El escritor tropieza con el marco de la puerta al entrar en la habitación del hotel. Le sobra el último cubata, piensa. O los dos últimos.
Tras una noche pletórica, le esperan sus miedos, agazapados en la pequeña estancia, como soldados en una trinchera dispuestos a saltar sobre el enemigo acorralado.
La moqueta desprende olor a la libertad recién robada en el primer día de cautiverio. Un hedor asfixiante que reduce aún más el escaso espacio entre puerta y ventana, enfrentando al hombre consigo mismo, convirtiendo sus latidos de corazón en golpes de tambor furiosos sonando cada vez más cerca.
El calor que nace de su cuerpo sólo consigue agravar el problema, reduciendo un oxígeno que se sospecha ya demasiado escaso. Piensa por un segundo en ducharse, pero uno de sus terrores le salta al cuello sin piedad. Se ve a sí mismo inerte en el fondo de la bañera, las gotas de agua fría deslizándose por su cuerpo flácido, sin vida. Así que decide conformarse con entrar en la cama desnudo y esperar a que el sueño sepulte esos calores.
Nada más tumbarse, los muebles empiezan a girar despacio alrededor de la cama. Cada vuelta un poco más rápido que la anterior. Abre los ojos y la noria se detiene. Se incorpora, enciende la tele, sintoniza un programa deportivo que le garantiza el tedio y le arrienda los miedos durante un tiempo.
Es así como le vence el sueño: la sábana cubriéndole apenas la cintura, el torso desnudo inclinado, la cabeza ladeada sobre un regazo imaginario. Pero en su frente, las arrugas se mueven como olas en una mar picada, la pesadilla llama a su puerta. Toc, toc, toc, insiste violenta.
El escritor despierta, comprobando que la amenaza soñada es real. Alguien llama.
- ¿Quién es? - murmura.
- Toc, toc, toc. Abre, soy Elena.
¿Elena?, ¿quién es Elena?, piensa. Y hace un ademán de levantarse. Entonces, se ve desnudo.
Su cuerpo está blando, desprovisto de energía; su miembro, contraído hasta la mínima expresión, justo como lo había imaginado antes, agonizando dentro de la bañera.
- ¿Pero quién es?- grita angustiado.
Al otro lado, el de la libertad deseada, Elena duda. Dentro, no se puede apreciar la repentina luz en el rostro de la mujer, el gesto de asombro. Sólo se escuchan unos pasos que escapan veloces de la habitación 211. Y un ascensor que sube sin prisa, ignorando la angustia que sienten los hombres.
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