30 diciembre 2007

El precio del alma

Imagen tomada de Dimensión desconocida
El diablo vino a tomar el té a la hora señalada. Lo reconocí en seguida; era el mismo hombre con el que firmara el contrato diez años atrás. Su aspecto era impecable, el traje le caía como una segunda piel sobre su cuerpo bien proporcionado. La tez morena, la barba corta, cuidadosamente afeitada, y su mirada pasional, intensa, completaban la estampa de un hombre juvenil tremendamente atractivo.

Le pregunté si había venido a cobrar su deuda. El plazo había expirado, y yo aguardaba, casi deseaba, un desenlace rápido, y el eterno castigo pactado. Desde que contrajera el fatal compromiso, mi alma no había conocido el descanso.

¡Infeliz! - me dijo- Te concedo una prórroga por otros diez años.

¿Diez años? ¿Otros diez años alimentando la esperanza de un feliz desenlace? ¿No es suficiente infierno la incertidumbre de la espera?

Comprendí entonces que la angustia no me abandonaría jamás. Mi temido interlocutor ya se había cobrado su deuda el primer día.


P.D. ¡Feliz Año Nuevo! a todos.

22 diciembre 2007

Por la noche

El aula estaba más llena de lo habitual por aquellas fechas. El profesor agotaba los últimos minutos de la clase, del día, de la semana. Las caras mostraban desgana y cansancio, el incesante giro de las cabezas y el rumor creciente en la sala eran clara demostración de la impaciencia del personal por escapar de la asfixiante custodia de aquellos fríos muros de gotelé blanco.

Don Julián terminó de escribir el corolario en la pizarra, y, tras dejar un tiempo prudencial para copiarlo, comenzó a borrarlo con lentos movimientos mecánicos con el sonido de fondo de papeles recogidos, carpetas cerradas y sillas chirriantes.
Devuelto el verde lienzo a su original aspecto, el profesor, tras girarse, alzó un poco la voz, agitó las manos, y se hizo el silencio.

- No se vayan todavía. Tengo que anunciarles la fecha del próximo examen parcial. Será el día 24 a las 9.

- ¿El 24? Pero si el 24 es Nochebuena. -sonó una voz indignada-

- ¿Nochebuena? Nochebuena es por la noche.

19 diciembre 2007

Entre santas y calvos


Iba a comenzar el texto con una frase tipo "Me gusta comprar lotería en Santa Catalina", pero la verdad es que nunca lo he hecho; así que no sé si realmente me gusta. Tal vez "Me gustaría comprar ..." sería más adecuado, pero no tiene mucho sentido. "En Santa Catalina existe una famosa administración de loterías que..." No, tampoco me convence.

El caso es que hoy quería hablar de Santa Catalina, y de la lotería. A todo esto, no estoy escribiendo sobre mártires ni monjas de clausura. Me refería a la plaza, a la iglesia, y sobre todo a la torre, situadas todas ellas en el centro de Valencia. ¿Qué me atrae de su esbelta belleza? Pues no sabría deciros. Seguramente el hecho de ser la segundona, un bello talento más, eclipsado por la siempre exagerada fama del Micalet, la torre que preside la catedral de la ciudad del Turia.

Siento cierta simpatía por los segundos, esos entrañables personajes condenados a ver menguado su prestigio a costa de los siempre sobrevalorados méritos de los primeros. Los segundos vienen a ser la nobleza de los perdedores; gentes con reconocimiento social, con galones, pero sin derecho a llevar la aureola sobre sus cabezas. La torre de Santa Catalina es un ejemplo más, una hermosa perdedora, una novia despechada por el popular gigante Micalet, que la observa desdeñoso desde la otra punta de la Plaza de la Reina.

Y en la plaza de Santa Catalina, existe una administración de lotería con bastante fama, como si la superstición popular intuyera que, bajo la mirada protectora de la derrotada, aflorará mejor la apreciada rosa de la suerte.

Todos los años me hago el propósito de comprar algún décimo en ese local, y todos termino desistiendo. Este año tampoco va a ser la excepción. Ya no me da tiempo. Además, tenía el propósito de compartir con vosotros el billete comprado, tal y como hizo Carmen el año pasado, iniciativa que me gustó y a la que me sumé con mucho agrado.

Me gusta compartir lotería. Sea de donde sea. Comprar un décimo a medias, o entre varios amigos, parece que me une más a ellos, es como escoger a tus acompañantes en el camino de la fortuna, que viene a ser la isla desierta por la que alguien inevitablemente nos pregunta. ¿A quién te llevarías? Pues a ti, mi amor, no ves que compartimos número.

