De un tiempo a esta parte, todos los días, media docena de avispas se suicidan en el plafón de mi dormitorio. En la oscuridad de la noche, aprecian la luz recién encendida de mi cuarto y aprovechan la ventana abierta para entrar. Realizan un corto vuelo en espiral y se introducen entre el vidrio de la luminaria y el techo para quemarse en la lámpara incandescente halógena de 150 W., de poca eficiencia energética, todo sea dicho.
Algunos días, al despertarme, pienso que soy una avispa más, que ve cualquier fuente luminosa y va volando hacia ella para quemarse. Un insecto inconsciente que se dirige dando unas pocas vueltas hacia su autodestrucción. Debo suponer que, en el avispero, la mayoría de obreras permanecen tranquilas, a la espera de que llegue la luz natural, la verdadera. Y también barrunto que algunas de ellas se detienen a observar hombres que se dirigen hacia un final predecible y absurdo. Imagino un tercer grupo de individuos que dudan, que inician el vuelo hacia la luz mortal y se detienen, dan la vuelta, enfrentan lo que les seduce y lo que les conviene, luchan por retardar su muerte.
Eso me ha hecho recordar un sueño que tuve el otro día, en el que peleaba contra alguien que me estaba estrangulando y ese asesino era yo mismo. Un yo violento y decidido a terminar con mi vida frente a un yo estupefacto que se resistía a duras penas. Como comprenderéis, ya no pude volver a dormirme esa noche y encendí la luz. Al poco tiempo, un par de avispas tocaba a la ventana. Las observé con atención y ninguna de ellas se parecía a mí. Así que abrí la ventana y me dirigí al cuarto de baño para dejar que corriera el agua.
Después de la ducha, me enteré por la radio que este año, en Octubre, las temperaturas medias habían sido las más altas registradas en la serie histórica.
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