16 noviembre 2015

La imposible primavera


Escrito para los Viernes creativos. La imagen es de Constantine Manos

Todos los veintiuno de marzo, acude a su cita, como si el hecho de hacerlo bastara para que los acontecimientos sucedieran de la forma que deseamos. Pero esta vez, las estaciones se resisten a seguir la voluntad de los hombres y no llegan los trenes a su hora. Las muchachas han olvidado ponerse dos gotas de perfume en el cuello y florecen anárquicos los postes telefónicos. No ladran los perros mientras se congelan los arroyos.

Todo eso sucede ajeno al devenir del hombre que esconde en su espalda la última rosa blanca de la tierra, apostado en la esquina de una estación de metro, aguardando a la única aspirante digna de tal presente. Ignora que por esta vez, al contrario de lo que ha sucedido durante todos estos años, una mano delicada aceptará la flor y ya no será necesario entonces buscar nombres para las cosas y abono líquido para los deseos.
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09 noviembre 2015

Afirmaciones, negaciones, dudas


La ilustración es de Jaya Nicely. Este relato lo escribí para los Viernes creativos.

Tienes mil formas de besar. Una de ellas consiste en dejar los labios semiabiertos y esperar que acuda al reclamo de tu boca deprisa, que la invada con mi lengua y la recorra ansioso, como si quisiera contarte en unos segundos todo lo que me ha pasado en varios meses. En ocasiones eres tú quien me busca, acercándote con la fuerza de un electroimán y me absorbes sin remedio, como una corriente de agua en un sumidero. Soy entonces un muñeco manejado por tus músculos faciales.

Algunas veces tus labios juegan, se abren, se cierran y tus dientes me mordisquean muy suave todas las comisuras, provocando una serie de temblores en mis dedos, hasta que consiguen abrir el cierre de tu sujetador. Otras, permanecen cerrados, formando un estrecho guión o un paréntesis invertido, la mitad de una señal de prohibición. Aun así, deseo rozarlos con los míos y convertir esas líneas en complejos dibujos que borren la negación que significan. Solo lo impide la certeza de que nada conseguirá cambiar esa expresión y el terror de sentir frío en el encuentro de nuestras carnes.

Sabes decir sí, por tanto, de infinitos modos y no, solamente de uno. Mientras tanto, yo, apenas dispongo de un par de gestos para transmitir demasiadas dudas.

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30 octubre 2015

Antes del otoño




La imagen es de Rodney Smith y el texto lo escribí para los Viernes Creativos.


Aquel verano no hubo golondrinas. Ni oscuras ni de las otras. Tampoco cometas, castillos de arena y helados de chocolate. Dimos largos paseos, si se le puede llamar así. Búsquedas desesperadas de un hombre con sombrero, que no recordaba dónde estaba y empezaba a olvidar quién era. Alguien con mis mismos apellidos, mirada perdida y sonrisa bondadosa. Aparte de eso, recuerdo que leí un libro, solo uno, y que dejé dentro los restos de la última mariposa que cogimos juntos, en los últimos días de primavera, cuando el estío todavía era posible.

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25 octubre 2015

Complicidad con poco queso

Hace mucho tiempo, en un lugar de la galaxia...

De vez en cuando, me tropiezo con Nuria. Parecen encuentros casuales, aunque es posible que obedezcan a alguna desconocida ley de la estadística, encargada de reunir a los solitarios crónicos cada vez que la vida nos altera los largos periodos de estabilidad anodina. Es decir, por algún misterioso motivo aparece Nuria algo después de que a mí me haya pasado algo o de que a ella se le haya torcido algún paso.

A menudo, antes de vernos, los dos ya sabemos las novedades del otro. Así que la conversación gira alrededor de temas intrascendentes, hasta que se produce el silencio incómodo en el que ambos nos planteamos si deberíamos contarnos lo que ya sabemos por otros.