Por uno de estos vacíos de mi memoria, dígase despiste, tengo en mi poder un décimo cuyo destino era ser compartido, pero que, al final me he tenido que quedar yo solo. Como el futuro del agraciado papelito era tener más de un amo, he decidido compartirlo con vosotros. Utilizaré el mismo sistema que empleó su inventora: todos aquellos que dejen un comentario en esta entrada hasta el viernes 21 de diciembre a las 23:59 h. (hora peninsular española) me acompañarán en la suerte con el décimo, del cual no reproduzco todas sus cifras por motivos de seguridad.

Soy consciente de que queda muy poco tiempo, y os ruego que me disculpéis los que no hayáis leído la entrada antes de que expire el plazo.

Suerte, y Feliz Navidad a todos.




16 diciembre 2007

Angustias

Mención especial en el concurso
Imagen tomada de http://miscelaneademantis.blogspot.com/

Angustias. No pude reprimir la risa al escuchar su nombre, que me repetía a gritos en la pista de una abarrotada discoteca de la capital.

¿Angustias? Angustias, ¡Angustias! Las carcajadas aumentaban con cada repetición, se encallaban en mi estómago, decrecían y volvían a empezar como un disco rallado en un viejo gramófono. No fue un buen comienzo.

¡Angustias!, suspiro, mientras la imagino bajando del vagón que se acerca allá a lo lejos, que se va haciendo grande poco a poco. Mi ilusión crece intentando encontrar su rostro asomado por la ventanilla, adivinando su sonrisa en cada cara que se ve a través del borroso cristal.

Angustias. Lloro. Sus últimas líneas sobre el papel arrugado encima de la mesa, los trazos de su dulce caligrafía infantil anunciando las peores noticias, los temidos presagios cumplidos. No habrá más Angustias para mí; sólo desolación, dolor, ira contenida, impotencia. Angustias se ha ido para siempre.


12 diciembre 2007

La última elección

Imagen tomada de http://www.librodearena.com/tanausu/blog

Cuando volví ya no estaba; inquietud, impaciencia y ansiedad mezcladas en explosivo cóctel movían mis piernas en todas direcciones, y su traje blanco, esquivo, aparecía y desaparecía tras montículos de lápidas y nichos. El juego del escondite terminó junto al eterno lecho del bandolero. Su mirada me buscó ansiosa, todo su cuerpo parecía ofrecerse para que lo tomara allí mismo, sin mayor demora. Mis labios buscaron los suyos, cerrados los ojos, tratando de sentir intensamente el roce de la piel contra la piel.

Por suerte o desgracia, mis párpados se separaron justo antes de que nuestros cuerpos se unieran por primera vez, y lo que vi me sacudió como una descarga eléctrica. Su bello rostro se había convertido en algo monstruoso, un engendro salvaje de mirada sádica, dispuesto a devorarme. El pánico vino de golpe, el ramo se cayó de mis manos, un sudor frío recorrió la columna vertebral de arriba abajo, y, paradójicamente, en vez de salir corriendo para evitar el abrazo de la bestia, mi cuerpo, en un inesperado acto reflejo, quiso terminar el movimiento que había comenzado, estrechando el cuerpo deforme del espectro.

Fue entonces, en el preciso momento en que mis manos tocaban su cintura, cuando la figura de la mujer se desintegró, desapareciendo por completo. Tardé un poco en reaccionar, pero cuando lo hice, me vi a mí mismo enfrente de la tumba de Pernales, con el ramo de flores encima de la lápida, y entonces lo comprendí todo. Los instantes siguientes fueron de una especial clarividencia, como si, de repente, hubiera sido transportado a un estadio de conocimiento superior.

Es frustrante reconocer que has sido seducido por un fantasma, que un ser incorpóreo ha podido desatar los apretados nudos que aprisionan al rebelde prisionero de mis pasiones. Ella, Concha Fernández, ¡cómo no había caído en ello antes!, la amante de Pernales, la que quedó esperando en Valencia a la llegada de su amado para partir a otras tierras, era la autora indirecta de los misteriosos homenajes a la memoria de su hombre. Para ello urdía un ingenioso plan, que consistía en debilitar la resistencia psicológica de sus víctimas, desplegando a continuación todas sus armas seductoras, para lograr finalmente que otros brazos hicieran por ella lo que ya no podía realizar.

Volvieron a mi mente las últimas palabras de Sergio Bertomeu, la advertencia que en su día no supe interpretar. Intenté adivinar como fueron las últimas horas de su vida, y así las he contado al principio del relato. No debieron ser muy diferentes a como las he narrado. Él tuvo peor suerte que yo; su mente no pudo romper ese hilo invisible que separaba la realidad de la imaginación, y sucumbió a los caprichos de esta última. Muchos pensamientos cristalizaron en pocos minutos. No los contaré todos, pues no deseo cansar al lector con mis complejas elucubraciones. Creo que ya he narrado lo esencial.

