29 julio 2007

Cuéntame


- Cuéntame, me dijo. Dime algo sobre ti.

Estas palabras suelen actuar sobre mí como un hechizo, y nada consigue fluir fácilmente desde mi boca tras ser pronunciadas; pero era ella quien me lo pedía, y no sabía negarle nada.


- Te cuento:

Nací un día como hoy, 29 de Julio de 1.967, en una clínica que ya no existe con nombre de una fecha que ya no se celebra, en la ciudad de Castellón. Hacía mucho calor, y mi padre derramó la horchata que le llevaba a mi madre por los nervios. Antes ella había vomitado el hígado con cebolla ingerido en la comida. Eso es lo que me contaron. Yo no lo recuerdo, pero en cambio me encanta la horchata y el hígado con cebolla.


- Felicidades, me dijo, con una sonrisa picarona, porque lo celebras, ¿no?, continuó con algo de sorna.


Una sonrisa iluminó mi rostro, afirmando; y ella cambió rápidamente su expresión, abriendo bien los ojos desde su anterior entrecerrada posición, juntando los labios hasta convertirlos en una minimalista y apetecible fresa, mostrando interés, curiosidad, y, al mismo tiempo, dulzura.


- Cuéntame. ¿Cómo te sientes?

- No sé. Es una sensación extraña. No puedo decir que me sienta viejo, pero ya no me siento joven. No tengo en qué basar esa afirmación: físicamente estoy bien, mejor que a los 30 y que a los 20; tengo menos pelo, pero más del que esperaba tener; más arrugas, pero ya las tenía hace mucho tiempo.
He cambiado. Ahora veo la vida de otra forma, la disfruto de otro modo más sosegado, menos intenso, y eso, me temo, no es sinónimo de juventud.
Además, con lo susceptible que soy, que siempre he sido, los comentarios tipo "Pero si estás de maravilla. Ya me gustaría estar así a mi a tu edad", cada vez más frecuentes, empiezan a tocarme los cojones.

No pareció contenta con la respuesta, pero, por suerte, evitó realizar comentarios compasivos. A continuación, se tomó un respiro, inclinándose hacia adelante, buscando con todo su cuerpo la copa de cerveza. Sus movimientos eran coordinados, armónicos, hablaban por sí solos: la mano alzando la copa al encuentro de su boca, los labios apoyados sobre el canto dejando una suave marca de carmín, el arqueo de su espalda al dejarse caer suavemente sobre el respaldo del sillón. Los pensamientos negativos me habían abandonado sin pronunciar una palabra. Yo la miraba, y ella, sabedora del efecto que estaba causando, sonreía. Un toque de malicia era la guinda que debía coronar tan sabroso postre.

- Cuarenta años, ya son años, ¿no? ¿No tienes reúma los días de lluvia?
- Pues mira, no, pero me gusta pasarlos en la cama, en buena compañía, respondí, algo herido en mi amor propio.
- Por buena compañía, te refieres al Marca, claro.
Es broma, es broma, no te enfades, se apresurá a decir, quitando hierro.

Con uno de sus estudiados movimientos, un aleteo de manos acompañado con un rostro simuladamente compungido, selló la paz, y comenzó de nuevo el interrogatorio:

- Cuéntame. ¿Cómo te ha ido? ¿Has conocido la felicidad?
- Supongo que sí. A ratos, a sorbos. Siempre con ganas de más, nunca saciado de ella. Creo que es lo único que podemos conseguir: algunas gotas del preciado licor. Por suerte, a medida que te haces viejo, necesitas comer menos, beber menos, y el sabor es más apreciado y dura más.
- Quien no se consuela es porque no quiere, dijo, volviendo por sus fueros.
- Quien no se consuela es porque es tonto, respondí rápido. ¿Sirve de algo vivir desconsolado?

