La imagen es de Julia Fullerton-Batten. Este relato lo escribí para los viernes creativos de Escribe fino.
La musa ya no tiene quien le pinte. Ha escapado de un cuadro de Rubens y se anuncia en las últimas páginas de un periódico gratuito. Espera sentada en el diván a que suene el teléfono. Los días pasan despacio y la seguridad con la que contaba al principio se va desmoronando. Comienza a pensar que es fea, que está gorda, que su belleza ya no cuadra con los cánones actuales.
A la musa que nadie pinta le ha dado por escuchar música mientras espera, para llenar todos esos espacios llenos de angustia, de timbres de teléfonos sonando en su imaginación, reverberando, sin que ella sea capaz nunca de llegar a tiempo para descolgarlos. Empieza tocando el piano, una sonata de Bach, cuya partitura reposa sobre un atril; pero pronto se cansa de que suene la misma melodía dentro de su cabeza. Entonces decide utilizar el magnetófono y descubre canciones que no sabía que existían. Por un tiempo, la obsesión de la llamada se disuelve en la fascinación que le producen los nuevos sonidos. Ya no oye el timbre ni las teclas del piano, nada retumba. Solo piensa en escuchar una y otra vez la nueva música. Apretar la tecla del play, esperar a que termine la cinta y darle la vuelta. Rebobinar los temas que más le gustan.
De tanto escucharlos, sus casetes preferidos se han enganchado. Trata en vano de repararlos, esparciendo metros de música sobre el suelo de mármol, mientras que los otros, los menos valiosos, permanecen mudos. Las voces imaginarias vuelven. Se mezclan unas con otras. Suena el timbre junto a Bach, Leonard Cohen se confunde con AC&DC, Golpes Bajos con Queen, U2 con El Fary. Rosendo Mercado canta con Janis Joplin “La Fina”.
Tirada sobre el suelo, atrapada por sus propias cintas magnéticas, Gracia, la musa prófuga del cuadro, no se da cuenta de que su sueño se ha cumplido. Frente a ella se encuentra una chica joven, que la mira a través de un extraño objeto.
Entonces, suena un click y algo le deslumbra.
-.-
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