...
De vez en cuando, me tropiezo con
Nuria. Parecen encuentros casuales, aunque es posible que obedezcan a
alguna desconocida ley de la estadística, encargada de reunir a los
solitarios crónicos cada vez que la vida nos altera los largos
periodos de estabilidad anodina. Es decir, por algún misterioso
motivo aparece Nuria algo después de que a mí me haya pasado algo o
de que a ella se le haya torcido algún paso.
A menudo, antes de vernos, los dos ya
sabemos las novedades del otro. Así que la conversación gira
alrededor de temas intrascendentes, hasta que se produce el silencio
incómodo en el que ambos nos planteamos si deberíamos contarnos lo
que ya sabemos por otros.
Es un pequeño instante que suele
terminar con una carcajada común. A veces, es ella la que empieza.
Otras, soy yo. Antes de dar el paso incómodo de comunicar las malas
noticias, los dos preferimos refugiarnos en un tiempo pasado, en el
interior de una pequeña tienda de comestibles del Pirineo francés.
Viajar hacia las estanterías repletas de productos de nombres
extraños, rememorar las ganas de probarlo todo, de aceptar de buen
grado sabores nuevos. Volver a situarnos frente a ese pequeño plato,
junto a la puerta, con unos extraños cachitos de color marrón en
forma de luna menguante. Nuestras miradas que se cruzan fugazmente y
los dedos de uno -no recuerdo quién- que se lanzan hacia uno de esos
manjares. Los del otro, que siguen sin pensar ese primer impulso.
En ocasiones, mientras recuerdo la
escena, me ha dado por contar el tiempo que transcurrió entre la
primera mirada curiosa, nada más observar el plato, y las de asco y
vergüenza, tras comprobar que lo que nos acabábamos de llevar a la
boca eran los restos de algún queso exquisito degustado por otros
comensales, a juzgar de los pocos restos que habían quedado en las
cortezas. Uno, dos, tres, cuatro segundos. Más o menos lo mismo que
duran los silencios cómplices.
-.-
Juanjo, me ha gustado tu relato, muy original y fnal sorprendente, lo del silencio incómodo es algo muy habitual,
ResponderEliminarMuchas gracias, seas quien seas.
EliminarUn silencio cómplice que oculta otras interioridades no confesadas. Ya me dirás, si no, cómo va a comerse uno los restos dejados por otros comensales. Un abrazo, querido amigo.
ResponderEliminarUn poco despistado sí que hay que ir, jajaja. Un abrazo, Isabel.
EliminarEstos dos solitarios se aman. Quizás no lo sepan o no les convenga saberlo.
ResponderEliminarSaludos!!!
Interesante reflexión, aunque yo creo que si amas a alguien, lo sabes, por mucho que te lo quieras negar. No es el caso de esta historia. Un saludo, Sonia.
EliminarJuanjo que bonito!!! Hay que arreglar lo de esos silencios incómodos, por cierto fui yo la que se lanzo a por los trozos de queso y tu me seguiste sin pensarlo, aun me pongo roja cuando lo pienso.
EliminarQuizás amen más su libertad. Aunque probablemente será lo que tú dices, son tus personajes, los conoces más que yo ;)
ResponderEliminaramigos que tal vez quisieran ser otra cosa
ResponderEliminarpero no se puede obligar al corazón y si no surge no hay nada que hacer.
pero sigue siendo bonito que aún esté ahí, el uno para el otro...
y para rellenar los silencios no hay nada mejor que la cruda verdad.
biquiños,
Cada vez me gusta más la idea de la amistad por la amistad, sin otras pretensiones. Besos.
Eliminar