Es un pequeño instante que suele terminar con una carcajada común. A veces, es ella la que empieza. Otras, soy yo. Antes de dar el paso incómodo de comunicar las malas noticias, los dos preferimos refugiarnos en un tiempo pasado, en el interior de una pequeña tienda de comestibles del Pirineo francés. 

Viajar hacia las estanterías repletas de productos de nombres extraños, rememorar las ganas de probarlo todo, de aceptar de buen grado sabores nuevos. Volver a situarnos frente a ese pequeño plato, junto a la puerta, con unos extraños cachitos de color marrón en forma de luna menguante. Nuestras miradas que se cruzan fugazmente y los dedos de uno -no recuerdo quién- que se lanzan hacia uno de esos manjares. Los del otro, que siguen sin pensar ese primer impulso.

En ocasiones, mientras recuerdo la escena, me ha dado por contar el tiempo que transcurrió entre la primera mirada curiosa, nada más observar el plato, y las de asco y vergüenza, tras comprobar que lo que nos acabábamos de llevar a la boca eran los restos de algún queso exquisito degustado por otros comensales, a juzgar de los pocos restos que habían quedado en las cortezas. Uno, dos, tres, cuatro segundos. Más o menos lo mismo que duran los silencios cómplices.

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19 septiembre 2015

El décimo


La imagen es de Sydney Sie. El texto lo escribí un sábado para los viernes creativos de Escribe fino.

Sé que me llaman estrecha. Nunca a la cara, por supuesto, pero noto la distancia, la indiferencia, desde el saludo inicial de cada hombre que me presentan. Es como si llevara un letrero impreso en la frente que avise a todos los navegantes de que no debe perder el tiempo conmigo, de que es imposible separar esas piernas tan bien alineadas y avivar algún fuego, por mucho fuelle que se emplee. Nueve de cada diez que superan el primer hola, se excusan con cualquier pretexto para evitar mi compañía.

Lo peor sucede, sin embargo, cuando llega el décimo, el conquistador, el que nunca se rinde. El que desplega todas sus armas y las utiliza, una a una, mientras yo sonrío y ladeo la cabeza. Mientras siento como una especie de cremallera, formada por dedos humanos, trata de separar lo que debe permanecer unido.

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12 septiembre 2015

El barquero enamorado



Hacía mucho que no participaba en los Viernes creativos de Fernando Vicente, quien esta semana homenajea al recién fallecido Alberto Schommer.


Caronte se quedó pensando un rato. La mujer que solicitaba sus servicios portaba un bellísimo ojo de color verde entre sus labios, en lugar de la habitual moneda. No se podía considerar que tal objeto fuera instrumento de cambio reconocido y, en consecuencia, no debía de aceptar que aquella beldad subiera a su barca. De hacerlo, se enfrentaría a las iras de Hades, y ya conocía de sobra cómo se las gastaba el dios del inframundo. 

Aunque, en el fondo, sabía cuales eran sus obligaciones, el anciano barquero ya había cometido el error de detenerse a mirar aquel iris magnético. A medida que lo examinaba, encontraba nuevas imágenes, cada vez más sugerentes. Al principio, encontró en su interior una amalgama de algas que reflejaban los rayos del sol. Después, la enmarañada cabellera de Medusa, formada por miles de serpientes reptantes. Para entonces, ya era demasiado tarde. La muchacha se había sentado en la parte de atrás de la embarcación, cruzado las piernas y sonreía.

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10 agosto 2015

La velocidad del sonido


Relato escrito para Sanscliché. Basado en esta noticia.

A mi niño le gusta tener las cosas ordenadas. Todo tiene su lugar y si algo lo cambia, por el motivo que sea, debe volver enseguida al sitio que le corresponde. Los libros deben estar colocados, por su orden de lectura, en la estantería. Los cuadros no pueden estar torcidos. La colcha no debe colgar más de un lado que del otro.

