14 diciembre 2009

Un panel de tres filas


La nueva acompañante estaba cortada con el mismo patrón que la anterior. Le llamó por su nombre y apellidos. A continuación, subieron por el ascensor hasta la segunda planta. La decoración aquí era más cálida, con abundancia de tonos naranja, ocres, verdes y luz amarillenta. Vistosas alfombras cubrían el suelo, y las paredes estaban tapizadas en buena parte de su superficie. Varios espejos, bien distribuidos, proporcionaban la amplitud que restaba la abundante presencia de muebles recargados.

La habitación se encontraba a mitad pasillo. Antes de entrar, la chica le confiscó el reloj y el teléfono.

- No le es conveniente saber el tiempo real que le queda. Podría obsesionarse. Relájese y disfrute. Ahora, solamente piense en el placer.

A la izquierda, tal y como le habían anunciado, se encontraba el panel con las instrucciones; pero la secretaria se las recordó de todos modos.

En la fila de arriba están los placeres más terrenales, los más solicitados: comida, bebida, sexo. De todos los tipos. Puede degustar manjares o comida casera, probar los licores más selectos o beber un simple vaso de agua. Puede practicar sexo con mujeres, hombres, animales, o las combinaciones que quiera. Le sorprendería la gente que desea satisfacer sus más ocultas fantasías sexuales en sus últimas horas.

En la segunda fila tiene otro tipo de placeres, digamos, menos primitivos: una extensa biblioteca, la mejor selección de películas de cine, espectáculos deportivos, y un repertorio musical amplísimo. Puede pedir lo que desee, y lo serviremos de inmediato. Si no está en nuestro catálogo, lo localizaremos y podrá disfrutar de él en pocos minutos.

En la última fila están las opciones mágicas. A la izquierda, la película de su vida, con varias velocidades posibles. Puede usted verla en pocos segundos o en varias horas, puede parar, rebobinar, ralentizar, lo que desee, hasta prácticamente su último instante. En el centro, tiene la posibilidad de conversar con quien le apetezca, tanto si está vivo como si no. Podrá volver a charlar con viejas amistades, o saber cómo pensaban personajes históricos. ¿No es fascinante? En la casilla de la derecha queda la última oportunidad de comunicarse con el mundo. Podrá escribir una carta de despedida, modificar su testamento, jugarse toda su fortuna al póker, o realizar una última compra de acciones. También debe utilizar ese canal para comunicarse con nosotros.

(continuará)
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08 diciembre 2009

La Casa del Último Aliento


La Casa del Último Aliento no estaba mal. Todo muy limpio, fríamente decorado, con elegancia neutra. Mármol blanco, unas pocas plantas, algunos cuadros de paisajes dulces.

La secretaria iba a juego con el local. Guapa, discreta, amable; pero sin contrastes: sin un lunar junto a la boca, unas pestañas rizadas, unas cejas finamente dibujadas, o unas uñas largas bien pintadas. Sin nada, al fin y al cabo, que permitiera soñar en algo interesante detrás de tanta aséptica corrección.

- Déjeme el pulgar, Don Francisco, por favor- le dijo, mientras miraba atenta a una brillante pantalla de plasma.

- Veamos- señaló con las gafas. Le quedan alrededor de doce horas, diez minutos arriba, o abajo. Su habitación es la 215. Enseguida una compañera le acompañará al sitio y le leerá las instrucciones, aunque toda la información se puede consultar en la pantalla táctil que verá nada más entrar, a la izquierda. ¿Alguna duda?

- Sí. ¿Puedo saber de qué voy a morir?

- No, me tendrá que perdonar. No nos está permitido dar esa información- afirmó la chica con un timbre metálico.

Acto seguido, la joven empezó a temblar, perdió color y desapareció, por lo que Paco dedujo que la Casa no era de la máxima categoría. Las mejores utilizaban humanos, y no cutres holografías 3D para la atención de los moribundos.

(continuará)

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03 diciembre 2009

El sobre negro


A Paco Miñambres, funcionario de Aduanas jubilado, no le sorprendió la llegada del sobre negro a su casa. De hecho, llevaba algunos días esperándolo.

Pero ahora que lo tenía delante, no se animaba a abrirlo, como si retrasar la apertura fuera a demorar el fatídico resultado. Él sabía que no, pero necesitaba un tiempo para asimilar la noticia, que no por el hecho de ser esperada, era deseada.

El sobre negro, por si alguien lo ignora, es el mensaje del Estado que comunica a cada contribuyente la llegada de su muerte, avisándote con aproximadamente una semana de antelación, para que puedas organizar tus últimas voluntades, despedirte de los más allegados, y si has sido un buen ciudadano, hasta puedes disfrutar tus últimas horas en una Casa del Último Aliento, lugar donde dejas este mundo disfrutando de grandes comodidades.

Paco tenía un expediente sin tacha, y esperaba que la ingrata Administración le premiara tantos años de esfuerzo y sinsabores frente a una triste valla, decorada tan sólo por una gruesa capa de evasión y fraude.

Paco era un optimista.
(continuará)

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19 noviembre 2009

La lluvia


Imagina ahora que empieza la lluvia. Llevas tiempo esperándola, mientras observas como las nubes grises se apoderan de todo el cielo. Te ha llegado un fuerte olor a tierra húmeda. Sabes que se acerca. La temes.

De repente, cae una gota en tu mano, dos, tres. Después, en tu cara, resbalando por las mejillas, como lágrimas. Más tarde, sientes tu pelo húmedo, pegado a las sienes. Ya no son gotas sueltas, no puedes contarlas.

Pasados unos minutos, el ritmo se vuelve constante, el sonido del agua al caer comienza a ser una melodía repetitiva, desesperante. Para entonces, ya tienes el extraño presentimiento de que no parará. Es una lluvia inclemente, sin prisa, que sabe esperar hasta el límite de la paciencia del mundo.

Seguirá cayendo, hasta acabar con tu esperanza de un cielo limpio, hasta terminar con el último murmullo de alegría. Y lo hará, además, con su demoledor ritmo constante, formado por notas solitarias, eslabones de un estribillo monótono, que se grabará en tu mente, que repetirás mecánicamente en tus sueños, en tus actos reflejos.

Pasarán días, semanas, meses de castigo implacable. Para entonces, ya sólo serás un muñeco roto, repitiendo siempre la misma letanía. El agua empezará a subir por los tobillos, por las rodillas, por las caderas, y tú no sentirás nada. Dejarás que te inunde con su chip-chip invencible, sin oponer ninguna resistencia.

