La foto es de Caras Ionut. Escrito para los Viernes creativos del blog Escribe fino, de Fernando Vicente.
Cuando cae la tarde, la niebla procedente del río espesa la atmósfera, anticipando la noche. Antes de que eso ocurra, me fumo el último y de paso descanso. Me quedará otra media hora antes de volver a casa. Después del amago de infarto, llevo a rajatabla la dieta baja en sal y el paseo diario; pero no consigo dejar el tabaco.
La vida me está robando muchos de sus alicientes, me digo, mientras ella pasea alrededor de mí burlándose. En el tiempo que estoy sentado, han pasado varias parejas abrazadas por el frío. Después, un muchacho me ha dejado las flores y se ha marchado cabeceando. Son tulipanes rojos, los mismos que le regalaba a Teresa en cada aniversario.
Podría llevarlos a casa y ponerlos en un búcaro, como hacía ella o arrojarlos a la papelera, pero lamento que hayan sido cortados para nada. Todo debería tener una utilidad, medito, aunque yo sienta que ya no tengo ninguna. En casa me esperan verduras hervidas y jarrones vacíos. Las sábanas frías de una cama demasiado grande. Los tulipanes merecen otra cosa: una chica ilusionada o una madre feliz. Marchitarse en bonitos recipientes sin polvo o a los pies del monumento a un héroe local.
He arrojado hace un rato la colilla, pero no me decido a levantarme. Pienso en los pasos contados hacia mi casa, en los días restantes hasta mi muerte, en las horas que faltan para que caigan los pétalos de las flores. El tiempo acotado.
Cae la bruma y comienza a oscurecer. Las flores lucen todavía más hermosas. Ellas quizá también sepan que ha iniciado su ocaso.
-.-
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