22 marzo 2010

Breve cuestionario sobre las olas


Me hago muchas preguntas
sobre las olas.

¿Cuándo empieza una ola?
Quisiera plasmar el momento
en que las aguas
se elevan,
se contorsionan,
se deforman,
se alteran perdiendo
su perpétua calma.
Debe ser como el estallido
de un rayo invisible,
o como el chasquido
de una rama al quebrarse,
o como la estela
de una estrella fugaz.
Algo mágico e irrepetible.


¿Cómo abarcar una ola?
Rebusco entre mis instrumentos de medida
y no encuentro el adecuado.
Me resulta imposible detectar
el principio y el fin de la ola,
así que descarto el teodolito,
las estaciones de trabajo,
las sencillas cintas métricas
o los lineales punteros láser.
Tendré que imaginar
una ola probable,
una campana de Gauss
entre dos límites aberrantes.
A partir de ahí,
asumiendo el error,
buscaré el horror
de lo impreciso.
Pequeña, mediana, grande.
Inabarcable, en todo caso.


¿Cuánto dura una ola?
Quisiera escribir las memorias
de una de ellas.
Asistir a su nacimiento,
olvidando la placenta materna
en el fondo de sus aguas.
Observar como crece,
recorriendo sin prisa
la superficie del mar que la acoge,
como un diapasón perezoso
sin intención de alcanzar su extremo.
Comprobar cómo se alza,
desafiando a su peso
y cómo se inclina,
frenética, obsesa, vertiginosa,
hacia un final tan dramático
como una estocada,
o un infarto,
o un atentado terrorista.
Y parar de nuevo el reloj
mientras las ondas,
ya muchas,
las hijas de la debacle,
se disuelven en el lecho
perpétuo y frío
de la superficie marina.


¿Cómo adaptarse a una ola?
Busco y no encuentro
las bridas para cabalgar
sobre una ola.
Tampoco observo estribos
ni veo albardas.
La única opción que me deja
su superficie cambiante
es montar a pelo,
adaptar mi finita anatomía
a sus imposibles curvas.
Durante un tiempo
nuestros ritmos coinciden,
su fuerza me tolera,
y mi físico aguanta sus embestidas,
como en la doma
de un caballo salvaje.
Es un milagro posible.
Cuando llegamos a la orilla,
la arena es el preludio
de un cálido sueño.

-.-

16 marzo 2010

Un extraño asesino


Alberto Peláez es un sicario, un asesino a sueldo.

Quisiera decir de él que es un gran profesional, una persona fría y metódica, que ejecuta sus trabajos con limpieza y discrección. Pero no es así.

Es cierto que durante un tiempo lo pareció. Cada encargo recibido era ejecutado con rapidez y eficacia, con la crueldad propia de su oficio, pero sin excesos de sangre y tripas esparcidos, algo que considero de mal gusto. 

Pensaba que me encontraba con un empleado ejemplar, y por eso lo hice llamar a mi despacho. En esa reunión empecé a sospechar que algo no funcionaba bien en esa mente tan dotada, por otra parte, para segar vidas ajenas.

Apenas entrar en el despacho, Alberto empezó a comportarse de forma realmente extraña. Se negó a sentarse y se colocó en un extremo de la sala. Le pareció mal el color de las paredes y la presencia de un espejo pareció irritarle. Nada más recibir mi felicitación, cogió el sobre con el premio y salió corriendo sin despedirse ni dar las gracias.

En otra ocasión, para atender una urgencia, tuve que acudir a su casa. Me recibió con un kimono y estuvo muy amable. Sin venir a cuento, quiso explicarme con todo detalle las razones por las que su cama estaba extrañamente torcida dentro de la habitación, el sofá colocado donde yo hubiera instalado la tele, y los extraños colores con los que pintaba cada estancia. Me explicó algo muy raro sobre corrientes de energía, elementos básicos y una extraña palabra que lo resumía todo: feng-shui.

Alertado por su comportamiento, invertí parte de mi tiempo en espiar sus acciones. Quise saber cómo se desenvolvía en el trabajo y, para ello, le coloqué, sin que lo advirtiera, los más modernos sistemas de grabación de que dispone la tecnología. Los resultados fueron sorprendentes.

Alberto se hacía pasar por fontanero para poder entrar en las casas. Parecía estar tranquilo cuando se introducía en ellas, pero al poco empezaba a sentirse incómodo. Entonces comenzaba a discutir con  su víctima hasta perder los estribos. Su último acto siempre consistía en una certera puñalada en el corazón, con una limpieza y precisión magistrales, tengo que decir.

Estudiando los diferentes casos y ayudado por grabadoras de mayor precisión, conseguí atar los cabos sueltos. A Alberto le irritaba especialmente pasar algún tiempo en casas no sujetas a las normas del feng-shui. Aprovechaba la ira producida por ese hecho para reunir la decisión necesaria para ejecutar los crímenes.

Tras una ligera meditación no encontré ningún inconveniente en que siguiera actuando igual, pues el resultado era similar al de cualquier profesional. Pero un encargo de lo más habitual me hizo cambiar de opinión. Se trataba de un marido desesperado, hasta las narices de la parienta por sus incurables obsesiones. Pensé que Alberto realizaría el trabajo con la rapidez habitual y me olvidé del tema. 

Hace unos días, para mi sorpresa, me vino la misma víctima a reclamar mis servicios. Tenía un fontanero metido en casa, encantado por la decoración de la misma, y dispuesto a quedarse para toda la vida. No encontraba forma alguna de echarlo de allí.

Ahora tengo un problema. Necesito a un asesino que asesine a mi asesino, después de que éste haya asesinado a mi cliente, al que deberé pedirle mis honorarios por anticipado. Un lío.

Pensándolo bien, Alberto Peláez no ha resultado ser un buen sicario.

-.-

06 marzo 2010

La colla del Rei Barbut


La imagen es de Quim Granell

Estaban a punto de llegar las fiestas, y yo, inconsciente, había comenzado a relajarme. Por eso, el correo real quizá me sorprendió más de lo debido.

El rey paseaba nervioso por la Sala del Consejo, sin saber que hacer con las manos, unas veces en la espalda, otras en las barbas.

- Me temo que va a ser imposible evitar la guerra- me dijo. El príncipe Garxolí está muy enojado y ha desplegado todo su ejército frente a nuestros dominios. Tienes plenos poderes para defender el reino.

Frustrada ya toda esperanza de endulzar mi gaznate con el rico moscatel carmelitano, decidí pasar revista a las tropas.

Nuestros efectivos se reducían a un ayudante cenizo, un robusto querubín de rosados mofletes, un rechoncho devorador de frutos con hueso, y un forzudo leñador con pino recién arrancado.

Con semejante compañía, vencer a tan poderoso enemigo se me antojaba misión imposible.

-.-
Este relato es un pequeño homenaje al autor castelonense Josep Pasqual i Tirado y a su genial obra Tombatossals, y ha sido premiado por Radio Castellón en el concurso semanal de microrrelatos de esta semana.