El agua se apoderará de todo, lo destruirá todo. Tú, yo, todos nosotros, no seremos más que simples cadáveres flotando, o anclados en las profundidades, encerrados en nuestras moradas, mientras la lluvia sigue cayendo, imparable, con su cadencia perpetua, taladrando nuestro sueño eterno.

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13 noviembre 2009

En punto

El despertador sonó a las ocho de la mañana.

Cogió el autobús a las ocho y media.

Su ficha, como todos los días, marcaba las nueve al entrar a la oficina.

Tenía una reunión a las nueve y media,
visita de obra a las diez,
un peritaje a las once.
¿Seguimos?

El infarto le sorprendió a las diez y diecisiete en ninguno de estos sitios.


¡Qué hora más improcedente para dejar este mundo!

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05 noviembre 2009

El hombre sin raíces


El hombre sin raíces amanece en alguna pensión de alguna localidad anónima, en uno cualquiera de estos calurosos días de otoño, tan desubicados como su vida.

Hace ya demasiado tiempo que vive sin referencias: un campanario que adivinar, un amigo con quien charlar, una taberna donde emborracharse; y el terreno que pisa es un campo minado recorrido por pasos inseguros, sembrado de holas, adioses y otras frases corteses, de respetos mal entendidos y cariños interesados, que amenazan con saltar por los aires al primer tropiezo.

Al hombre sin raíces le ha propuesto hoy tomar una cerveza un compañero de trabajo, le ha sonreído dos veces seguidas la misma chica, y le ha perdonado el importe del desayuno la dueña de la pensión. Siente como una extraña tenaza le sujeta los tobillos a la mesa, y le sube un montículo de tierra húmeda por la espinilla.

Mañana, el hombre sin raíces hará de nuevo las maletas.

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01 noviembre 2009

Paseo a medianoche

Dicen que a los muertos les sigue creciendo el pelo y las uñas por un tiempo, pero yo de eso ni me acuerdo. ¡Hace ya tanto que dejaron de hacerlo! El primero tiene su aspecto lacio habitual, mientras que las segundas están negras de la tierra que entra por las rendijas del ataúd. En cambio, puedo presumir de una dentadura perfecta, pues me fui del otro mundo con todos los dientes intactos, sin un sólo empaste.

Esta noche es la gran noche, y los nervios me devoran (es una forma de hablar). Llevo todo el año esperando para esta ocasión. Hoy volveré a verla. Estará como siempre, con su largo pelo rubio despeinado y las cuencas de los ojos tan tristes, tan vacías. Daremos un paseo tapias afuera, y posiblemente nos encontremos con algún mortal: un infeliz, que calabaza en mano, nos confunda con alguno de los suyos.

A veces me pregunto si sería posible salir tranquilamente, sin contratiempos tan desagradables, y si nos dejarían escaparnos algún día más. Pero no es posible, no nos dejan. Así es la vida.

O mejor dicho: así es la muerte.

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20 octubre 2009

Letargo


Foto tomada en Aín

Ha pasado el tiempo de dar frutos y me siento satisfecho. La semilla de la próxima generación pronto comenzará su camino. Siento ahora que mi función en esta vida ha terminado, a pesar de que todavía me siento vigoroso.

Las horas de sol decrecen día a día, privándome del alimento necesario para vivir. Se acerca mi hora y noto que la circulación se va ralentizando, pierde fuerza y ya no llega a todos los rincones de mi geometría.

Pronto mis hojas, mis amigas, me abandonarán, pero antes se vestirán con tonos ocres variados en un esplendoroso canto del cisne. Cuando caigan muertas a mis pies, el último suspiro del verano hará mucho tiempo que habrá dejado de escucharse, y la voz ronca del cierzo invernal se las llevará para siempre.

Para entonces mi cuerpo estará dormido, esperando el lento despertar del próximo equinoccio.

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15 octubre 2009

La Musa (II)


Ella, se sabe pronto, es el alma del local, y eso que no le va mucho el nuevo nombre que le hemos puesto. Más que una diosa de las artes, parece una bruja procedente de otros tiempos y de otros lugares. Digo esto con todo el respeto que me merecen este tipo de hechiceras. Es bastante alta, muy delgada, espectral. Su cara es difícil, alargada, con una frente estrecha que se ensancha a la altura de la prominente mandíbula, en la que encajaría bien un ronzal. El pelo castaño largo ayuda a dulcificar ese rostro duro, pero proporciona a la mujer un aspecto todavía más lineal, más desgarbado. Para colmo, viste de negro.

Tras este aspecto tan poco prometedor nos sorprende su sonrisa, su amabilidad, una dulzura en el trato construida sin palabras, a base de movimientos pausados y gestos cómplices. Luego sabremos que se debe sobre todo a su escaso dominio del idioma. Es belga. La conversación se limita a poco más que la demanda urgente de las bebidas. Escogemos whisky con hielo. Está sonando algo de John Lee Hooker y parece un sacrilegio pedir un cubata dulzón. Ella asiente a nuestras demandas de tal forma que no nos quedará claro si las ha entendido hasta que las tengamos colocadas sobre la mesa. Entonces sonará algún blues más.

La tormenta pide paso, y pronto influirá en el desarrollo de la noche, cambiando tiempos, escenarios y hasta caras. Cuatro rayos son suficientes para derrotar a una instalación eléctrica cansada, reconvertida a 220 V. desde su original 125 V. de forma chapucera. La Musa nos sorprende con unos improvisados candelabros: velas simples pegadas con cera a sus platillos de café. La nueva luz se encuentra cómoda en la sala, deformando a su gusto los rostros, profundizando las sombras. La ausencia de música atenúa las conversaciones, las reduce al tono de los susurros cómplices. Ella tiene pinta de terminar un conjuro cuando sirve las copas, pero las sirve con mágica precisión.

No tenemos prisa en terminar las bebidas. Sabemos que afuera el futuro no es prometedor, y sin embargo aquí dentro crece la excitante sensación del comienzo de una nueva etapa. Vuelve la luz, y la sonora normalidad del punteo de una guitarra eléctrica, las voces forzadas y el humo disuelto en una luminosidad que ahora se nos antoja excesiva. Cesa la lluvia y pagamos la cuenta. Salimos felices, sin importar ya demasiado adonde vamos. A este sitio, por lo menos, volveremos. Nos esperan muchas más noches de magia y blues.


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13 octubre 2009

La Musa (I)


El comienzo de curso suele ser una época de cambios de difícil pronóstico. Uno no sabe muy bien adonde le llevarán la colección de muñecas de porcelana, el nuevo curso de tai-chi, o el enésimo intento de aprender inglés. El otoño en sí, es una gamberrada atmosférica y emocional dispuesta a modificar aún más el errático rumbo iniciado con el cúmulo de propósitos y despropósitos del mes de setiembre.

