Del fascinante viaje de los Reyes Magos nos han llegado más incógnitas que hechos realmente comprobados. Historiadores de la época y modernos investigadores coinciden únicamente en la existencia de una aventura, entre esotérica y científica, de una comitiva de personas de diferentes procedencias, razas y religiones, persiguiendo unos extraños signos celestes que les condujeron finalmente a la recóndita aldea de Belén.
Si eran científicos, magos, reyes o misteriosos alquimistas parece ser lo de menos, como también parece importar poco sus lugares de origen y los objetivos que les impulsaron a emprender tan largo trayecto.
La leyenda, más que la historia, ha reducido a tres los personajes principales de este viaje, pero no está escrito en ningún sitio que el número exacto fuera ese. De hecho, algunos testamentos apócrifos hablan de un cuarto rey, un viajero enigmático, engullido por las fauces del olvido.
Ese cuarto sabio pudo ser un niño, y su nombre, escrito en lenguas perdidas, se podría traducir como Inocencio.
En su personalidad destacaba un apetito insaciable por el conocimiento, combinado con la necesidad constante de diversión, propia de su edad y difícilmente compatible con la aburrida metodología de sus compañeros de ruta.
Las leyendas no aclaran la edad del niño y dudan hasta del sexo de la criatura, pero parecen coincidir en el hecho de la abrupta desaparición del camino. Al parecer, el rey Inocencio, o la reina Inocencia, se extravió con todo su alegre séquito, cuando comprendió la verdadera naturaleza de sus acompañantes, a una edad comprendida entre los 6 y 10 años. No se sabe si consiguió terminar el viaje, ni cuál era el regalo que destinaba al niño Jesús, pero parece claro que el mundo de los adultos serios, circunspectos y serviles que lo acompañaban, no cuadraba con su forma llana de concebir la vida.
Los testigos, compañeros de ruta del infante, lo recuerdan como una presencia lejana y agradable, como un sueño dulce y placentero del que despiertan todas las mañanas del 6 de Enero, cuando calculan, a ojo de buen cubero, cuanto dinero habrán costado los regalos depositados debajo del árbol de Navidad.
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