
A mi San Jorge particular, el dragón le resucita de vez en cuando.
Esa bestia, que vive en mi interior, tiene un aliento con alto índice de octano, inflamable con una pequeña chispa encendida alrededor. Por esa razón, mi boca escupe un fuego altamente destructor cuando menos te lo esperas.
En el momento en que el santo se embute en la armadura, calza espuelas y blande su bruñida espada, mi alma ha pedido ya la declaración de zona catastrófica; pero no es tarde, pues el acero destruirá de nuevo las entrañas de la fiera, para devolverme una calma diferente.
Terminada la batalla, el guerrero permanecerá en guardia durante varias jornadas, hasta que la paz prolongada lo duerma en un placentero sueño del que, de nuevo, despertará al instante.
Para todos los Jorges, en especial para mi hijo.
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