Dentro de ese turbulento ambiente, situémonos en un año cualquiera de finales de los 80 o principios de los 90. Perdonad la mala memoria. Es la primera salida nocturna por la ciudad después del verano. Todavía hace calor, pero se ha levantado una brisa con olor a tierra húmeda. Todos sabemos lo que significa: pronto va a caer la del pulpo, y urge encontrar refugio en algún garito cercano. El problema es que no sabemos dónde ir. Los tres primeros intentos han sido fallidos, parece que los viejos locales han decidido esperar otro fin de semana más concurrido, pues éste apenas deja ver gente por la calle.

Bajando por una calle cualquiera, un sitio nuevo, medio escondido, aparece como una salvación al tiempo y al tedio demasiado oportuna para rechazarla. El local, nuevo como he dicho, vive en una casa vieja de la que retiene su mejor esencia. Queda todavía algún plato de cerámica colgado y en la alacena sobrevive algún pequeño jarrón, un candelabro o una tetera. De la escalera que sube al primer piso, inaccesible, han quedado varios peldaños gastados sin reparar. Hasta el techo ha resistido la invasión de pintura nueva a la que han sucumbido las paredes. La iluminación es precaria, pero cálida e íntima, rica en tonos amarillentos que refuerzan el sabor antiguo de la única sala visitable.

La barra es pequeña y discreta, situada nada más entrar a la izquierda, como un mal necesario al que no se le quiere dar publicidad. Tras ella, un hombre barbicano vigila el equipo de música, diminuto bajo la numerosa escolta de compactos que le rodean. A su lado, una extraña mujer sonríe. No me preguntéis su nombre. También lo he olvidado. Le llamaré como el nombre del local: La Musa. Como la llamábamos.

(continuará)

09 octubre 2009

Blanda conspiración


La boa me quiere comer. Lo noto en su mirada fija, sin parpadeos, inclemente. El tigre me vigila, desafiante desde las alturas. Lo sé aunque intente disimular, apoyando la cabeza entre las piernas. El elefante, espera. Sé que también conspira, pero no lograré arrancarle una palabra. El oso tuerto es el jefe del complot. Quién me lo iba a decir, tan blandito, tan indefenso, con esa lástima que inspira. Cuando guiñe el ojo sano, la emboscada empezará...

Nada más cerrar la luz del cuarto, la pesadilla comienza.

No sé por qué mis padres creyeron que me gustaban tanto los peluches.

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01 octubre 2009

Epidemia rosa


"Creen que es alergia, pero es amor". Sorprende que el médico más experto del centro haga esa afirmación con tal rotundidad.

El amor es una enfermedad extinguida hace siglos, cuando todavía se empleaban técnicas rudimentarias, como ingerir bacterias muertas, para combatir determinadas dolencias.

Hoy en día, un pequeño chip modifica nuestro sistema defensivo para contrarrestar los efectos de las epidemias programadas por el gobierno.

Corren rumores de que una de las últimas está consiguiendo romper la media de nacimientos, invariable desde 2156.

Extraña también que el director desvíe tanto la mirada hacia la enfermera IH216, y que ponga esa cara de lelo cuando ella le pregunta.

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24 septiembre 2009

El nudo de la corbata


Averiguar quien era la mujer que me estaba anudando la corbata era tarea poco menos que imposible ahora que mi padre descansaba dos metros bajo tierra. No me quedaba ningún pariente vivo más, así que ya podía estar horas mirando aquella vieja foto de la primera comunión. La devolví al cajón y me eché a dormir.

Olvidé aquella imagen por un tiempo, pero un día rebuscando entre los viejos papeles de mi padre encontré otra instantánea de aquella señora. Continué buscando por toda la casa. Dentro de la caja fuerte me esperaba una sorpresa todavía mayor: un album de fotos en el que ambos pasaban por la vicaría.

Todavía me preguntaba qué demonios quería decir aquello cuando sonó el timbre. Tras la puerta aguardaba un hombre trajeado con un espantoso nudo italiano en la corbata. Reconocí en su cara mis propios gestos, mis arrugas algo más marcadas, y mi frente mucho más despejada.

Hice pasar a mi hermano al salón. Tenía muchas preguntas que hacerle y algunos objetos que devolver: el album de fotos de sus padres, el traje de la primera comunión, y quien sabe si la mitad del suelo que estaba pisando.

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10 septiembre 2009

Pasatiempos de una noche de verano (y II)

"Salamanquesa: el viaje", 200x160 cm. Mosaico sobre pared. 2006
Obra de LaMariola


Para un niño aburrido como yo, el combate que se avecina tiene mucho más interés que el transmitido por un locutor demasiado monótono. Es la estrategia de un cazador nato mostrada en vivo y en directo. El cazador permanece inmóvil durante unos minutos interminables, en los que yo no me atrevo ni a parpadear. La presa está todavía demasiado lejos. Cuando mi retina empieza ya a fijar la posición del reptil, cuando su cuerpo grisáceo comienza a confundirse con el blanco sucio del techo, sus pasos cortos y rápidos consiguen sorprenderme y doy un salto en la tumbona. En la tele, el gong anuncia el undécimo asalto.

La salamanquesa se ha detenido a pocos centímetros de su presa y permanece así unos segundos más. La imagino calculando el tiempo que necesita para dar su golpe mortal, buscando el mejor ángulo para sorprender a su contrincante. En el ring, Evangelista tiene al suyo en el suelo y comienza la cuenta atrás. Por un momento, la caja tonta acapara toda la atención. En la terraza, hasta mi abuela aguanta la respiración esperando el fin de los diez segundos fatídicos.

Cuando el árbitro levanta la mano del campeón, mi vista se dirige rápidamente hacia el techo. Sólo me da tiempo a ver cómo el reptil se esconde de nuevo entre las sombras.

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08 septiembre 2009

Pasatiempos de una noche de verano (I)


El verano se espesa en esta noche de principios de setiembre. El termómetro no baja de los 25ºC y nadie muestra ninguna intención de ir a dormir. En la amplia terraza cada uno ocupa su sitio, más o menos enfrente del minúsculo televisor en blanco y negro, que despliega sus dos antenas hacia un cielo poco interesado en mostrarle una señal nítida. Tampoco hay mucho que ofrecer; en la única cadena operativa retransmiten un aburrido combate de boxeo. Alfredo Evangelista pelea contra un francés por el título europeo de pesos pesados.

