28 noviembre 2016

Todos los inviernos



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El texto está inspirado en la imagen es de Weronika Gesicka. Escrito para el Viernes Creativo


Antes.
Todas las chicas eran la misma chica. Tenían idénticas sonrisas, tipos parecidos. Reían mis gracias al pie de la chimenea, comíamos juntos a la luz de las velas. Bebíamos vino hasta que sobraba toda la ropa. Cambiaban sus nombres, claro, y algunas hablaban con acento melancólico del norte. Otras, con la calidez de las lenguas del sur. Pero con el tiempo cualquier entonación acababa volviéndose monocorde, los botones de las blusas eran réplicas exactas de los anteriores y todas contestaban cuando les llamaba Eva. Cualquier historia terminaba por convertirse en la síntesis de las precedentes. Por eso ahora, solo puedo recordar de ellas un nombre, una sonrisa, una voz y una falda.

Ahora.
No siempre está la chimenea encendida y ya no hacen gracia los chistes viejos. La mujer que a veces enciende la lumbre, no siempre la apaga. Dice llamarse por un solo nombre, pero podría tener muchos. Uno para las sonrisas, otro para los enfados, un tercero para la tristeza. Hasta un cuarto para la indiferencia. Habla con todas las expresiones típicas de un pueblo cercano al mío, con sus giros y dejes característicos. Sin embargo, a ratos, su voz me suena a canción celta, a fado, o al maullido inquietante de una gata en celo. De un tiempo a esta parte, la misma historia la puedo contar de muchas maneras y no encuentro la forma de desabrochar las camisas.

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06 noviembre 2016

Lo que me rodea



Escrito para el Viernes Creativo de Escribe fino. La imagen es propia y está tomada en Matera (Italia)

Escribo para no enloquecer, para no caer en un abismo sin fondo, para rebajar el alcohol con el que froto mis heridas. Arrastro los dedos por el teclado mientras encuentro frases a las que agarrarme y cuando no, bebo hielo aguado con regusto a whisky.

Trato de arrancarme las telarañas que llevo dentro y depositarlas entre las líneas de algún texto, pero lo que ocultan aquellas es todavía demasiado oscuro. No consigo crear luz con palabras, extraer las tinieblas con párrafos o con versos y le grito al vaso semivacío, como si él fuera culpable de ser insípido, como si tuviera la capacidad de eliminar su mediocridad de alguna forma, pintando un cuadro abstracto o componiendo música que hablara de desamor, de odio, de desilusión, de pobreza, de desamparo o de amargura.

Intento buscar después otro culpable inanimado: mis calcetines fríos, un jarrón lleno de polvo, los platos por fregar en la cocina, la bombilla fundida del pasillo. Cuando ya no queda nada con lo que cebarme, acude a mí tu recuerdo, como una diana fácil a la que pudiera arrojar todos mis dardos; pero conservo una imagen tan distorsionada de ti, que se me antoja un sueño o una historia contada por alguien que le ha pasado a otros, ajena a mí como ya lo son el licor y los muebles.

A punto estoy de cerrar la tapa del portátil y dejarme engullir por el vacío circundante. Sin embargo, sigo sentado y escribo.


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