29 diciembre 2014

El primer beso



La lluvia cae sobre ellos, fría, lenta, sin descanso. 
La farola, que apenas alumbra, tampoco les calienta. 
Ella se acurruca en su pecho y él la cubre con su abrigo. 
Acercan sus labios, los encuentran calientes, sedientos, insaciables. 
Sus cuerpos se buscan, se estrechan, sus ojos se entrecierran. 
Fuera del recinto que delimitan sus cuerpos, no hay frío, no hay luz, no hay nada.

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14 diciembre 2014

Manual de avispas suicidas



De un tiempo a esta parte, todos los días, media docena de avispas se suicidan en el plafón de mi dormitorio. En la oscuridad de la noche, aprecian la luz recién encendida de mi cuarto y aprovechan la ventana abierta para entrar. Realizan un corto vuelo en espiral y se introducen entre el vidrio de la luminaria y el techo para quemarse en la lámpara incandescente halógena de 150 W., de poca eficiencia energética, todo sea dicho.


Algunos días, al despertarme, pienso que soy una avispa más, que ve cualquier fuente luminosa y va volando hacia ella para quemarse. Un insecto inconsciente que se dirige dando unas pocas vueltas hacia su autodestrucción. Debo suponer que, en el avispero, la mayoría de obreras permanecen tranquilas, a la espera de que llegue la luz natural, la verdadera. Y también barrunto que algunas de ellas se detienen a observar hombres que se dirigen hacia un final predecible y absurdo. Imagino un tercer grupo de individuos que dudan, que inician el vuelo hacia la luz mortal y se detienen, dan la vuelta, enfrentan lo que les seduce y lo que les conviene, luchan por retardar su muerte.


Eso me ha hecho recordar un sueño que tuve el otro día, en el que peleaba contra alguien que me estaba estrangulando y ese asesino era yo mismo. Un yo violento y decidido a terminar con mi vida frente a un yo estupefacto que se resistía a duras penas. Como comprenderéis, ya no pude volver a dormirme esa noche y encendí la luz. Al poco tiempo, un par de avispas tocaba a la ventana. Las observé con atención y ninguna de ellas se parecía a mí. Así que abrí la ventana y me dirigí al cuarto de baño para dejar que corriera el agua.


Después de la ducha, me enteré por la radio que este año, en Octubre, las temperaturas medias habían sido las más altas registradas en la serie histórica.

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01 diciembre 2014

Días grises





La ilustración es de Laura Garrido.

La mañana ha salido fría y gris. Aburrida. Desde mi ventana se ve un embarcadero desangelado y un mar en calma que se funde con el cielo neblinoso. Tengo pocas ganas de hacer nada por casa y menos de salir a la calle, así que mis pasos van desde la estufa hasta el marco de la ventana, donde espero que cambie poco a poco el escenario que se ve a través del mismo.

Poco cabe esperar que suceda en este pequeño puerto, donde sólo se contabiliza una invasión vikinga, hace la tira de años. A falta de emoción, me gusta fantasear. Pienso en la chica que avanza hacia el final del embarcadero. Lleva un pelo de lo más discreto y una gabardina que esconde todas sus curvas. Cuando llegue al borde del entarimado, se sentará y dejará los pies colgando hacia el mar. Arrojará algo de pan a los peces o se pondrá a canturrear algún tema de moda. En el paseo, el hombre que está de espaldas se bajará los pantalones y se exhibirá en público, hasta que aparezcan los guardias. Nadie percibirá que en el muelle acaba de atracar una pequeña barca y uno de sus ocupantes desliza una bolsa de deportes a la espalda de la chica.

De nuevo siento frío y me pego a la estufa, hasta que mis manos recuperan su habitual color naranja. Después, me acerco a la ventana. En este momento hay mucha gente mirando hacia el lugar donde estaba la chica, señalando hacia el agua. En el paseo, el hombre que estaba de espaldas, se acerca al tumulto fingiendo interés y desliza su mano derecha hacia algún bolsillo ajeno.

Dicen que en este pueblo nunca entraron los alemanes y tampoco hay demasiados niños rubios con ojos azules. Será porque abundan estos días grises en los que nadie tiene realmente nada importante que hacer.

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