Mientras tanto, mi abuela, ajena al bochorno, trata de hacer punto con la poca luz existente, retorciendo los dedos con las agujas, el chal encima de sus hombros por si sopla la tramontana de repente. Mis padres se cuentan las últimas novedades de la familia y repasan las viejas anécdotas tantas veces repetidas. Mi hermana hojea una revista con desgana, pasando con velocidad las hojas, y yo me revuelvo inquieto en la tumbona, pues ni el combate ni la charla me interesan y acostarse a esas horas sería como reconocer una humillante derrota. Tiempo habrá de ajustarse a los horarios rígidos del invierno.

En el techo de la terraza una moldura de escayola recorre todo el perímetro, formando oscuros recovecos donde se oculta la salamanquesa. En el centro, dos pequeñas lámparas ofrecen una luz insuficiente para la sala, pero de enorme interés para las palometas, que intentan en vano posarse sobre la superficie incandescente de las bombillas. Tras unos minutos de vuelo agotador, los insectos se rinden, descansando su frustración en las proximidades de las luminarias.

Entonces, la salamanquesa se muestra.


(continuará)

22 agosto 2009

Hablaré con ella esta noche


"Hablaré con ella esta noche por última vez", se miente todas las mañanas, cuando el despertador acaba con el escaso reposo que le permite el insomnio.

Hablará con ella esta noche, como siempre, pero esta vez no encontrará su voz sensual al otro lado, tampoco las palabras obscenas ni los gemidos entrecortados con los que componía sus fantasías sexuales cada madrugada.

A cambio, una voz demasiado fría le comunicará que la dueña de sus sueños ya no trabaja allí y le ofrecerá cualquier sucedáneo a cambio.

Será duro conciliar el sueño esa noche, cuando él sepa, por fin, que es la última noche.

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05 agosto 2009

Encuentros en alguna fase


La casa es demasiado vieja, y como tal, aseguran que está habitada por extraños personajes. Yo necesito dar una vuelta por ella todas las noches, cuando el bullicio cesa y reina cierta tranquilidad apenas perturbada por los ruidos acostumbrados de las mansiones de este tipo: viento que se filtra por las ventanas, puertas que chirrían, el goteo de algún grifo mal cerrado o susurros de extrañas procedencias.

Tratando de descubrir al dueño de una de esas voces me adentro en la despoblada segunda planta con paso temeroso. En el arranque de la escalera me encuentro con ella. Está vestida de un blanco irritante, tiene el rostro demacrado y una expresión lánguida, como de sueño. Al verme, su cara se desfigura de tal forma que el pánico se apodera de mí. Pretendo correr todo lo que da mi alma, huir a toda velocidad de la escena, pero mi espíritu no responde, atenazado por el peso de las odiosas cadenas.

Temo que si alguna vez reuno el valor suficiente para enfrentarme a uno de estos seres, apenas conseguiré pronunciar unas pocas palabras ininteligibles.


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30 julio 2009

Miradas congeladas


Cuando entré en la cámara frigorífica estaba muy lejos de sospechar lo que me iba a encontrar: todo un cajón lleno de cabezas, cuidadosamente ordenadas por filas, envueltas en plástico translúcido, a traves del cual solamente destacaba un único ojo, muy abierto.

Cada una de esas miradas congeladas, salvo por el color del iris, me devolvió por un instante la del famoso cuento de Poe, un odio sin medida generado por un simple globo ocular.

Venciendo ese sentimiento inicial producido por la secuencia lineal de cabezas cercenadas y ojos acusadores, pasé a observar con detalle el orden demente de la serie: los ejemplares estaban ordenados por fechas, anotadas con excelente caligrafía, siempre en color rojo. Cada sobre se llevaba exactamente siete días con su predecesor. Miré el último: había sido depositado el viernes pasado, justo hacía una semana.

Reparé entonces en el paquete que llevaba en la mano: una pequeña bolsa conteniendo una nueva cabeza de merluza. Era prácticamente imposible colocarla junto a la de sus hermanas, no quedaba espacio, así que, con algo de remordimiento, la arrojé al cubo de la basura.

Me tendré que animar a preparar un caldo de pescado, me dije, o si no, que se quede con los restos la pescatera.

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22 julio 2009

El lamento del marrano


Se me pone el vello de punta... cada vez que me siento amenazado, aunque el peligro se resuma en las gastadas uñas de una gata vieja.

Desde pequeño, he esmerado mucho el aseo personal, y a pesar de ello, encuentro quien certifica mi mal olor, asociándome al morador de las piaras.

Para ser sinceros, me consta que unos pocos admiran mi larga cabellera, cuando la despliego en los momentos de relajación absoluta.

A pesar de ellos, de mis pocos admiradores, pienso que es bien triste la vida del puercoespín.

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08 julio 2009

Ministro sin cartera


Al ministro sin cartera se le veía feliz, lucía siempre la mejor sonrisa del Gabinete. Una sonrisa que no perdía ni siquiera después de las deliberaciones del Consejo de Ministros de los viernes. Tras ellas, algún periodista le formulaba cualquier interrogante malintencionado, al que siempre respondía con un "Me alegra que me haga esta pregunta...", seguido de una respuesta calculadamente ambigua, expresada con su inmutable semblante.

No consiguió cambiarle el risueño rostro ni siquiera cuando el reportero de turno le preguntó sobre el rumor, cada vez más insistente, que corría por los pasillos del Congreso: encabezaba la lista negra de la siguiente crisis de gobierno.

Cuentan que cuando abrió el sobre lacrado con su cese, su sonrisa ensanchó todavía más su cara. A su lado, resplandecía un elegante objeto de cuero negro, carísimo. Ya no era ministro, pero tenía cartera.

El Presidente siempre tuvo esos detalles.

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01 julio 2009

Después de la operación

Los amantes - René Magritte

Cuando viera su dibujo sobre la Inmaculada Concepción, el que ella cuidadosamente guardaba en la mesilla de noche, descubriría que él era un impostor, un pintor bastante mediocre.

Esa mentira borraría las cien verdades de entrega incondicional, derrochadas entre aquellas cuatro paredes y en los largos paseos por el parque, cuando el calor del sol era la única promesa de luz para sus ojos.

Ella le entregaba su cuerpo, como un sucio intercambio, sin emplear a fondo sus otros cuatro sentidos. Si la operación tenía éxito, a ella también le costaría mucho más esfuerzo esconder la falacia de sus orgasmos.

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24 junio 2009

Solsticio


Me prometiste una noche mágica: espíritus que despiertan de largos sueños, pasiones desatadas, ritos iniciáticos, aventura, riesgo. Una fiesta.

