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23 julio 2017

Naipes


Geir mosed

La imagen es de Geir Mosed. Escrito para Viernes Creativo.

No hay certeza absoluta que soporte cien negaciones y, en algunas contadas ocasiones, solo se necesita una para derribar un concepto bien consolidado.
Por aquel entonces, yo era el típico necio que desconoce sus límites y piensa que cualquier reto puede ser superado. Estaba convencido de que cada piel era un lienzo en blanco sobre el que crear una historia, con la única ayuda de tintas, agujas e imaginación.
Ella había oído hablar de mí y me aseguró que era la única persona en quien podía confiar su espalda. Tatúame lo que quieras, el dinero no es ningún problema, suplicó con la tristeza de quien se desprende de algo valioso.
Recuerdo que pasé un buen rato tratando de descifrar la constelación de pecas que pueblan su dorso y que solo acerté a trazar unos torpes caminos entre ellas con mis dedos. Nada que se pareciera a un boceto.
Las falsas creencias, como sucede con los naipes de los castillos, suelen arrastrarse unas a otras en su caída. Esa noche descubrí que algunos folios no se dejan escribir, ciertas historias no se pueden contar y que el amor a primera vista existe. Todas esas cartas cayeron hace mucho tiempo, entre las ocho de ayer por la tarde y las siete de esta mañana.

Desde que ha amanecido y contemplo desde otra luz la maravilla que derribó mi credo, me pregunto qué nuevas verdades caerán cuando ella despierte, se gire y me interrogue con su mirada.
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09 julio 2017

Nuestro amor, a veces


Microenciclopedia-ilustrada

Esta semana nos pedían, en el Viernes Creativo, que aportáramos un pequeño relato de amor a esta gran enciclopedia ilustrada de Ernesto Ortega y Nacho Gallego, que ha publicado Talentura. Era una manera de festejar que el primero, Ernesto Ortega, ha resultado ganador del concurso "Relatos en Cadena", de la SER, que tantos soñamos lograr alguna vez en la vida. Esta es mi aportación:


Nuestro amor, a veces

Me dijeron una vez que emplear los adverbios siempre o nunca es propio de personas inmaduras. Las verdades absolutas no existen, aunque tal vez esté mejor dicho que se dan con poca frecuencia.

También escuché decir a alguien que las casualidades no lo son, que se encuentra lo que uno, aunque sea de manera inconsciente, ya estaba buscando.

He leído afirmar, con toda rotundidad, que los relojes parados aciertan la hora dos veces al día; y son muchas las que yo dedico a observar tu retrato, a añorar tu risa y la mirada profunda que me tiene hipnotizado, tantos años después de tu pérdida.

Deberías, por tanto, creer, allá donde estés, amada mía, cuando te digo que no fue el azar lo que nos unió, y dudar, en cambio, cuando aseguro que tu sonrisa es la más bonita del mundo y que podría nadar en tus ojos sin descanso hasta disolverme en ellos.

Por eso puedo asegurar, con toda la inmadurez que conserva un anciano de ochenta años, anestesiado de tantas pérdidas como la tuya, que por lo menos dos veces al día, te quiero para siempre.
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04 junio 2017

La caligrafía del desastre



Escrito para Viernes Creativo. La imagen es de Mike Dempsey.

Tras comprobar que la cabeza que viajaba en el interior de la maleta era la de Conrad Hrenz, el inspector de aduanas dejó pasar al turista sin formularle más preguntas. Se trata de un objeto inútil, tanto como la hache del apellido del finado, argumentó, por lo que en nada perjudica a la hacienda del estado. Hans Schreder, el portador del equipaje, sonrió al policía, disimulando la angustia. Aunque no era la primera vez que transportaba miembros de delincuentes famosos, nunca, hasta ese momento, le habían descubierto de ese modo, mostrando al público el lado más mísero de su existencia.

