
I
El asesino del tiempo le robó a Cenicienta su crema antiarrugas. Armado con dos varillas de reloj, a modo de tijeras asimétricas, amenazó a la princesa juntándolas en forma de estoque, y el bote con el ungüento cayó de sus manos. Eran las doce en punto.
La carroza se convirtió en calabaza, y ella todavía estaba sin peinar. Por la calle no se veía un solo taxi. Iba a llegar tarde y sin arreglar a su cita con algún príncipe divorciado venido a menos.
Para entonces no tendría sentido hablar del tiempo. Ya nada importaba.
II
A Rodolfo el reno de la roja nariz, la hora del deceso le iba a pillar en un lugar remoto, aislado, a medio camino entre dos reinos, en la línea divisoria de dos mundos. Nöel lo había dejado allí herido, moribundo, sin contar con que esta vez el tiempo, o el no tiempo, jugarían a favor del maltratado animal.Rodolfo ya no iba a tirar nunca más del carro, y juró festejar su inesperada libertad bebiendo whisky de 12 años, a tragos cortos, por la montañosa frontera entre Aragón y Valencia.
III
En la Puerta del Sol, la concurrencia se dividía entre risueños japoneses y bulliciosos peruanos, todos ajenos a la tragedia, y sin hacer rimas fáciles con la terminación del año.El comentarista de turno parecía dispuesto a meter la pata, una vez más, de la forma más pueril posible.
El ruido ensordecedor terminó de golpe a la hora del crimen.
Alguien comenzó a tragar las uvas mientras sonaban los cuartos.
-.-