24 septiembre 2009

El nudo de la corbata


Averiguar quien era la mujer que me estaba anudando la corbata era tarea poco menos que imposible ahora que mi padre descansaba dos metros bajo tierra. No me quedaba ningún pariente vivo más, así que ya podía estar horas mirando aquella vieja foto de la primera comunión. La devolví al cajón y me eché a dormir.

Olvidé aquella imagen por un tiempo, pero un día rebuscando entre los viejos papeles de mi padre encontré otra instantánea de aquella señora. Continué buscando por toda la casa. Dentro de la caja fuerte me esperaba una sorpresa todavía mayor: un album de fotos en el que ambos pasaban por la vicaría.

Todavía me preguntaba qué demonios quería decir aquello cuando sonó el timbre. Tras la puerta aguardaba un hombre trajeado con un espantoso nudo italiano en la corbata. Reconocí en su cara mis propios gestos, mis arrugas algo más marcadas, y mi frente mucho más despejada.

Hice pasar a mi hermano al salón. Tenía muchas preguntas que hacerle y algunos objetos que devolver: el album de fotos de sus padres, el traje de la primera comunión, y quien sabe si la mitad del suelo que estaba pisando.

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10 septiembre 2009

Pasatiempos de una noche de verano (y II)

"Salamanquesa: el viaje", 200x160 cm. Mosaico sobre pared. 2006
Obra de LaMariola


Para un niño aburrido como yo, el combate que se avecina tiene mucho más interés que el transmitido por un locutor demasiado monótono. Es la estrategia de un cazador nato mostrada en vivo y en directo. El cazador permanece inmóvil durante unos minutos interminables, en los que yo no me atrevo ni a parpadear. La presa está todavía demasiado lejos. Cuando mi retina empieza ya a fijar la posición del reptil, cuando su cuerpo grisáceo comienza a confundirse con el blanco sucio del techo, sus pasos cortos y rápidos consiguen sorprenderme y doy un salto en la tumbona. En la tele, el gong anuncia el undécimo asalto.

La salamanquesa se ha detenido a pocos centímetros de su presa y permanece así unos segundos más. La imagino calculando el tiempo que necesita para dar su golpe mortal, buscando el mejor ángulo para sorprender a su contrincante. En el ring, Evangelista tiene al suyo en el suelo y comienza la cuenta atrás. Por un momento, la caja tonta acapara toda la atención. En la terraza, hasta mi abuela aguanta la respiración esperando el fin de los diez segundos fatídicos.

Cuando el árbitro levanta la mano del campeón, mi vista se dirige rápidamente hacia el techo. Sólo me da tiempo a ver cómo el reptil se esconde de nuevo entre las sombras.

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08 septiembre 2009

Pasatiempos de una noche de verano (I)


El verano se espesa en esta noche de principios de setiembre. El termómetro no baja de los 25ºC y nadie muestra ninguna intención de ir a dormir. En la amplia terraza cada uno ocupa su sitio, más o menos enfrente del minúsculo televisor en blanco y negro, que despliega sus dos antenas hacia un cielo poco interesado en mostrarle una señal nítida. Tampoco hay mucho que ofrecer; en la única cadena operativa retransmiten un aburrido combate de boxeo. Alfredo Evangelista pelea contra un francés por el título europeo de pesos pesados.

Mientras tanto, mi abuela, ajena al bochorno, trata de hacer punto con la poca luz existente, retorciendo los dedos con las agujas, el chal encima de sus hombros por si sopla la tramontana de repente. Mis padres se cuentan las últimas novedades de la familia y repasan las viejas anécdotas tantas veces repetidas. Mi hermana hojea una revista con desgana, pasando con velocidad las hojas, y yo me revuelvo inquieto en la tumbona, pues ni el combate ni la charla me interesan y acostarse a esas horas sería como reconocer una humillante derrota. Tiempo habrá de ajustarse a los horarios rígidos del invierno.

En el techo de la terraza una moldura de escayola recorre todo el perímetro, formando oscuros recovecos donde se oculta la salamanquesa. En el centro, dos pequeñas lámparas ofrecen una luz insuficiente para la sala, pero de enorme interés para las palometas, que intentan en vano posarse sobre la superficie incandescente de las bombillas. Tras unos minutos de vuelo agotador, los insectos se rinden, descansando su frustración en las proximidades de las luminarias.

Entonces, la salamanquesa se muestra.


(continuará)