Me da a mí que este minotauro está muy toreao, afirma el diestro. Y que tampoco está tan buena la princesa.
Todo son excusas baratas, ahora que, por fin, hemos llegado al final del laberinto. Los sherpas dicen que sin aumento de paga, no nos enseñan el camino de vuelta; el médico, que no se ha traído nada para las heridas de asta de toro; el administrativo, que nos hemos pasado de presupuesto. Y al torero, ya lo habéis oído.
Es cierto que la chica no tiene el mejor aspecto, pero debe llevar ya varios días en la misma posición, y disimula mal que bien cuando llegan las visitas. No ayuda nada el tauro, nada afeitado, que sólo hace que resoplar y resoplar.
El artista, que tengo a mi lado, acostumbrado a cuernos menos puntiagudos y retorcidos, se embute la montera y se emboza tras la capa, de forma que sólo se le ven ese par de luceros negros asustados que tiene por ojos. Me mira de reojo.
- No lo veo claro, jefe. Si quiere le presento a una prima que tengo en Sevilla.
-.-
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