29 septiembre 2008

Santificarás las fiestas


Y se vistieron para la misa de 12.

A pesar del calor sofocante, no dejaron ni un centímetro de su piel por cubrir de riguroso negro.

En la iglesia, bajaron la vista, cruzaron las manos, hincaron las rodillas.

No más tarde de la una, volvieron al verdadero templo de sus deseos, dejando las prendas de luto como improvisadas alfombras.

Era su forma de santificar las fiestas.

23 septiembre 2008

Soledad



La soledad que me acompaña
se nutre del viento en los álamos,
de la resaca del mar,
de hojas secas en el camino;
bebe de arroyos cristalinos,
de la espuma entre las rocas,
y de impares vasos de agua.

Con esta soledad amiga tomo café
los lunes y los miércoles,
y a veces viene a cenar a casa.
Me gusta su tranquila compañía,
su verbo pausado y relajante,
incluso sus nostálgicos ojos azules.

Sabe que soy una causa perdida,
que nunca la llevaré al altar,
ni siquiera del brazo por la calle.

Puede que me acompañe
una tarde triste,
o que se meta en mi cama
alguna noche de invierno,
pero no quiero ver
sus pelos en la ducha
ni ropa suya en mi armario.

Dejaré de verla algún día,
como pasa con todos mis amigos,
y en mis horas llenas de gente
y tiempo comprimidos,
buscaré un hueco
para gritar su nombre.

16 septiembre 2008

El niño-lobo

Imagen tomada de Érase una vez

Viejas tradiciones y oscuras leyendas hablan de hombres malditos, atacados por fieras salvajes en noches de luna llena, y condenados para toda la eternidad a sufrir la cruel transformación de su cuerpo en cada plenilunio.

Ajenos a la morbosidad de lo trágico, fruto de la furiosa cópula de sus progenitores en sus noches más violentas, los niños-lobo pueblan nuestras ciudades sin que nosotros, poco pendientes de ombligos ajenos, percibamos alguna diferencia con nuestros retoños.

Julián, ya desde pequeño, destacaba por su alma inquieta y su físico incansable. El pelo negro, muy tieso, las cejas algo gruesas, los ojos grandes y oscuros, el bozo incipiente y los labios gruesos le hacían parecer mayor de lo que en realidad era. Tenía entonces 10 años, y un aspecto de pre-adolescente en plena niñez, que le afeaba más que otra cosa ante ojos objetivos, pero deslumbraba, en cambio, las retinas de las niñas de sexto.

Algo existía en su mirada profunda que invitaba a quedarse un rato contemplando la rica variedad de tonos que formaban su iris. Las chicas que se quedaban lo suficiente para apreciar esos matices no conseguirían olvidar jamás esos ojos, y la pasión que adivinaban detrás de ellos sería, para las afortunadas, un sueño más de adolescente no materializado; y para las demás, el motivo de su infortunio.

Él todavía era ajeno a su atractivo aquella tarde de primeros de Mayo, al salir de clase, cuando se dispuso a romper un corrillo de niñas mayores, que mantenían secuestrado su balón. Para su desgracia, el esférico estaba parado justo a la altura de los tobillos de la más callada de todas, y al recogerlo, se encontró con su sonrisa tímida, su mirada soñadora, y el relieve de unas curvas apenas esbozadas. Esa tarde empezó a quebrarse el fino caparazón de su infancia.

Años más tarde se volvieron a encontrar una noche que la luna completaba un círculo perfecto. El lobo, cazador avezado, pensó que bastaría su mirada seductora y unas cálidas palabras susurradas cerca del oído para hincar sus colmillos en aquel blanco cuello; pero la dueña del mismo tenía planes de un recorrido más largo, y consiguió mantener el aliento mortal lejos de su garganta.

Cuando la insistencia del depredador empezaba a vencer sus resistencias, ella le confesó otros problemas cíclicos, de sangre menos violenta, pero con la misma periodicidad. Esa estudiada coincidencia de los ciclos lunares fue suficiente para capear el temporal de las primeras pasiones, y la implacable muela del amor constante se encargó de limar aquellos afilados dientes.

Algunas mujeres no necesitan mil cuentos para domar al lobo que mora en el corazón de cualquier hombre.

09 septiembre 2008

Isla por descubrir


Islas Cíes - Pontevedra

Cuando llegué a ti, sólo eras una playa con abundantes restos de un naufragio, arena sucia con cascotes de madera, y un horizonte de sequedad y calor asfixiante.

Con el tiempo descubrí bosques frondosos, arroyos de agua clarísima, tardes de pesca interminables, hogueras bajo la luz de mil estrellas; pero también la silueta de barcos con banderas negras ofendiendo el azul de tus aguas.

Fuiste para mí hogar, refugio, santuario; pero también prisión, soledad, castigo.

Puede que lleguen algún día bergantines de velas blancas y esforzados marineros, que rescaten mi piel y mis huesos de la trena de tu rutina, y entonces sentiré pena, supongo, de empezar a olvidar el camino que recorre tu cuerpo.

02 septiembre 2008

Crónica de una muerte cantada

Es una obra de Cecilia Natoli

La noche no le sonríe hoy a Pedro como otras veces. El local está flojo de clientes, y la mercancía permanece intacta en el bolsillo oculto de su pantalón. Los pardillos del día no lo eran tanto, y se han pegado el piro antes de que recuperara todo lo que se había dejado ganar al póquer. Sus perspectivas de llenar de pasta los bolsillos se han quedado en eso, y son las tantas. Tiene muchas deudas y poco tiempo. Habrá que hacer algo.

Sale follao del garito, excitado por la farlopa, no sea que vengan antes de hora a reclamarle lo que debe. Sería triste caer con la misma arma que tan bien maneja. Pisa la acera y mira a ambos lados. Su aspecto de galán venido a menos podría encajar en muchas bandas sonoras y tiras de cómic; pero el mugriento malecón suena más a Rubén Blades que a Sinatra, y su perfil recuerda al Corto Maltés antes que a su homónimo del Jueves.

Por su izquierda se acerca un pavo, con la camisa afuera y el reloj asomado al bolsillo del chaleco, discutiendo con amigos invisibles, y esquivando obstáculos imaginarios. Pedro lo deja venir, calcula el encontronazo, esboza una disculpa y le deja el moco colgando. Ahora ya tiene acciones, pero no plata. Tendrá que apurarse, y aflojar alguna bolsa antes de que le encuentren, porque sabe de sobra que hoy le encuentran. Y más vale que su bolsillo suene más metálico que un simple tic-tac para entonces.

Cambia el rumbo y cruza el límite invisible que marca la calle, la línea de separación entre dos mundos de perversión distintos y estancos. Al otro lado, las luces de neón anuncian con falsos nombres, lo que todos conocen. El dinero corre ahí de otra forma, sin esperanza de multiplicarse, pero con rápido cambio de manos. Sin embargo hoy no. Hace días que no llega ningún barco al puerto, y a los fijos del negocio les ha acobardado el frío. Muchos garitos están cerrados, y los que no, vacíos, a punto de bajar la persiana.

Tras chapar el último antro, vuelve a pisar la acera, y se asoma al cruce más cercano. Un acelerón repentino, unos pasos apresurados, o unas voces pausadas le mantienen en angustiosa guardia. El tiempo y sus recursos se agotan cuando la noche se acerca a su hora más fría, pero una figura bulliciosa y lejana puede convertirse el último billete hacia su salvación. Y es que como a tres cuadras de aquella esquina, una mujer, va recorriendo la acera entera por quinta vez...