26 enero 2010

Un sobre de otro color


Miguel Bermejo Sánchez, compañero prácticamente invisible hasta la muerte de Elisa, se convirtió en amigo inseparable de Paco de la noche a la mañana.

En la imagen detenida se le veía abrazándole en uno de esos días en que su mundo se venía abajo, hundido en la mesa, con una pila de papeles que rozaba el techo. Veía como se le estiraba el bigote en una forzada sonrisa, las palmadas en su espalda mientras se dejaba vencer sobre la mesa, empapando las mangas con el caudal incesante de sus lágrimas. ¡Qué gran amigo había sido Miguel! ¡Cómo le había arropado en los peores momentos! Decidió pasar más despacio esa escena, ahora que las lágrimas ya se habían secado.

Los recuerdos son una forma más de manipular la realidad, de alterarla según nuestra conveniencia. A Paco le interesaba conservar intacta la imagen del compañero leal, el único amigo de los últimos tiempos, como prueba de una gratitud ilimitada. Por eso le costó comprender lo que estaba sucediendo de verdad mientras cerraba los ojos sobre la mesa, atento tan sólo al consuelo de las palabras dulces de Miguel.

Pero atendiendo a la imagen se veía algo bien distinto. Mientras su amigo, con una mano, acercaba el pañuelo a su cara, con la otra separaba un expediente del montón, y después lo entregaba a alguien.

¿A quién? La persona que sonreía junto a la puerta se parecía mucho a Santiago Escámez, entonces gerente de la empresa URBEXPORT, S.A., que le entregaba a cambio del expediente robado, un abultado sobre cerrado.

(continuará)


23 enero 2010

La misión de Roberto M. Conejo


Me llamo Roberto M. Conejo, y un día tuve una importante misión que cumplir. Cada 23 de Enero despierto, asomo la cabeza por encima de la entrada de la madriguera, y recuerdo. Ese día, y no otro, me vuelve el sonido de las órdenes recibidas aquella fecha, hace ya unos años, con la misma claridad como si las estuviera escuchando en este mismo momento.

- Soldado Martínez, aquí tiene su disfraz. Su misión es averiguarlo todo de los conejos. Descubra si son tan felices como parecen, si son egoístas, envidiosos, si su vida sexual es rica, si son cariñosos, dulces, entrañables.Póngalos a prueba, fomente las rencillas, los celos, las envidias. Estudie sus reacciones. Entre en esa madriguera, pase el tiempo necesario, pero no vuelva sin una respuesta.

No hace falta decir que me tomé la misión como de mí se esperaba, con la intensidad y la dedicación para la que había sido entrenado. Fue complicado. Nada de lo que hacía parecía perturbarles, nada conseguía inquietarles dentro de su espacio familiar, y me trataban con tanto cariño y dulzura que me resultaba muy difícil enfrentarme con ellos, y mucho menos enemistarlos entre sí.

No se enfadaron siquiera el día que descubrieron mi disfraz. Lo tomaron como una broma de buen gusto, y hasta me asignaron una compañera como premio por mi sentido del humor.

La conejita saciaba todos mis deseos, pero yo quise probar con otras. Escogí las parejas de los conejos más allegados. No tardé demasiado en conseguir sus favores, pero sus consortes, en lugar de ofenderse, me buscaron todavía más hembras, pues deducían de mi extraño comportamiento, que mis necesidades sexuales eran superiores a las del resto de la madriguera. A la semana estaba tan agotado que no podía moverme dos palmos allá de mi dormitorio.

Pensaron entonces que mi falta de fuerzas se debía a la falta de vitaminas, y se volcaron en facilitarme toda clase de manjares.

Una vez recuperado, me centré en provocar conflictos de otra índole. Quise sembrar la envidia entre los machos, alabando las virtudes de unos e inventando injurias pronunciadas por otros, pero de nada servía. Sentían tanta confianza mútua que era imposible generar ninguna duda. Mis trucos sucios fortalecían aún más su ya sólida amistad.

Después quise incendiar la madriguera generando una lucha de poder. Ya que ni los celos ni la envidia les turbaban, seguro que la gloria les tentaría y terminaría por deshacer los nudos de su sólida organización. Nadie parecía tener interés en liderar a la camada , y debido a mi insistencia en la necesidad de ese liderazgo, terminé yo de jefe, pasando todos a ser mis leales súbditos.

Quise entonces imponer un despotismo tan cruel que aflorara en ellos sus deseos de venganza. Interpretaron que mi ira se debía a malos humores acumulados, asignándome siete conejas más. Ni que decir tiene que, a la semana, se repitió el desfallecimiento y volvieron los banquetes.

Una vez recuperado de la merecida gastritis, renuncié a todos los cargos y me reintegré a la madriguera como uno más de los suyos, renunciando en secreto a la misión. Al año me crecieron las orejas, encogió la nariz, y mi piel se cubrió con un suave pelo gris.

Hoy, 23 de Enero, olisqueo el ambiente desde la entrada de la madriguera, elevo las orejas hacia el cielo, y puedo escuchar nítidamente las órdenes. Veo que se acerca un conejo nuevo al agujero.