Por un momento, vio que todo el capital invertido en la adquisición del cadáver del conocido ladrón se esfumaba. Pensaba rentabilizarlo en el prestigioso mercado de reliquias de Coves de Vinromá, obtener al menos cinco veces lo que había pagado. Primero conseguiría un gran importe por la cabeza y, después, vendería las piernas, los brazos, las orejas, por separado. Los restos de Conrad se exhibirían en templos diseminados por la geografía mundial y se organizarían peregrinaciones desde sitios remotos para contemplarlos, para implorar fortuna a lo que quedaba del atracador del Banco Nacional de París.

Antes de montar su puesto, Hans se dio una vuelta por los de sus competidores. Todos los bustos eran desconocidos para él, y los precios, muy altos comparados con las tarifas habituales. Sonrió para sus adentros, convencido de que el negocio era seguro, contando los billetes que llenarían de nuevo su maleta. Pero a mediodía nadie se había interesado por su mercancía. A punto de cerrar, se le acercó un tratante, de lentes espesas y mirada cansada, con cara de no querer comprar nada.
  • Vaya, hombre. Qué tenemos aquí. Los restos del mayor ladrón de bancos de la historia. Un buen ejemplar, sin duda, para un mercado de antigüedades.
  • Se trata de un clásico, señor. El delincuente de guante blanco siempre se lleva. Se nota que usted entiende. Le puedo hacer una rebaja de un 20% si lo compra al contado.
  • Gracias, pero no me interesa. Ya no se llevan los delincuentes románticos, y aun con la rebaja, el precio es muy caro. ¿No ha visto usted la remesa de políticos que me ofrece su competencia? Eso sí que vende. Si me permite un consejo, rebaje su precio y acuda al mercado de viejo que hacen en Xilxes todos los primeros viernes de mes. Allí es posible que algún anticuario se lo compre. Siempre hay ricos excéntricos que buscan piezas para sus colecciones.


Hans Schreder volvió a su casa abatido y dejó la maleta abandonada en el jardín. Meses más tarde consiguió colocar la cabeza por la mitad de lo que le había costado en el mercado negro de Munich. Arruinado, malvivió muchos años comerciando con restos de cantantes, escritores y algún que otro deportista menor. No olvidó nunca la cara del inspector de aduanas que le dejó tan franco el paso.

Las invitaciones a los desastres se escriben siempre con una cuidada caligrafía.
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28 mayo 2017

Eme



Escrito para Viernes Creativo. La imagen es de Geof Kern.

Mario. Marta. Mar. Si la vida son ríos, ellos han muerto, aunque tal vez no lo sepan. Han querido permanecer juntos hasta el final, o tal vez no haya sido así. Quizá nunca lo pretendieran, pero sus barcas no se han separado lo suficiente. Es bonito haber llegado hasta aquí, se dicen, de tanto oírlo de todos. Pero esas barcas, que ahora navegan tan juntas, se han perdido en más de una ocasión. Ya se sabe cómo son los ríos: peligrosos, traicioneros.

Marta, Mario, tan diferentes, estrechan sus manos con fuerza, cuando ya no queda más que la última amenaza: la muerte disfrazada de mar en calma, de mar amigo: el mar de sus nombres que los une, como el vértice de la eme, como una rótula bien engrasada.

Mario, Marta, bien podrían estar vivos, llegar al punto donde sus vidas se bifurcan en plenas facultades, conscientes del momento, mirándose a los ojos con pena, con una inmensa ternura. Cuando nuestras manos se separen, dirían, vagaremos a la deriva, envueltos en la neblina que sale del mismo mar, que confunde la luz del sol con los destellos de los faros.

Mar. Podría ser el principio de todo y Manrique estar equivocado. Y Mario, Marta, formar un ser único: barca, brazo, mano, brazo, barca, armando una eme indestructible. Porque, ¿qué hay entre la vida y la muerte? Décimas de segundo, un largo océano. Todo eso.

Miremos. Contemplemos la escena ahora desde otro punto de vista. ¿Qué pasaría si tomáramos una foto desde el cielo, si proyectáramos en planta las dos figuras? Si descubriéramos que los dos botes están separados y la imagen anterior no es más que un efecto óptico. Que Marta y Mario corren ya por distintos derroteros y sus respectivas manos están tendidas hacia la ausencia, hacia la nada, y la letra que forman sus cuerpos es un dibujo caprichoso, como el de una nube que tarda segundos en desvanecerse.