Asistí, como mudo espectador, al desfile de cuerpos prestados, almas errantes, bailes frenéticos, miradas de noche, movimientos descompasados.

Y la fuerza de los cuatro elementos más viva, más intensa que nunca:
El fuego. Urgente. Destructor. Purificador.
El agua. Seductora. Renovadora. Balsámica.
La tierra. Desalmada. Inalterable. Alienante.
Y el aire. Voluble. Perturbador. Loco.

Hallé al final la recompensa de tu cuerpo, esencia de cuatro estaciones, resumen de cuatro elementos, albergue de noches sin luna.

Al alba, devueltos ya los fantasmas a sus cuarteles de invierno, desperté impregnado del olor acre a humo y sudor, con el eco de tu nombre pronunciado desde el desierto de mi garganta, atormentado por la resaca que me produjo el licor de tu presencia.

Tomé conciencia entonces de que, tras la plenitud de los días, mis pasos se dirigían, lenta, inexorablemente, hacia la más larga de las noches.

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17 junio 2009

De acuerdo con la norma


Aprovechando la invitación de Sofía para participar en El juego del Libro, se me ha ocurrido este relato con la frase del meme.

Las cajas generales de protección cumplirán todo lo que sobre el particular se indica en la norma UNE-EN 60439-1, tendrán grado de inflamabilidad según se indica en la norma UNE-EN 60439-3, una vez instaladas tendrán un grado de protección IP43 según UNE 20324 e IK08 según UNE-EN 50102 y serán precintables.


Después de leer tres veces la frase, seguía sin saber exactamente lo que quería decir, y tampoco conseguí encontrar a nadie en la oficina que me lo explicara de forma convincente.

La caja de marras era, en realidad, un pequeño armario de plástico con una puerta atornillada, que contenía bases portafusibles en su interior. Nadie había leído ninguna de las normas a las que hacía referencia el artículo, pero todos insistían en la importancia que tenía el papel que acreditara su cumplimiento.

Me acerqué al almacén de material más cercano, y pedí una. Comprobé que toda la documentación estaba en regla.

Al llegar a casa, desmonté las molestas bases, pues estorbaban para colocar el San Pancracio. Encendí el cirio, me arrodillé y entorné los ojos para rezarle una oración. Al poco, mi nariz percibió un ligero olor a chamusquina: la caja había alcanzado el grado de inflamabilidad indicado en la norma UNE-EN 60439-3.

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10 junio 2009

Contrato de construcción

Imagen tomada de Aida Emart

Era mi diluvio, pero no mi barca, argumentó el ingeniero Noé Laméquez ante el tribunal. Se defendía de una querella presentada por una asociación de especies extinguidas.

Mi barca, la que yo diseñé, tenía aproximadamente el doble de capacidad, pero el concurso de licitación solicitaba variantes más económicas y, encima, el contratista fue adjudicado con una baja temeraria.

Para colmo, aquellos enormes animales de las largas trompas ocuparon la bodega entera.

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02 junio 2009

Cenicienta maldita


Llovía afuera, y yo sin paraguas.


La lluvia había aparecido en el peor de los momentos. Si no me daba prisa, el agua borraría las huellas del asesinato que estaba investigando: una mujer joven estrangulada y violada en un descampado.


Cuando llegué, todavía se apreciaban unas grandes pisadas rodeando el cuerpo de la chica.


Mientras trataba de fijar esas huellas, alguien colocó un pañuelo sobre mi nariz.


Desperté, maniatado y descalzo, a varias manzanas del solar del crimen. Al volver al lugar de los hechos, observé con horror el reconocible dibujo de mis zapatos en el suelo.


El agente que me esposó calzaba un 48.


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26 mayo 2009

Amarillo


Acabo de dar los primeros pasos, y ya todo está amarillo, todo es amarillo. Claro que ese color es el resumen de lo que veo, el predominante en el paisaje y en mi ánimo.

El Camino es una fina línea ocre, un garabato en un lienzo monocromático manchado en algunos puntos con tonos verdes y rojos, pequeños puntos de apoyo que se me antojan insuficientes para cruzar este páramo.

A primera hora de la mañana, el rocío edulcora un poco la aridez salada del horizonte, disfraza de suave lana de oveja la salvaje piel de la meseta. Después, con el tiempo y los kilómetros, saldrá el león que lleva dentro el día e impondrá su ley severa, su código rígido frente a la que no cabe rebelarse. Para entonces espero contar con la ayuda de algún amigo, peregrino, sombra o fuente, que me permita suspender por un tiempo el castigo dorado.

Después de la siesta restarán un par de horas de camino inclemente, de interminables alfombras de trigo moteadas con parches de tierra seca, baldía; de la ciudad concentrada en un punto: una masa difusa, lejana, que irá creciendo, concretándose hasta definir nuevas líneas, nuevos volúmenes, y, finalmente, otros colores.

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19 mayo 2009

La mirada de la víctima

Entonces reconocí la mirada de la fotografía, esos ojos inquisidores sobresaliendo del óvalo perfecto de la cara, la crueldad corrompiendo a la belleza.

Un dramático presentimiento comenzó a crecer en mi interior cuando abrí el cajón de la mesilla de mi novio, y me asaltaron media docena de gestos reprobatorios, congelados en formato 10x15.

La página de sucesos me devolvió esos mismos rostros, con los ojos ya cerrados.Antes de escapar de la habitación, no pude resistir la tentación de mirarme frente a su espejo.

Mientras trataba de borrar de mi faz la dureza de la expresión, la puerta, silenciosamente, se abría.

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12 mayo 2009

Azul


La tarde me golpea con su azul celeste, intenso. He deseado tanto la llegada de este verano que, una vez alcanzado, se espesa en la boca del estómago como una comida copiosa mal digerida. Ella se ha ido a la playa, quizá sea eso lo que me pasa, o puede que sólo sea su ausencia la excusa perfecta que necesito para justificarme; pero ni siquiera este pretexto puede evitar que el calor, el tedio y la soledad me administren su dosis de angustia vespertina, esa cucharada de desesperación imposible de tragar.

Mi estancia en el claustro se parece demasiado a un paseo por el patio de una cárcel, una pausa entre la nada y la nada. Me desespera el sonido de mis propias pisadas y el eterno murmullo de la fuente, no puedo soportar alzar la vista yencontrarme con el azul maldito, impecable, sin una sola mancha, sin esperanzas de cambio.