Antes de irse al frente, lo ha dejado todo como quiere que se conserve hasta su regreso. No era necesario comentarlo, pues tanto su padre como yo sabemos que le horrorizaría volver y encontrarse algo anormal: la cama deshecha, por ejemplo, o un sable torcido o los libros desparramados por el suelo. Aun así, nos ha explicado que quiere encontrarlo todo igual cuando retorne victorioso de la guerra, aunque tarde quinientos años en hacerlo. Ha dicho esa cifra redonda y nos hemos reído con esa risa nerviosa que puede ocultar, a duras penas, las ganas de llorar. Después, ha mirado por última vez la habitación. Ha dedicado unos segundos a retener cada detalle, a comprobar que está como le gusta, y ha sonreído con la suficiencia del trabajo bien hecho. Nos ha dado dos besos afectuosos, se ha deshecho de mi abrazo con el cariño equidistante entre la brusquedad y el amor. Al salir, se ha colocado la gorra y se ha alejado, marcando los pasos con la marcialidad que se le supone a un militar francés. Nosotros nos hemos quedado en el zaguán, abrazados, hasta que lo ha recogido el furgón. Justo antes de subir, nos ha dedicado una mirada segura, cariñosa, muy parecida a la que me daba antes de ir a la escuela. Yo le he seguido un rato con la mirada. Estaba de espaldas, muy recto, pero movía la cabeza con energía mientras hablaba con su compañero.

Hemos entrado en casa cuando ya hacía un rato que el polvo de la carretera había vuelto a su sitio. Al cerrar, el sonido del portazo ha tardado mucho en desaparecer, como si ahora tuviera mucho más espacio para recorrer, y se entretuviera en chocar contra las paredes, en ocupar los huecos que deja la ausencia. Puede que sea ese el motivo por el que yo he sentido un vacío diferente al de otras ocasiones, por el que he necesitado acercarme a la habitación para mirarla de nuevo, con otros ojos, imitando como mi niño la observaba. He sentido entonces que sus objetos hablaban por él, me miraban orgullosos, tranquilos, seguros del próximo reencuentro. Esta vez he procurado cerrar la puerta despacio, sin hacer ruido, pues me causa desazón desconocer cuál es la velocidad del sonido, cuánto tiempo tarda en recorrer este espacio cerrado, cuántas habitaciones como esta puede recorrer en quinientos años.

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20 julio 2015

Incontinencia urinaria


Escrito para Sanscliché - abril 2015

Él esperaba sentado, haciendo honor al viejo refrán que recomienda esta posición como la más adecuada para presenciar la muerte de tu enemigo. Hacía, incluso, ostentación de ello, sacando la silla a la calle y observando desde allí, sin ningún disimulo y con media sonrisa, a su adversario recorrer la acera arriba y abajo, con la esperanza de que cayera fulminado en cualquier momento. El objeto de sus iras demostraba más satisfacción todavía que su oponente, llevando consigo cualquier motivo que sirviera de escarnio a su sedente rival, desde un valioso anillo que le había ganado al póquer hasta su último ligue, una rubia espectacular, por la que aquel suspiraba hacía tiempo, y que también le había arrebatado, como en una partida de cartas, utilizando el invencible comodín de su fortuna.

Nuestro protagonista, de nombre Luis, aguardaba que la justicia divina hiciera cumplir el proverbio lo antes posible, y no estaba dispuesto a perderse el momento justo en que los dioses dieran curso a la sentencia. Mientras, se entretenía en imaginar las formas que el Olimpo escogería para acabar con la vida de Eusebio, su enemigo. La preferida era la descarga eléctrica, en forma de rayo poderoso, que debería atravesar el corazón de delante a atrás, como por una espada de fuego manejada por un Zeus colérico. Otras alternativas que también gozaban de su simpatía eran la desintegración a manos de un alienígena, el atentado de corte yihadista y el ataque de algún león hambriento recién escapado del circo.

Debido al mucho tiempo empleado en la vigilancia, Luis había mejorado las condiciones de su puesto de observación. La incómoda silla de mimbre había sido sustituida por un sillón con respaldo abatible, reposapiés y bandeja desplegable donde apoyar el vaso de cerveza. A su lado, una nevera portátil le procuraba el rubio elemento en condiciones idóneas, para hacer mucho más llevadera la espera.