Mintamos. No hay nada más embaucador que una foto, ese segundo seleccionado entre millones, que imaginamos como un resumen de la vida, y muchas veces no es más que una mala anécdota de la misma. Podríamos pensar que la muerte es la última toma del carrete; pero para ello deberíamos consensuar que existe el final, y las historias acaban. No, no es así: las historias se cuentan, se acotan, se transforman, se mutilan y somos nosotros los que les ponemos sus límites, los que inventamos sus secuencias, desechando muchas otras, engañando al lector todo lo que este se deja.
Al contrario pasa con la muerte, que no tiene relación alguna con el tiempo, que no empieza ni acaba y, por lo tanto, no la podemos dominar, no la podemos manipular, no la podemos entender. Está siempre ahí, antes, durante y después de todo lo que vivimos, de lo que recordamos. Nuestras vidas son, entonces, esa imagen fugaz en el mar en calma, ese espejismo en el desierto.

Marta. Mario. ¿Qué importa adónde van? ¿Qué, si están vivos o muertos?

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21 mayo 2017

Viceversa




Escrito para Viernes Creativo. La imagen es de Ron Dillon.

Ana tenía una peca en el omoplato izquierdo y Ada otra idéntica en el derecho. Esas eran todas sus diferencias, según ellas mismas afirmaban. Compartían todo su material genético y muchas cosas más. Sí, también a sus hombres, aunque entonces yo no lo supiera.
Me enteré de sus singularidades cutáneas el mismo día que decidieron tatuarse un lunar simétrico en sus espaldas. Es un acto simbólico, aseguraron, nada de lo que uno deba preocuparse; pero yo sabía que había algo más allá de la mera diversión de hacerse pasar la una por la otra. Eliminando aquella íntima diferencia pretendían, en realidad, ser cada una la extensión de la otra, sus respectivos complementos. Vivir dos vidas de forma simultánea, o una sola de doble extensión.
A partir de aquella operación, nadie más las volvió a ver juntas. Es cierto que una de ellas dormía en mi casa y yo jugaba con mis dedos sobre su espalda, tratando de adivinar qué mancha era la falsa, pero ni siquiera así conseguí saber si quien vivía conmigo tenía una ene o una de en el eje de su nombre.
Tampoco el último día, cuando Ada me dijo que a su hermana le había arrollado un tren y yo le vi su propia muerte en la mirada.

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14 mayo 2017

El nuevo mundo



Escrito para Viernes Creativo. La imagen es de Constantina @ofuscada

Debí imaginar que no nos lo habían contado todo. En realidad, solo habíamos recibido unas pocas instrucciones para aterrizar. Abre bien las piernas y no sueltes tu dispositivo de caída hasta tener los dos pies bien asentados sobre la superficie terrestre. Suelta después el paracaídas y relájate observando la puesta de sol. ¿Qué había que hacer después en este planeta desconocido? Preferimos no preguntar.

No nos habían dejado otra elección: colonizar un astro deshabitado o pudrirnos en el penal de la luna X15B12, así que arrastramos unos días la amargura del destierro. Al poco tiempo, comenzamos a descubrir las ventajas del satélite azul: temperaturas agradables, días largos, ausencia de meteoritos y la policía estelar bien lejos de esta galaxia. Un paraíso para los fuera de la ley.

Transcurridas las primeras jornadas de adaptación, comenzamos a intimar, a querer saber los unos de los otros. Había llegado gente de muchos planetas, con delitos de lo más variopinto: asesinos, estafadores, pederastas, ladrones, violadores, corruptos. En esta vida nueva no importaba demasiado lo que habías hecho antes, no tenías a nadie que te pudiera juzgar.

