Cuando llegan estos días del mes, Sara cambia de comportamiento. A pesar de estar prevenido, no me acostumbro al trato áspero, a los continuos reproches y esa especie de odio, a duras penas reprimido, que le inspiro.
Esta mañana, por ejemplo, le ha molestado que la taza estaba demasiado caliente y ha vertido parte de la leche sobre el platillo al tocarla. Al tratar de disculparme, me ha lanzado una mirada de esas que duelen y después, ha girado la cara.
Yo me he sentido culpable, claro. No del error comprensible de haber añadido algunos segundos de más a la rueda del microondas. Culpable, tal vez, de haber fracasado en esa misión grabada a fuego en mi código genético, que consiste en fecundar un óvulo, puntualmente preparado al ritmo de unas hormonas frenéticas y tornadizas.
Sus ojos se dulcifican ahora por la turbidez de una lágrima que no tardará en salir. Ella alarga la mano buscando la mía, firmando una tregua que más parece un indulto, amagando una disculpa que no suena a sincera.
- Perdona, no sé qué me pasa estos días.
Yo la abrazo con fuerza mientras anoto mentalmente la fecha. Tercera semana de mes. Y cuatro más por delante para el próximo juicio.
-.-