La hora de marchar está llegando, pese a todo, y si no me doy prisa perderé el tren que me lleva hasta su playa. Quisiera concentrarme en ese último objetivo y romper las cuerdas que me atan a este verano aplastante, a este azul siniestro, tan claro por fuera y tan oscuro por dentro, pero sé que no conseguiré liberarme hasta que me despierte el pitido del tren, partiendo de la estación. Quizá entonces, cuando mi mente se encuentre viajando en otra dirección, el cielo que se filtre por la ventana no sea tan insoportablemente azul, y mi existencia se tiña de algún tono cálido, como el vertido por el ocaso de un sol gigante cuando es engullido por la insaciable sabana.

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Interpretación libre del famoso tema de Adriano Celentano.
Abajo os dejo una versión de Paolo Conte, más adecuada al sentido de la letra para mi gusto.





06 mayo 2009

Siempre llueve a las cinco


En Malasia siempre llueve a las cinco. Andrés cometió el error de no tomar esa frase como una verdad inalterable, un suceso tan predecible como el té de Carnaby St., o el clarín taurino del coso de la calle de Alcalá.

Miró el cielo, tan despejado sólo una hora antes, y decidió concertar la cita. Cuando las primeras gotas empezaron a caer, él ya andaba con el tiempo justo, apurando el coche, ciñéndose al dibujo de cada curva. A sus neumáticos le faltaba precisamente eso: dibujo; y el agua se escapaba mal de un caucho necesitado de agarre al sucio suelo.

Andrés pensaba en su cita cuando el coche empezó a derrapar al lado del precipicio, pero consiguió hacerse con el vehículo. La noche se acercaba, y ella llenaba su pensamiento. Abajo, las primeras luces se encendían, pero las sombras rompían la línea del abismo. Un ente oscuro cruzando, un volantazo, y el coche quedó a pocos metros de traspasar ese límite oscuro.

Vencido el puerto, llegó el llano. Los charcos. El atasco. La impaciencia. La imagen de ella dentro de él, esperando, exigiendo, enojada. El disco del semáforo que no cambia. El joven que cruza despacio, desafiante. Por fin, la meta. La plaza. Los jardines. Los bancos. Problemas de aparcamiento. Las cinco y media.

Ella no está, no llega, no aparece, no se la ve. Crece la angustia. Las seis.

Llaves chocando en su mano, suelo aporreado por sus pies. Andrés se levanta, se sienta, se levanta. Toma la decisión. Se va. No la verá más. Adiós.

Mas de repente, ella. Esbelta figura, cándida sonrisa, andares acompasados.

- Perdona el retraso. Ya sabes. En Malasia siempre llueve a las cinco.

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Las tertulias matutinas de los lunes dan mucho de sí


29 abril 2009

Primavera



Hoy no vengo a hablarte de flores silvestres, de verdes colinas, de temperaturas suaves, de mangas cortas, de cuerpos bronceados, de amores adolescentes, de coloridos bodegones ni de paisajes bucólicos.

Hoy vengo a hablarte de la violencia de la savia nueva erosionando sus conductos oxidados, de la violación de la tierra agrietada por el brote tierno, de la agresión infame del polen sobre mi cuerpo, de la lascivia salvaje que me provoca tu recuerdo, del macabro atentado matutino del despertador contra mis sueños.

Vengo a hablarte de lo repentino, lo cambiante, el desequilibrio, el desenfreno, la excitación, la ansiedad, la pasión, el exceso.

Esto es la primavera. Mucha vida de un trago. Pero existen otros cuentos.

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23 abril 2009

La resurrección de la ira


A mi San Jorge particular, el dragón le resucita de vez en cuando.

Esa bestia, que vive en mi interior, tiene un aliento con alto índice de octano, inflamable con una pequeña chispa encendida alrededor. Por esa razón, mi boca escupe un fuego altamente destructor cuando menos te lo esperas.

En el momento en que el santo se embute en la armadura, calza espuelas y blande su bruñida espada, mi alma ha pedido ya la declaración de zona catastrófica; pero no es tarde, pues el acero destruirá de nuevo las entrañas de la fiera, para devolverme una calma diferente.

Terminada la batalla, el guerrero permanecerá en guardia durante varias jornadas, hasta que la paz prolongada lo duerma en un placentero sueño del que, de nuevo, despertará al instante.



Para todos los Jorges, en especial para mi hijo.

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14 abril 2009

Pancho



- ¿Dónde está el perro?

- Ahí, donde siempre. No se ha movido desde que murió el abuelo.

A esta tarde de luto invernal sólo le faltan el brasero y la telenovela para completar un escenario típico de posguerra; pero son otros tiempos, la casa tiene calefacción central y en las ondas la actualidad manda.

Ahora, las noticias están llegando a su fin y el locutor repite las agraciadas seis cifras con estúpida claridad. Pancho alza las orejas, recoge un papel de la mesa y se va meneando el rabo.

- ¿Y el perro?

- Ni idea. ¿Has visto la primitiva?


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03 abril 2009

Viernes de Pasión


Lola - Pablo Picasso

La Lola de mi infancia fue mi primera novia, un cándido proyecto de esposa, una promesa de Dolores incumplida.

En mi juventud tuve -y todavía conservo- por amiga a una Lola auténtica, tanto, que precedía ese nombre al eterno acompañamiento de María. Tenía largos los rizos rubios, un café siempre delante y una silla cerca, y me consta que con el paso del tiempo ha procurado conservar esas compañías.

Apenas tuve tiempo de conocer a otra Lola anciana, que nos dejó sus dolores una noche de San Juan. Su hija, con la que tuve bastante más trato, compartía nombre, aunque parecía renegar de él, como si de esta forma huyera de su significado. Se hizo llamar Maruja, Maruja la de Lola.

La suerte no me ha permitido conocer Lolitas ni Lolines, dos alteraciones de la misma especie totalmente contrapuestas. Tampoco se me presentó una María Dolores como la del bolero, aunque he conocido mujeres así con otros nombres.

Podría excitar mi imaginación con Lolas futuras, pero no deseo reservar geometrías definidas para ellas. Si algo quiero pedir para las que vengan más adelante es lo que las une a su onomástica: la pasión. Eso sí, a ser posible, sin clavos, latigazos, ni sangre en los ojos.

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Dedicado a todas las María Dolores, Dolores, Lolitas, Lolas y derivados, y en especial a las mías.



31 marzo 2009

Alma en pena



Cerré la puerta sin hacer ruido. No quise que nadie se despertara, aún sabiendo de sobra que en aquella casa no se dormía. Urgía abandonar aquel lugar con la mayor discreción. Me sentía un extraño allí.

