Escrito para Sanscliché - abril 2015
Él esperaba sentado, haciendo honor
al viejo refrán que recomienda esta posición como la más adecuada para
presenciar la muerte de tu enemigo. Hacía, incluso, ostentación de ello,
sacando la silla a la calle y observando desde allí, sin ningún disimulo y con
media sonrisa, a su adversario recorrer la acera arriba y abajo, con la
esperanza de que cayera fulminado en cualquier momento. El objeto de sus iras
demostraba más satisfacción todavía que su oponente, llevando consigo cualquier
motivo que sirviera de escarnio a su sedente rival, desde un valioso anillo que
le había ganado al póquer hasta su último ligue, una rubia espectacular, por la
que aquel suspiraba hacía tiempo, y que también le había arrebatado, como en
una partida de cartas, utilizando el invencible comodín de su fortuna.
Nuestro protagonista, de nombre
Luis, aguardaba que la justicia divina hiciera cumplir el proverbio lo antes
posible, y no estaba dispuesto a perderse el momento justo en que los dioses
dieran curso a la sentencia. Mientras, se entretenía en imaginar las formas que
el Olimpo escogería para acabar con la vida de Eusebio, su enemigo. La
preferida era la descarga eléctrica, en forma de rayo poderoso, que debería
atravesar el corazón de delante a atrás, como por una espada de fuego manejada
por un Zeus colérico. Otras alternativas que también gozaban de su simpatía
eran la desintegración a manos de un alienígena, el atentado de corte yihadista y el ataque de algún león
hambriento recién escapado del circo.
Debido al mucho tiempo empleado en
la vigilancia, Luis había mejorado las condiciones de su puesto de observación.
La incómoda silla de mimbre había sido sustituida por un sillón con respaldo
abatible, reposapiés y bandeja desplegable donde apoyar el vaso de cerveza. A
su lado, una nevera portátil le procuraba el rubio elemento en condiciones
idóneas, para hacer mucho más llevadera la espera.
De esta forma, a medida que avanzaba
la tarde y quedaba menos para la aparición de su enemigo, nuestro hombre
experimentaba un estado de euforia proporcional a la mengua del contenido de
líquido almacenado en la nevera, que duraba hasta que la presión sobre su
vejiga urinaria le hacía retorcerse, inquieto, en el sillón.
Eusebio, que acudía a su cita como
cántaro a su fuente, procuraba buscar esas últimas horas de luz para
regocijarse más en la contemplación del gesto contraído por el dolor de su
antagonista. Este, que era paciente pero no tonto, pronto reparó en la argucia
y decidió concederse una pausa, a media tarde, para visitar a Roca y aliviarse.
La tarde en que se produjo el
desenlace final amenazaba tormenta. Se había visto a varios personajes de
rostro cetrino por el barrio. Anunciaban la próxima llegada del Circo Price. Un
vidente, en tertulia televisiva, insistía en que estaba próxima una invasión
extraterrestre. A pesar de todas las señales, Luis no redujo el ritmo de
ingesta de botellines y, a eso de las seis, abandonó su puesto, dando pasos
apresurados, muy cortos. Justo cuando terminaba de bajarse los pantalones, vio
un fuerte resplandor, seguido de un fuerte estallido.
Cuando
volvió a su sitio, una muchedumbre rodeaba el cuerpo carbonizado, sin vida, de
Eusebio. Sin detenerse a verlo, nuestro hombre recogió sus cosas y volvió a
casa, como un autómata, quedándose con la duda de si el rayo había atravesado
el cuerpo de su rival de delante hacia atrás, o por el contrario lo había hecho
de atrás hacia delante.
-.-
Jajaja. Me ha encantado este relato.
ResponderEliminarEs tan real como la vida misma. Tanta espera para tener la certeza de un desenlace y este se produce apovechando un descuido del interesado.
Me has sacado una gran sonrisa. Besos Juanjo.
Me alegro de que te haya gustado, Virtudes. Besos.
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