- Hola, ¿cómo te llamas?
- Hola. Mi nombre es Juan M. Conejo, y soy nuevo en esta casa.

-.-
Esta entrada no tiene nada que ver con El sobre negro. Es mi forma de celebrar un año más El Día del Conejo

20 enero 2010

Nubes y claros. Felicidad fuertemente racheada


Elisa se convirtió, de la noche a la mañana, en el único referente de la vida de Paco. Todo en ella le asombraba: la vitalidad excesiva que desgastaba su cuerpo débil, la determinación inflexible apenas disimulada por sus estudiados ademanes dulces, el amargo sarcasmo dosificado en su justa medida, inyectado siempre donde más podía doler, y la rebelión silenciosa, constante, contra todo y contra todos.

Esa eterna protesta terminó alejándolos, primero de su familia, y después de la de ella. Ahora podía ver nítidamente Paco, en la pantalla, el rostro de decepción de sus padres, cada vez que ellos les retaban, saltándose el rígido guión.

El último salto fue el inesperado embarazo y el consiguiente aborto. Eso les costó el destierro definitivo. Buscaron un lugar con mar, una puerta permanente hacia otros mundos. Cuando se asomaron a esa inmensidad azul, un día luminoso de invierno, creyeron que habían vuelto a nacer. Posiblemente, reconocía ahora Paco, ese había sido el día más feliz de sus vidas.

Esos momentos felices, que sucedían siempre al final de una etapa o al principio de la siguiente, no solían durar demasiado. Eso lo sabía de sobra Paco, que meditaba saltar el episodio que venía a continuación. ¿Para qué recrearse en la tristeza de Elisa, en su soledad, en la frustrante búsqueda de la maternidad? ¿Qué sentido tenía volver a ver su impotencia, su incapacidad de hacer feliz a aquella mujer?

Aceleró el reproductor, pero quiso detenerse en uno de esos momentos de dicha momentánea: el brillo de los ojos de Elisa cuando le dijo que estaba embarazada. Y después volvió a acelerar para no ver cómo ese brillo se apagaba, cómo su cuerpo frágil se debilitaba, empeñado en una lucha demasiado exigente, hasta llegar al parto totalmente extenuado.

Si hubiera parado el reproductor en aquel maldito día, en aquel maldito hospital, ¿hubiera importado? En pocas horas de amarga espera perdió todo lo que amaba, y lo que hubiera amado; y sin embargo, Paco continuó acumulando días, volviendo hojas del almanaque, alternando etapas de indiferencia y depresión.

Llegado a este punto, el reproductor siguió corriendo, y el whisky bajando, mientras la mente de aquel hombre estaba en cualquier sitio menos en la pantalla. En una de las escasas ocasiones en que su vista se posó sobre esa fría superficie , un rostro le hizo detener la imagen de golpe. Era el de Miguel.

(continuará)


17 enero 2010

La vida antes de Elisa


La etapa de la infancia la pasó deprisa en el reproductor. No se reconocía en ese niño tristón y exigente, siempre buscando un pero a todo lo que sucedía a su alrededor, nunca conforme con nada.

Se detuvo más en la adolescencia y la primera juventud, buscando esos puntos de ruptura de su personalidad, irreconocibles después de tantos años. Ahora podía verlos con claridad. Le hacía gracia comprobar cómo pequeñas desobediencias con sus padres tenían entonces categoría de grandes batallas libradas frente a un poder tiránico e injusto, y cómo cada uno de esos pequeños pasos le iban modificando su personalidad, matizando sus rasgos y hasta se podría decir que enderezando su columna vertebral.

Eso es lo que hizo, ponerse muy tieso, el día que conoció a Elisa. Casi en posición de firmes. El pecho ligeramente salido y mirando al frente, justo a la izquierda de donde estaba ella. Elisa, tras comprobar que no existía nada destacable a su lado, empezó a interesarse por aquel chico tan estático, se tomó como un reto personal conseguir que tan inflexible dureza se deshiciera ante su presencia. No tardó demasiado en lograrlo.




(continuará)

13 enero 2010

Barajando algunas opciones



Terminada la explicación, la mujer tembló, se difuminó, y desapareció como la otra.

Un sonoro clic anunció que la puerta quedaba herméticamente cerrada, como pronto comprobó Paco. Tras un breve pero intenso forcejeo con la palanca, no tuvo más remedio que rendirse ante la evidencia de que no iba a salir con vida de esas cuatro paredes.

Pensó que lo asimilaría mejor con un whisky entre las manos, y apretó el botón correspondiente. Al instante, se abrió una portezuela mostrando un vaso con líquido amarillento, valorado en varias decenas de euros en cualquier restaurante de cierta consideración. Pegó un trago y le sentó bien.

Con doce horas por delante, tenía tiempo para casi todo, y muchas de las actividades ofrecidas le atraían, pero especialmente la del repaso de su vida, consecuencia, sin duda, del carácter apocado y melancólico, que había dominado la mayoría de los episodios de su existencia.






(continuará)