De esta forma, a medida que avanzaba la tarde y quedaba menos para la aparición de su enemigo, nuestro hombre experimentaba un estado de euforia proporcional a la mengua del contenido de líquido almacenado en la nevera, que duraba hasta que la presión sobre su vejiga urinaria le hacía retorcerse, inquieto, en el sillón.

Eusebio, que acudía a su cita como cántaro a su fuente, procuraba buscar esas últimas horas de luz para regocijarse más en la contemplación del gesto contraído por el dolor de su antagonista. Este, que era paciente pero no tonto, pronto reparó en la argucia y decidió concederse una pausa, a media tarde, para visitar a Roca y aliviarse.

La tarde en que se produjo el desenlace final amenazaba tormenta. Se había visto a varios personajes de rostro cetrino por el barrio. Anunciaban la próxima llegada del Circo Price. Un vidente, en tertulia televisiva, insistía en que estaba próxima una invasión extraterrestre. A pesar de todas las señales, Luis no redujo el ritmo de ingesta de botellines y, a eso de las seis, abandonó su puesto, dando pasos apresurados, muy cortos. Justo cuando terminaba de bajarse los pantalones, vio un fuerte resplandor, seguido de un fuerte estallido.

Cuando volvió a su sitio, una muchedumbre rodeaba el cuerpo carbonizado, sin vida, de Eusebio. Sin detenerse a verlo, nuestro hombre recogió sus cosas y volvió a casa, como un autómata, quedándose con la duda de si el rayo había atravesado el cuerpo de su rival de delante hacia atrás, o por el contrario lo había hecho de atrás hacia delante.

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28 junio 2015

El negociador




El pasado jueves 25 de junio tuvo lugar la presentación del libro Los Imperdibles, editado por Unaria Ediciones, una recopilación de textos de diferentes autores, entre los que me encuentro, participantes del taller de escritura creativa de la UJI, dirigido por Rosario Raro y Pasqual Mas, que cumple ya una década formando buenos escritores y, lo que es mucho mejor, creando amistades y afectos entre todos ellos. El acto reunió a muchos autores de diversas épocas del taller y fue muy emotivo.
El título, además, está muy acertado en mi caso, porque tengo cierta querencia a perderme y desorientarme. Con este imperdible quedo unido a cincuenta autores más, a los que me va a ser imposible perder de vista. 
El relato que comparto, a continuación, es el quinto ejercicio del taller online Sanscliché. Consistía en escribir un texto sobre anacronismos. Se titula El negociador. 

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Las tropas cristianas aguantan a duras penas este frío de finales de diciembre. Los soldados se calientan frente a las fogatas en completo silencio. Todo el mundo teclea de forma compulsiva los últimos mensajes en los teléfonos móviles, pues la reina Isabel ha decidido prohibir su uso hasta concluir la conquista de Granada. Ese es el motivo oficial, al menos, aunque se rumorea que la verdadera razón es que don Gonzalo Fernández de Córdoba ha vuelto a abandonar, y ya van cinco veces este mes, el grupo de WhatsApp creado por los monarcas para dirigir las operaciones militares.
Por lo que parece, al Gran Capitán no le gusta nada que se utilice este medio para intercambiar chistes de judíos conversos y grabados de bailarinas moras bailando la danza del vientre. El grupo no se ha creado para esto, recuerda en su último mensaje, antes de que los usuarios puedan leer el consabido “GrandeCapi ha abandonado el grupo”.

Así que toda la tropa se va a quedar sin los pocos entretenimientos que le permite esta dura guerra por culpa de cuatro nobles ociosos. Las apuestas online sobre los resultados de las justas, por ejemplo. Ayer mismo, un alférez de la tercera compañía consiguió más de cien reales de plata en la plataforma de SirGuillermo de la Colina, al adivinar que el marqués de Cádiz iba a derribar del caballo al duque de Medina Sidonia en la tercera embestida, tras dos roturas de lanza, opción que se pagaba 15 a 1 frente a los 5 a 2 ofrecidos si el duque tiraba al marqués por el lado derecho del caballo (su costado malo).

