
- Cuenta, ¿qué te pasó?, dijiste.
- Pues algo desconcertante. Una de estos hechos que te hacen creer en sucesos paranormales.
- No jodas. Anda, ya me lo estás contando, que me tienes medio acojonao.
- Ya sabes lo de mi mujer, ¿no? Lo del divorcio y todo eso.
- Sí.
- Pues no había tenido yo un gran día dándole vueltas al asunto. Volvía en el tren, como siempre, pero el libro estaba encima de mi mano, y no había pasado una página. Ya sabes que me suelo comer bastante el tarro.
- Lo sé, lo sé, y que nunca vas al grano también.
- No seas tan impaciente, que te lo cuento rápido. Estaba alterado, cansado e impotente. Sigo sin entender demasiado bien como hemos llegado hasta aquí, ni por qué. O quizá si lo entienda, pero no lo quiera aceptar. No lo sé. Imaginaba conversaciones, buscaba excusas para justificarme, lo de siempre. Y seguía así cuando llegamos a la estación, así subiendo las escaleras mecánicas, así mientras buscaba el coche; cuando, de repente, una nota en el parabrisas.
- Mira que me da rabia.
- Toma y a mí.
- Bueno, ¿y qué decía?
- Algo así como: "Tus problemas tienen solución. Soy una famosa vidente con poderes extraordinarios. Llámame y conseguiré que tu amada vuelva a tu lado"
- Increíble. Como si te estuviera leyendo el pensamiento. La llamaste, ¿no?
- Pues no, claro.
- ¿Qué pasa? ¿No crees en este tipo de gente?
- No es eso. Tú imagina que lo consigue. Quita, quita.