Mientras la impía lluvia borraba la rayuela, nosotros nos refugiábamos en el portal. En los pocos minutos transcurridos, las cuentas que dejamos en el suelo dibujado habían dejado de tener sentido, eran dos piedras más encima de sendas baldosas mal rejuntadas. En ese momento, me dio por pensar en la tiza disuelta en el agua que ya corría por las alcantarillas, formando parte de una mezcla turbia de muchas sustancias que recién terminaban de ser lo que eran para ser otra cosa.
Quizá fue ésa la primera vez que me dí cuenta de que algunos elementos sólo tienen sentido en un determinado contexto, bajo unas condiciones de contorno. Y que las verdades más sólidas pueden convertirse en una amalgama confusa de pensamientos si se introduce un elemento perturbador, como el agua.
Mientras la impía lluvia transformaba mi cerebro infantil para siempre, tú movías inquieta el pie izquierdo dentro de la sandalia empapada. Supongo que querías decir algo, conocer mis pensamientos, por ejemplo. Decirme que esperabas que terminara pronto de llover, tal vez, y que entonces nos iríamos a casa. Pero no dijiste nada. Esperaste a que despejara, te levantaste y comenzaste a caminar. Yo ya era consciente entonces de que te tenía que seguir, porque tú siempre sabías lo que había que hacer, intuías que era mejor respetar mis silencios hasta que yo decidiera romperlos y tomar las decisiones por mí cuando yo no me atrevía a hacerlo.
Recorrimos callados el trayecto en común hacia nuestras casas, con el único sonido del chop-chop de tus sandalias y el murmullo del agua turbia escurriéndose hacia los imbornales. Salía el sol y todo volvía lentamente hacia la normalidad, hacia otro entorno seguro, estable, donde todo volvería a tener sentido.
Recuerdo que estuvimos parados un rato en el lugar donde debían desviarse nuestros pasos. Yo terminaba de depurar algún pensamiento y tú me mirabas divertida. Tenías la cara todavía húmeda y un brillo especial en tus ojos verdes. Esas condiciones de contorno jamás se repetirían, pero a mí me quedaron para siempre. Pestañeaste un poco, volviste a sonreír y dijiste: Hasta mañana.
-.-
Se nota que disfrutas, Juanjo. Un bonito relato.
ResponderEliminarFelicidades
¿Se nota? Sí, la verdad es que disfruté escribiéndolo. Me alegro de que te haya gustado.
EliminarPrecioso, Juanjo. Seguro que el beso llegará.
ResponderEliminarGracias, Lorenzo. Muy bueno tu final.
EliminarMuy muy bonito. Enhorabuena.
ResponderEliminarBesicos
Gracias, F&F
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