Terminadas mis reflexiones, volví a encontrarme con la cruda realidad: flores sobre una tumba. Sentía que había roto un hechizo, una tradición mágica. De mí dependía que desapareciera para siempre. Solamente tenía que volver a coger el ramo y desaparecer por la puerta. Me quedé un momento mirando las flores bellas, cálidas, apoyadas sobre el mármol inhóspito, frío. Nunca me han gustado las flores del cementerio, esa especie de mezcla macabra entre ilusión y muerte. Por esa razón estuve tentado de levantar el ramo, y ofrecerlo a la primera persona que me cruzara por la calle. Pero hay razones que se nos escapan, razonamientos que no comprendemos, batallas dialécticas que se libran en el interior de nuestras conciencias, a las que parecemos totalmente ajenos, pero que guían muchas veces nuestros actos. En el armisticio de una de esas guerras debió de quedar escrito dejar las cosas como estaban, para constancia de la postrera victoria de mi bello fantasma.Así que dejé las flores sobre la tumba, recogí las cosas, me despedí del mundo de los espectros, y crucé el umbral de la puerta, como quien atraviesa una barrera invisible entre la realidad y la ficción, entre la muerte y la vida.

Al día siguiente algún rotativo informaría sobre el hecho, ya casi cotidiano, de la aparición de las flores, sin sospechar siquiera el mensaje oculto que escondían éstas, la pasión insatisfecha llevada hasta más allá de la muerte, el amor frustrado, la espera eterna.

FIN

09 diciembre 2007

En el cementerio

Cementerio de La Recoleta (Buenos Aires). Imagen tomada de http://www.qipdesigns.com

Detrás del encalado muro oeste el sol se ponía, tiñendo de tonos anaranjados el azul del cielo, creando uniformes franjas oscuras alargadas sobre el suelo marrón, como rayas verticales en una enorme camisa. De esos tonos se vestía el impaciente lienzo de mi espera. Ya se notaba el acortamiento del día, meditaba; por no pensar en su tardanza; pero era inútil. ¿Cuándo vendrá?, me preguntaba una vez sí y otra también. Mi mirada iba al sereno espectáculo del crepúsculo, volvía a las tristes letras de la lápida, acariciaba la puerta marrón, como si con ello pudiera conseguir que se abriera antes, enmarcando su anhelada silueta.

A mis pies una cesta con la cena, algo de bebida, un termo de café, y una manta. Venía preparado para una larga noche, una velada compuesta de capas de ilusión, excitación, misterio y miedo, como un sandwich de muchos pisos, larga y cuidadosamente preparado, al que nunca vemos la hora de hincarle el diente. Pero para comenzar el banquete faltaba el invitado principal, y yo estaba nervioso. Nervioso y hambriento.

La mortecina luz crepuscular fue reemplazada por la radiante luminosidad de la luna llena, emergiendo por encima de las copas de los cipreses. El espectáculo de su perfecto óvalo blanco me deslumbró al principio, y no pude observar como se abría la puerta para dejar entrar al objeto de mis sueños. Cuando bajé la vista, ella ya estaba cerca, pero la suave luz resaltaba más aún su piel morena sobre el vestido blanco, reflejándose en el negro de su cabello rizado con fugaces brillos. Parecía un ser sobrenatural; una hurí, recién salida del paraíso para satisfacer todos mis deseos.

Nada más llegar cambiamos de sitio; la lápida de Pernales no parecía el lugar más apropiado para sorprender al misterioso visitante. Nos retiramos a una distancia prudencial, ocultos detrás de varios mausoleos, con nuestro objetivo perfectamente localizado. Cómodos y seguros en nuestro escondite, poco a poco fuimos relajando la tensión de la vigilancia.

Ella tenía una sonrisa permanente, un enigmático brillo en los ojos, y su voz me acariciaba por dentro cada vez que susurraba una frase. Las palabras me salían solas, originales piropos brotaban de mis labios a cada cual más original. La cesta estaba intacta, y la manta, tendida sobre el suelo, pedía a gritos un uso bien distinto al de mantel. El muro se estaba resquebrajando.

Inmerso en esa fase de excitación, una ráfaga de viento trajo un perfume de rosas. Ella aspiró su aroma abriendo bien las fosas nasales, dibujando una ligera sonrisa, exhalando un suspiro. Sin mediar palabra, sin esperar pregunta, me dirigí al lugar de donde provenían aquellos efluvios, y vi una mata trepando por el muro norte. Las flores estaban altas; necesitaba algo para poder arrancar algunas, y nunca me he distinguido por mi agilidad precisamente. Por suerte, iba provisto de una navaja y encontré un palo junto a la pared, lo que me permitió, en poco tiempo, conseguir un bello ramo para mi amada.