Quizá fuera porque ya no quedaba nadie vivo a quien asustar, o tal vez fuera que, en el fondo, siempre he sido un fantasma tímido.

Ahora vago por los arrabales en busca de morada nueva y los que me ven me llaman alma en pena.

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27 marzo 2009

Joyas de quita y pon



La insignia que ella siempre lucía antes de que los bombardeos acabasen con él era una cruz gamada de oro puro con un pequeño diamante incrustado en el centro. A Elena le resultó mucho más sencillo desprenderse de su amante que de la maldita joya: bastó una cita en el cuartel general de las SS a la hora programada y los aviones hicieron el resto.

Mientras caía la tormenta de plomo sobre París, ella encontraba abrigo en los brazos de un joven oficial de la Resistencia, dentro de un refugio antiaéreo denso de esperanza y miedo.

A la mañana siguiente, con el cielo ya despejado de muerte y nubes, sacó a pasear su nuevo anillo de brillantes cerca del edificio en ruinas donde yacía su antiguo hombre, y, al igual que el resto de los felices viandantes, no dudó en escupir sobre los negros cimientos todavía humeantes del local.

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04 marzo 2009

La saliva del perro de Pàvlov



Querida Montse:

No te extrañará que te escriba, sabes que me gusta compartir contigo mis inquietudes y esta es la forma en que mejor me expreso. No se me escapa que son excepcionales las veces que me lees, pero te recomiendo que esta vez lo hagas, aunque atenderme no entre en tu atiborrada agenda. Este texto será probablemente lo último que te escriba y pretende ser un resumen de los meses vividos contigo.

Nada más entrar en mi vida impusiste una estricta liturgia que ordenaba cada uno de nuestros actos sin dejar un hueco mínimo para la improvisación. Los actos ordenados, meticulosos, exactos, que fuiste introduciendo poco a poco, tenían siempre la recompensa del éxtasis más absoluto cuando eran correctamente ejecutados. La sofisticada combinación de placeres con la que me premiabas compensaba sobradamente el humillante preludio por el que necesariamente tenía que pasar.

Pero llegó el día en que decidiste terminar con esa sabrosa zarzuela para mis sentidos y continuaste exigiendo, sin embargo, el absurdo procedimiento para obtenerla. Recuerdo que me sentí como un niño al que arrebatan de golpe su mejor juguete.

Durante un tiempo seguí esperando. Cada día ponía más cuidado en ejecutar con mayor precisión cada uno de los movimientos que componían la repugnante coreografía de tu capricho, esperando siempre el regalo con la amarga sensación de haber cometido algún indetectable fallo. El premio, por supuesto, nunca venía. Tampoco ninguna explicación.

Nadie se asombrará si digo que con el tiempo dejé de esperar. Ahora, ya seca la saliva del perro de Pàvlov, tu sofisticada representación suena a la letanía de un rosario murmurado entre dientes, y tu imponente figura recuerda la de un pirata borracho saltando sobre la santabárbara de un barco en llamas.

Cuando leas esta carta comprueba que ya sólo ella te pertenece. He vendido todas tus pertenencias y sacado todo el dinero del banco. Me llevo lo que precisas, y lo que no, está ordenado por tamaños y colores en sus correspondientes cajones, como a ti te gusta. A las 10 en punto no tendrás la cena hoy, como acostumbras. Tampoco dejaré la llave del gas cerrada. Es más, he dejado abierto un quemador de la cocina y la puerta cerrada.

Espero que tengas la suficiente paciencia esta vez de terminar de leer lo que te escribo y no entres fumando a saquear la nevera. Son dos cosas tuyas que siempre me han molestado.


Hasta nunca.


El perro de Pàvlov

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18 febrero 2009

Sírvase bien caliente...



Foto tomada en Saboritja

Nada más presentarte muestras una personalidad bipolar, formada por un fondo translúcido, casi transparente, que aventura un carácter apacible, risueño y dulzón; y una superficie enigmática y oscura, que avisa de comportamientos temperamentales y violentos. Esa rara combinación puede producir efectos impredecibles entre quienes no te conocen, pero atrae irremediablemente a los que frecuentamos tu compañía.

Siempre habrá quien opine que te conoce como un libro abierto, que no tienes secretos, pero ¿quién no los tiene? Tal vez los tuyos se puedan escribir a modo de fórmula magistral de farmacéutico, o admitan sólo una transmisión oral entre personas iniciadas; pero son enigmas impenetrables para la mayoría de los humanos que te disfrutan.

Inciertos son tus orígenes, materia de polémica entre expertos y tertulianos. Opinan algunos que provienes de las tierras más remotas de Africa y conservas el aroma intenso de la libertad indómita, salvaje. Otros aseguran que tus raíces están en las Américas, al otro lado del océano, y que es tu sangre una mezcla explosiva de civilizaciones legendarias. Tal vez tengan todos una parte de la verdad.

Lo que nadie puede discutir es que tu esencia se nutre de sabores primitivos y antiguos, y tu carácter se ha fraguado a fuego lento con llamas de suave color azul, con el mimo de un artesano cuidadoso que emplea sus horas en obtener un objeto valioso y único.





... con su trocito de limón y sus granos de café recién tostado.



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10 febrero 2009

el entierro del enterrador



El enterrador escogió para su eterno descanso el mejor nicho del cementerio, pero en cambio tuvo mal gusto para su epitafio.

"Hizo del óbito un hábito", la frasecita de marras, quedaba algo pedante, y más apropiada, en cualquier caso, para un asesino a sueldo que para un probo funcionario con inmaculada hoja de servicios.

Salvo el párroco y el nuevo empleado municipal, nadie más acompañó al finado en su último viaje, él que jamás falló a esa cita con nadie en los últimos cuarenta años.

Ahora, en su nueva morada, todos sus antiguos clientes le esperan con una larga lista de reclamaciones: que si entra el frío por las rendijas, que si me dejaste tirado de cualquier manera, que cómo se te ocurrió dejarlo al lado de su suegra; y su sucesor en el cargo anota mentalmente la soledad de la ceremonia mientras deja crecer el largo bigote de la tristeza.

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04 febrero 2009

Mudo estofado


Verdaderamente una delicia para los sentidos. El estofado venía precedido de un olor tan agradable que los comensales podían imaginar la deliciosa textura del guisado aún antes de que éste llegara a sus platos.

Una vez servido, el silencio se veía interrumpido solamente por el sonido de las gargantas deglutiendo aquel manjar exquisito.

Atento a los placeres de esa carne, lejos estaba de sospechar que aquel mutismo obedecía menos al deleite de la degustación y más al temor de ser un ingrediente más en el siguiente menú del caníbal dictador.