No contestó esta vez con ninguna maldad. Se quedó quieta, de lado, expectante, como quien ya sabe todo lo que quiere saber, se quiere ir, y está esperando a que pase el camarero para pedir la cuenta. Pero yo todavía no había terminado. No podía terminar sin realizarle una última pregunta:
- Supongo que tengo derecho a conocer tu nombre. ¿Cómo te llamas?
- ¿No lo sabes? Me llaman Fortuna. Vendré más veces a verte, pero otras te daré la espalda. Así es la vida, ¿no?

Me di cuenta entonces de algo que no había apreciado en toda la conversación: nunca la había tenido totalmente de cara, ni de espaldas; así como tampoco había sido nunca capaz de adivinar sus encantadores movimientos, ni de predecir sus amables o hirientes palabras.

Y como en un sueño, la silueta de la joven se disolvió en la bruma veraniega, y mi mirada vagó buscándola por las arenas de la playa, en las ondulantes aguas, más allá de la línea del horizonte, hasta que el sonido metálico de la bandeja con la cuenta me despertó de mi aturdimiento.

Acercabdo el papel a la vista no puede evitar pensar: ¿cuánto cuesta la Fortuna?

10 julio 2007

Una taberna española


Sus ojos y su pelo no recuerdan para nada a las arenas del desierto; tampoco su nariz es afilada como si de levantina Cleopatra se tratase; su cuerpo dista de ser el de un elegante junco, y más bien tiene hechuras de maja de Goya que de bailarina de siete velos; pero la llamamos "La Faraona". Tal vez tenga la culpa la línea de rímel que desde la comisura de sus párpados va a buscar las sienes para acentuar sus pequeños ojos marrones.
Aunque no tenga ojos de gata, reina detrás de la barra del bar del que voy a hablar, que es de su padre, nuestro querido "Torrebruno".
Torrebruno recibe su apodo, únicamente por su estatura, pues el resto de atributos del fallecido artista apostaría fuerte a que le faltan. El bar es el menos inconfesable de sus negocios, de lo que fácilmente deduciréis los otros. Como el mundo es pequeño, y Valencia no deja de ser un pedazo minúsculo del mismo, todo se sabe. Y, por si no se supiera, determinadas visitas confirman lo que se sospecha: mujeres de curvas sinuosas, labios carnosos, pecho prominente, vestidos ajustados, carmines excesivos, perfumes baratos... Pequeño, pero temible personaje.

El local quiere parecer una taberna española, o quizá debiera decir andaluza; pero ningún adjetivo termina de cuadrar del todo con el estilo del mismo, debido a la incongruente y excesiva decoración. Se mezclan motivos taurinos con cinegéticos; aperos de labranza con proyectiles de diferentes armas y calibres; carteles de funestas corridas de toros y de películas de tonallideras frente a elegantes gramófonos y radios antiguas; botijos de Tejero junto a auténticos barriles de café. El gustacho a antiguo de las falsas vigas de madera de imitación, directamente cogidas a la fría modernidad del falso techo desmontable de placas de 60x60, donde conviven aparatos de techo de aire acondicionado, diferentes tipos de proyectores de alumbrado, altavoces, y rejillas de aire.

El personal es variable. Además de Faraona, otra descendiente del amo del tugurio, gobierna a este lado de la máquina de café, pero con otra fisonomía, otro acento, otra madre. Y el resto es variable: camareras y cocineras de diferentes lenguas, procedencias y culturas se suceden a ritmo de contratos precarios, si los hay. Una pequeña corte de voluntarios echa una mano a cambio de algún carajillo, una caña, o un puesto de privilegio en la barra.

La comida no es escasa ni mala. Menú a 8 € (7 para nosotros): dos platos, postre, bebida, pan y café.

Así es el lugar donde como todos los días.

01 julio 2007

La Ventana de Juanjo


Por invitación de Carmen
me animo a mostraros lo que se ve desde mi ventana; aunque cambiando toalmente de estilo.

También hay canción oculta, pero esta vez no se reproduce ninguna frase exacta.

El viernes 6 de Julio, la solución.