Escrito para el Viernes creativo. La imagen es de Eric Johansson
No tengo costumbre de dejar un vaso lleno de agua encima de la mesita, a pesar de que me levanto siempre con sed a mitad noche. Si lo hiciera, podría interrumpir el sueño lo mínimo posible y no abandonar la calidez del cuarto.
Pero los sueños no siempre son plácidos y la sequedad de la boca sabe más a desasosiego que a calor de edredón. La habitación es, a menudo, el escenario de una posguerra nuclear, en la que las paredes callan crímenes terribles y el polvo del suelo es sospechoso de ser vida calcinada.
Necesito salir y demostrarme a mí mismo que hay alguien ahí fuera, que no todo se ha perdido, pero el pasillo es más de lo mismo: naturaleza muerta, edificios vacíos, sobre las paredes; la luz amarilla, que no deja de ser un sucedáneo amargo de un sol extinguido.
Por suerte, sobre el banco de la cocina siempre hay una jarra de agua y un vaso junto a ella, como preparado por alguien para mí; un reloj que muestra el avance de las horas, el resplandor del faro de un coche que recorre la avenida.
Apuro de un trago el vaso y me lleno otro para el viaje de vuelta. Lo dejo en la mesita, junto a la lámpara. Me fijo otra vez en el suelo y ha crecido la yerba. Ya dentro de las sábanas, apago la luz y desaparecen las paredes. En el cielo brillan un montón de estrellas con planetas como el nuestro. Otros mundos llenos de seres buenos dispuestos a salvarnos, que deben estar de camino ahora mismo. Alguien me susurra al oído unas palabras que no entiendo.
Pienso que debería tener siempre a mi lado un vaso lleno de agua, que no sé por qué me cuesta tanto cambiar de hábitos.
-.-
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