Me hago muchas preguntas
sobre las olas.
¿Cuándo empieza una ola?
Quisiera plasmar el momento
en que las aguas
se elevan,
se contorsionan,
se deforman,
se alteran perdiendo
su perpétua calma.
Debe ser como el estallido
de un rayo invisible,
o como el chasquido
de una rama al quebrarse,
o como la estela
de una estrella fugaz.
Algo mágico e irrepetible.
sobre las olas.
¿Cuándo empieza una ola?
Quisiera plasmar el momento
en que las aguas
se elevan,
se contorsionan,
se deforman,
se alteran perdiendo
su perpétua calma.
Debe ser como el estallido
de un rayo invisible,
o como el chasquido
de una rama al quebrarse,
o como la estela
de una estrella fugaz.
Algo mágico e irrepetible.
¿Cómo abarcar una ola?
Rebusco entre mis instrumentos de medida
y no encuentro el adecuado.
Me resulta imposible detectar
el principio y el fin de la ola,
así que descarto el teodolito,
las estaciones de trabajo,
las sencillas cintas métricas
o los lineales punteros láser.
Tendré que imaginar
una ola probable,
una campana de Gauss
entre dos límites aberrantes.
A partir de ahí,
asumiendo el error,
buscaré el horror
de lo impreciso.
Pequeña, mediana, grande.
Inabarcable, en todo caso.
¿Cuánto dura una ola?
Quisiera escribir las memorias
de una de ellas.
Asistir a su nacimiento,
olvidando la placenta materna
en el fondo de sus aguas.
Observar como crece,
recorriendo sin prisa
la superficie del mar que la acoge,
como un diapasón perezoso
sin intención de alcanzar su extremo.
Comprobar cómo se alza,
desafiando a su peso
y cómo se inclina,
frenética, obsesa, vertiginosa,
hacia un final tan dramático
como una estocada,
o un infarto,
o un atentado terrorista.
Y parar de nuevo el reloj
mientras las ondas,
ya muchas,
las hijas de la debacle,
se disuelven en el lecho
perpétuo y frío
de la superficie marina.
¿Cómo adaptarse a una ola?
Busco y no encuentro
las bridas para cabalgar
sobre una ola.
Tampoco observo estribos
ni veo albardas.
La única opción que me deja
su superficie cambiante
es montar a pelo,
adaptar mi finita anatomía
a sus imposibles curvas.
Durante un tiempo
nuestros ritmos coinciden,
su fuerza me tolera,
y mi físico aguanta sus embestidas,
como en la doma
de un caballo salvaje.
Es un milagro posible.
Cuando llegamos a la orilla,
la arena es el preludio
de un cálido sueño.
-.-