Apuestas, juegos y redes sociales aparte, los artilleros argumentan que los móviles tienen otras muchas aplicaciones imprescindibles para la conquista. Sin el Google Maps, aseguran, no saben cómo van a acertar en sus objetivos. Observan las almenas de la Alhambra y tratan de anotar en algún sitio las coordenadas, antes del apagón tecnológico. Se temen que muchas de las balas acabarán en el Albaicín o en el Sacromonte, lejos de las murallas rojizas.


El ambiente se carga un poco más cuando se percibe el olor nauseabundo de la reina, quien lleva sin lavarse desde hace algunos meses. Todos esconden los móviles debajo de los petos hasta que la monarca se aleja y el aire se vuelve respirable. Entonces, aparece un jovencito, que se sienta junto a don Hernán Pérez del Pulgar. Hablan mucho rato en tono distendido y se hacen algunos autorretratos con las cámaras de los móviles, que pronto circulan por el Facebook. Todo el mundo se pregunta quién es el osado que departe de esa forma, con ese desparpajo, con el capitán. Corren rumores de que es un espía del nuevo confesor de la reina, el enigmático Cisneros. Asegura tener poderes para negociar con Doña Isabel, y está dispuesto a hacerlo por un módico precio. Su nombre es Nicolás, Maese Francisco Nicolás.

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12 enero 2015

Mi batalla de San Jacinto


La imagen es de Jamila Clarke. El relato lo escribí para los viernes creativos de Escribe fino.

Me contaron una vez que en una pradera como esta el general Houston encontró el escenario ideal para derrotar a Santa Anna en la guerra de independencia tejana. Estuvo algo más de un mes retirándose del ejército mexicano, huyendo, con sus tropas desmoralizadas, hasta que encontró el lugar ideal para lograr la victoria.
El escenario que el destino tenía asignado para el Waterloo del Napoleón americano era un campo abierto, rodeado de un bosque que se asomaba a la ribera del río San Jacinto. Una encerrona perfecta.

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Llevo tanto tiempo huyendo de ti que ya no puedo contar el tiempo en semanas ni en meses. Durante esa larga retirada, he leído y releído todas tus cartas. Las sé de memoria, así que sería inútil quemarlas. Teniéndolas en casa, tan a mano, no puedo evitar pedir cuentas, y cada uno de estos episodios es una batalla perdida más. He revisado todos los armarios, todos los cajones, hasta el último rincón de la casa. Cualquier documento que me habla de ti está dentro de esta maleta. Ahora te tengo acorralada sin que lo sepas y ya he escogido el escenario para tu derrota definitiva. Abriré la maleta y dejaré que tus letras las rapte el viento. Se llevará toda constancia de tu amor y de tu rencor más allá de los árboles que circundan este prado. Algunas palabras se ahogarán en el río que escucho próximo, otras volarán lejos, y quizá las recoja alguien deseoso de imaginar historias, de componer su puzle a partir de estas piezas sueltas.

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Escuché también que los tejanos capturaron al arrogante Santa Anna cuando huía, poco antes de cruzar las aguas. Que las tropas tejanas quisieron ejecutarlo de inmediato, como venganza de lo sucedido en El Álamo; pero Houston se opuso. Sus argumentos los resumió en una sola frase: “Ustedes desean sangre, yo quiero Texas”.

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Estas cartas que abrazo son el último vínculo que me une a ti. No voy a arrugarlas con rabia, no las haré pedazos. Tampoco las someteré a un fuego justiciero. Así solamente conseguiría destruir el papel, pero tú seguirías para siempre. Cuando extienda los brazos, el viento hará su trabajo y yo daré la vuelta, entraré en mi propio estado independiente. Contigo, como mucho, crearé fronteras y estableceré relaciones comerciales.

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