23 abril 2009

La resurrección de la ira


A mi San Jorge particular, el dragón le resucita de vez en cuando.

Esa bestia, que vive en mi interior, tiene un aliento con alto índice de octano, inflamable con una pequeña chispa encendida alrededor. Por esa razón, mi boca escupe un fuego altamente destructor cuando menos te lo esperas.

En el momento en que el santo se embute en la armadura, calza espuelas y blande su bruñida espada, mi alma ha pedido ya la declaración de zona catastrófica; pero no es tarde, pues el acero destruirá de nuevo las entrañas de la fiera, para devolverme una calma diferente.

Terminada la batalla, el guerrero permanecerá en guardia durante varias jornadas, hasta que la paz prolongada lo duerma en un placentero sueño del que, de nuevo, despertará al instante.



Para todos los Jorges, en especial para mi hijo.

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14 abril 2009

Pancho



- ¿Dónde está el perro?

- Ahí, donde siempre. No se ha movido desde que murió el abuelo.

A esta tarde de luto invernal sólo le faltan el brasero y la telenovela para completar un escenario típico de posguerra; pero son otros tiempos, la casa tiene calefacción central y en las ondas la actualidad manda.

Ahora, las noticias están llegando a su fin y el locutor repite las agraciadas seis cifras con estúpida claridad. Pancho alza las orejas, recoge un papel de la mesa y se va meneando el rabo.

- ¿Y el perro?

- Ni idea. ¿Has visto la primitiva?


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03 abril 2009

Viernes de Pasión


Lola - Pablo Picasso

La Lola de mi infancia fue mi primera novia, un cándido proyecto de esposa, una promesa de Dolores incumplida.

En mi juventud tuve -y todavía conservo- por amiga a una Lola auténtica, tanto, que precedía ese nombre al eterno acompañamiento de María. Tenía largos los rizos rubios, un café siempre delante y una silla cerca, y me consta que con el paso del tiempo ha procurado conservar esas compañías.

Apenas tuve tiempo de conocer a otra Lola anciana, que nos dejó sus dolores una noche de San Juan. Su hija, con la que tuve bastante más trato, compartía nombre, aunque parecía renegar de él, como si de esta forma huyera de su significado. Se hizo llamar Maruja, Maruja la de Lola.

La suerte no me ha permitido conocer Lolitas ni Lolines, dos alteraciones de la misma especie totalmente contrapuestas. Tampoco se me presentó una María Dolores como la del bolero, aunque he conocido mujeres así con otros nombres.

Podría excitar mi imaginación con Lolas futuras, pero no deseo reservar geometrías definidas para ellas. Si algo quiero pedir para las que vengan más adelante es lo que las une a su onomástica: la pasión. Eso sí, a ser posible, sin clavos, latigazos, ni sangre en los ojos.

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Dedicado a todas las María Dolores, Dolores, Lolitas, Lolas y derivados, y en especial a las mías.



31 marzo 2009

Alma en pena



Cerré la puerta sin hacer ruido. No quise que nadie se despertara, aún sabiendo de sobra que en aquella casa no se dormía. Urgía abandonar aquel lugar con la mayor discreción. Me sentía un extraño allí.

Quizá fuera porque ya no quedaba nadie vivo a quien asustar, o tal vez fuera que, en el fondo, siempre he sido un fantasma tímido.

Ahora vago por los arrabales en busca de morada nueva y los que me ven me llaman alma en pena.

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27 marzo 2009

Joyas de quita y pon



La insignia que ella siempre lucía antes de que los bombardeos acabasen con él era una cruz gamada de oro puro con un pequeño diamante incrustado en el centro. A Elena le resultó mucho más sencillo desprenderse de su amante que de la maldita joya: bastó una cita en el cuartel general de las SS a la hora programada y los aviones hicieron el resto.

Mientras caía la tormenta de plomo sobre París, ella encontraba abrigo en los brazos de un joven oficial de la Resistencia, dentro de un refugio antiaéreo denso de esperanza y miedo.

A la mañana siguiente, con el cielo ya despejado de muerte y nubes, sacó a pasear su nuevo anillo de brillantes cerca del edificio en ruinas donde yacía su antiguo hombre, y, al igual que el resto de los felices viandantes, no dudó en escupir sobre los negros cimientos todavía humeantes del local.

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04 marzo 2009

La saliva del perro de Pàvlov



Querida Montse:

No te extrañará que te escriba, sabes que me gusta compartir contigo mis inquietudes y esta es la forma en que mejor me expreso. No se me escapa que son excepcionales las veces que me lees, pero te recomiendo que esta vez lo hagas, aunque atenderme no entre en tu atiborrada agenda. Este texto será probablemente lo último que te escriba y pretende ser un resumen de los meses vividos contigo.

Nada más entrar en mi vida impusiste una estricta liturgia que ordenaba cada uno de nuestros actos sin dejar un hueco mínimo para la improvisación. Los actos ordenados, meticulosos, exactos, que fuiste introduciendo poco a poco, tenían siempre la recompensa del éxtasis más absoluto cuando eran correctamente ejecutados. La sofisticada combinación de placeres con la que me premiabas compensaba sobradamente el humillante preludio por el que necesariamente tenía que pasar.

Pero llegó el día en que decidiste terminar con esa sabrosa zarzuela para mis sentidos y continuaste exigiendo, sin embargo, el absurdo procedimiento para obtenerla. Recuerdo que me sentí como un niño al que arrebatan de golpe su mejor juguete.

Durante un tiempo seguí esperando. Cada día ponía más cuidado en ejecutar con mayor precisión cada uno de los movimientos que componían la repugnante coreografía de tu capricho, esperando siempre el regalo con la amarga sensación de haber cometido algún indetectable fallo. El premio, por supuesto, nunca venía. Tampoco ninguna explicación.

Nadie se asombrará si digo que con el tiempo dejé de esperar. Ahora, ya seca la saliva del perro de Pàvlov, tu sofisticada representación suena a la letanía de un rosario murmurado entre dientes, y tu imponente figura recuerda la de un pirata borracho saltando sobre la santabárbara de un barco en llamas.

Cuando leas esta carta comprueba que ya sólo ella te pertenece. He vendido todas tus pertenencias y sacado todo el dinero del banco. Me llevo lo que precisas, y lo que no, está ordenado por tamaños y colores en sus correspondientes cajones, como a ti te gusta. A las 10 en punto no tendrás la cena hoy, como acostumbras. Tampoco dejaré la llave del gas cerrada. Es más, he dejado abierto un quemador de la cocina y la puerta cerrada.

Espero que tengas la suficiente paciencia esta vez de terminar de leer lo que te escribo y no entres fumando a saquear la nevera. Son dos cosas tuyas que siempre me han molestado.


Hasta nunca.


El perro de Pàvlov

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