Una silla vacía era la muda demostración del hecho.

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28 enero 2009

Barbecho


Imagen tomada del siguiente enlace



La escarcha cubre de blanco la tierra cansada, olvidada al lado del campo roturado que espera.

Por ahora nada aventura una nueva cosecha y el frío viento devastador mata cualquier esperanza de vida en su vientre. Así que el terreno solterón, abandonado, ya no espera, y sus horas no son nada más que una sucesión lenta de minutos sin sentido.

A lo lejos se observa el resplandor rojizo de una hoguera. Alguien aventura, alguien celebra. Mientras, la parcela yerma mira escéptica.

La desesperanza ya no desea, pero el chisporreteo de las llamas parece augurar el sol inclemente del verano, y el dorado balanceo del trigo sobre los campos. Bajo su piel arrugada por surcos demasiado antiguos, de agua y de hielo, el deseo de la suave barba de espigas parece despertar lentamente de su injusto cautiverio.

Juanjo Montoliu Marcet - Enero de 2009

23 enero 2009

El conejo en su madriguera


La vida de Loles cambió el día que un compañero de clase, el típico niño borde, tuvo la clásica asociación de ideas mientras observaba aquellos poderosos incisivos superiores ligeramente adelantados sobre los maxilares inferiores, aquella rotunda realidad de marfil impidiendo el natural cierre de su boca pequeña.

La penosa travesía entre aquel cruel apodo infantil y el lascivo título de playmate fue, en resumen, un ejercicio de lacerante penitencia, cuyo único objetivo era ganar la estima de los demás y recuperar la propia, a base, al principio, de rebeldía y descaro estudiados, y después, de sexo fácil con hombres desesperados; pero un inesperado casting lo cambió todo.

La fama, a pesar de su brevedad, le sirvió para engrosar sus cuentas bancarias y conquistar una discreta y confortable independencia, a mucha distancia de los dimes y diretes del mundo rosa. Su vida, entonces, se llenó más de flashes y entrevistas, que de noches de blanco satén; y si sacamos las cuentas, su mullido y oscuro sexo, tan visto y cantado, fue muchas más veces objeto de deseo que plaza conquistada.

Quién iba a decir que la Loles, la vejada Loles, la ignorada Loles, la cantada Loles, terminaría siendo cartel de busca y captura de cazadores al más puro estilo de Elmer Gruñón, sin que a ella le costara gran trabajo mantener a salvo su madriguera.

Ahora vive allí, rodeada de cosas inútiles, balanceando en su hamaca los largos dientes manchados de café y tabaco, mientras vuelca sus pequeñas gafas sobre un libro de Lewis Carroll, que lee y relee.

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Celebremos el Día del Conejo como se merece.

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14 enero 2009

La fosa de los villanos



Nadie le explicó en qué consistía ser valiente.

En su larga carrera de marino, con demasiadas millas recorridas por todos los mares navegables, el capitán no se había hallado nunca en el trance de decidir si prefería pasar a la historia como un héroe, o ser uno más de la gran fosa de los villanos.

Sin embargo ahora, en el momento en que su barco se está yendo a pique, todo el valor supuesto, el enseñado en las ordenanzas, el novelado en mil páginas de literatura épica, permanece dormido o muerto.

El miedo, ese sentimiento incomprensible para él, atenaza sus músculos aún cuando el deseo de aferrarse a la vida le invita a huir cuanto antes de la muerte segura. Mientras observa cómo los últimos tripulantes se hacinan dentro del bote de la única esperanza, siente unas ganas irrefrenables de saltar en él, de gritar, de pegar un puñetazo a algo, o a alguien; pero, en cambio, se deja caer sobre la silla, y llora.

Llora mientras el silencio le devuelve los tonos de sus S.O.S., tecleados con desesperación desde la radio; llora mientras el sonido brusco del bote cayendo sobre las olas agitadas se lleva su última oportunidad; llora mientras el murmullo del agua, mansa pero inflexible, sube por encima de sus tobillos.

Sólo entonces, en su última hora, cuando su vida ya no vale nada, se ajusta el chaleco salvavidas, dispuesto a ser tragado por ese mar impío que le espera para devorarlo. Se santigua mecánicamente antes de lanzarse y toma impulso para llegar lo más lejos posible. Las aguas frías matan el sonido mecánico con el que la radio despierta de su prolongado letargo, antes de ser engullida, a su vez, por el inclemente elemento.

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05 enero 2009

El cuarto rey mago



Del fascinante viaje de los Reyes Magos nos han llegado más incógnitas que hechos realmente comprobados. Historiadores de la época y modernos investigadores coinciden únicamente en la existencia de una aventura, entre esotérica y científica, de una comitiva de personas de diferentes procedencias, razas y religiones, persiguiendo unos extraños signos celestes que les condujeron finalmente a la recóndita aldea de Belén.

Si eran científicos, magos, reyes o misteriosos alquimistas parece ser lo de menos, como también parece importar poco sus lugares de origen y los objetivos que les impulsaron a emprender tan largo trayecto.

La leyenda, más que la historia, ha reducido a tres los personajes principales de este viaje, pero no está escrito en ningún sitio que el número exacto fuera ese. De hecho, algunos testamentos apócrifos hablan de un cuarto rey, un viajero enigmático, engullido por las fauces del olvido.
Ese cuarto sabio pudo ser un niño, y su nombre, escrito en lenguas perdidas, se podría traducir como Inocencio.

En su personalidad destacaba un apetito insaciable por el conocimiento, combinado con la necesidad constante de diversión, propia de su edad y difícilmente compatible con la aburrida metodología de sus compañeros de ruta.

Las leyendas no aclaran la edad del niño y dudan hasta del sexo de la criatura, pero parecen coincidir en el hecho de la abrupta desaparición del camino. Al parecer, el rey Inocencio, o la reina Inocencia, se extravió con todo su alegre séquito, cuando comprendió la verdadera naturaleza de sus acompañantes, a una edad comprendida entre los 6 y 10 años. No se sabe si consiguió terminar el viaje, ni cuál era el regalo que destinaba al niño Jesús, pero parece claro que el mundo de los adultos serios, circunspectos y serviles que lo acompañaban, no cuadraba con su forma llana de concebir la vida.

Los testigos, compañeros de ruta del infante, lo recuerdan como una presencia lejana y agradable, como un sueño dulce y placentero del que despiertan todas las mañanas del 6 de Enero, cuando calculan, a ojo de buen cubero, cuanto dinero habrán costado los regalos depositados debajo del árbol de Navidad.

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