30 octubre 2015

Antes del otoño




La imagen es de Rodney Smith y el texto lo escribí para los Viernes Creativos.


Aquel verano no hubo golondrinas. Ni oscuras ni de las otras. Tampoco cometas, castillos de arena y helados de chocolate. Dimos largos paseos, si se le puede llamar así. Búsquedas desesperadas de un hombre con sombrero, que no recordaba dónde estaba y empezaba a olvidar quién era. Alguien con mis mismos apellidos, mirada perdida y sonrisa bondadosa. Aparte de eso, recuerdo que leí un libro, solo uno, y que dejé dentro los restos de la última mariposa que cogimos juntos, en los últimos días de primavera, cuando el estío todavía era posible.

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25 octubre 2015

Complicidad con poco queso

Hace mucho tiempo, en un lugar de la galaxia...

De vez en cuando, me tropiezo con Nuria. Parecen encuentros casuales, aunque es posible que obedezcan a alguna desconocida ley de la estadística, encargada de reunir a los solitarios crónicos cada vez que la vida nos altera los largos periodos de estabilidad anodina. Es decir, por algún misterioso motivo aparece Nuria algo después de que a mí me haya pasado algo o de que a ella se le haya torcido algún paso.

A menudo, antes de vernos, los dos ya sabemos las novedades del otro. Así que la conversación gira alrededor de temas intrascendentes, hasta que se produce el silencio incómodo en el que ambos nos planteamos si deberíamos contarnos lo que ya sabemos por otros.

Es un pequeño instante que suele terminar con una carcajada común. A veces, es ella la que empieza. Otras, soy yo. Antes de dar el paso incómodo de comunicar las malas noticias, los dos preferimos refugiarnos en un tiempo pasado, en el interior de una pequeña tienda de comestibles del Pirineo francés. 

Viajar hacia las estanterías repletas de productos de nombres extraños, rememorar las ganas de probarlo todo, de aceptar de buen grado sabores nuevos. Volver a situarnos frente a ese pequeño plato, junto a la puerta, con unos extraños cachitos de color marrón en forma de luna menguante. Nuestras miradas que se cruzan fugazmente y los dedos de uno -no recuerdo quién- que se lanzan hacia uno de esos manjares. Los del otro, que siguen sin pensar ese primer impulso.

En ocasiones, mientras recuerdo la escena, me ha dado por contar el tiempo que transcurrió entre la primera mirada curiosa, nada más observar el plato, y las de asco y vergüenza, tras comprobar que lo que nos acabábamos de llevar a la boca eran los restos de algún queso exquisito degustado por otros comensales, a juzgar de los pocos restos que habían quedado en las cortezas. Uno, dos, tres, cuatro segundos. Más o menos lo mismo que duran los silencios cómplices.

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