Conocí a Eva. No nos preguntamos demasiado. Era rubia, alta y su mirada tenía la calidez de un atardecer de otoño. Buscamos un lugar para vivir cerca del mar, alejados de los otros, donde nadie nos recordara nuestro turbio origen. Tuvimos hijos y los criamos allí, alejados de todos. Simulamos que éramos oriundos de este amable planeta, terrícolas de cepa. Mentimos sobre nuestro origen, quienes había sido nuestros padres, de dónde procedían nuestros ancestros.

Un día, dando un paseo, descubrimos, abandonados, un montón de aquellos dispositivos que nos habían permitido llegar a este paraíso. Los niños nos bombardearon a preguntas sobre ellos. Por fortuna, Eva, oriunda de Iridis, tenía el enorme don de la improvisación. Cogió el aparato por el mango y comenzó a darle vueltas. Esto es un paraguas, dijo, y sirve para resguardarnos de la lluvia. Los chicos se quedaron prendados de aquel objeto volante, sin que supieran muy bien a qué se refería su madre. Faltaban todavía algunos siglos para que se inventara la primera tormenta.
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07 mayo 2017

Serendipia



Escrito para el Viernes Creativo. La imagen es de Elena Casero Viana.


El día que a Lola, la costurera, se le acabaron los alfileres, terminaron los males de la aldea. En la era de Faustina, la bruja, encontró más que suficientes para utilizar hasta su jubilación. Desde entonces, los muñecos que los llevaban se airean en el exterior de la casa, libres de pinchazos, y los niños juegan sin jaqueca por las calles. A la pérfida, causante de todos los males, pensaron en quemarla en la hoguera de San Antón, pero Fabiano, el soltero diplomado, encontró por Meetic a un faquir que buscaba una pareja compatible con su perfil. Entre todos los vecinos, le compraron un billete de solo ida a la India.

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04 abril 2017

El nacimiento de una vocación




Escrito para el Viernes Creativo. La imagen es de Christer Strömholm


Elsa tenía una voz ronca y profunda, casi de hombre, como la que yo quería tener entonces, y unas piernas larguísimas, a las que todavía no había aprendido a desear. La canción que interpretaba se parecía más a un grito que a un llanto. Hubiera dado cuanto tenía por subir al escenario y cantar con ella, pero me quedé embobado mirándola, removiendo el único chavo que tenía dentro de los bolsillos. Entonces subió uno de esos hombres, la zarandeó y le torció el tobillo, convirtiendo el grito en llanto. En ese momento decidí que quería ser médico, para enderezar a Elsa todas sus torceduras. Volví a casa tarareando aquella copla y le hablé a mi padre sobre mis intenciones. Estaba sorbiendo la sopa y casi se atraganta de la carcajada. Mira qué dice el muchacho, le dijo a mi madre. Que quiere ser matasanos. Con lo bien que canta.
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26 marzo 2017

Gastronomía razonable


Relato escrito para el Viernes Creativo. La imagen anónima ha sido recuperada por Munemasa Takahashi 

El club del lazo amarillo fue una organización secreta que tuvo su punto álgido en la segunda mitad de la década de los años veinte. No se conoce muy bien su actividad, pero existen ciertos indicios que apuntan hacia una reforma radical de la cultura japonesa, comenzando por la gastronomía, en la que intentarían introducir el ajo morado de las Pedroñeras.

En la única foto que se conserva, solo es posible distinguir a cuatro de sus miembros, que guardan la boca bien cerrada y tienen el semblante serio, como si el hecho de sonreír fuera suficiente para emitir efluvios pestilentes. Algunos expertos postulan que aquellas pioneras recibieron aquel mismo día un áccesit, algún tipo de premio menor que la chica situada abajo a la derecha sostenía con poco entusiasmo, una especie de palo rematado con un corazón de alcachofa en un extremo. Tal objeto recuerda el báculo perdido del último emperador de la dinastía Yoshida, de cuyos restos apenas habla la historia. Ese instrumento debió ser el responsable tanto del fin de la estirpe como de la desaparición de aquella asociación cultural.


Otra posibilidad remota que se baraja es que las chicas no lo estaban pasando bien en la fiesta, que alguna se veía fea y decidió destruir la foto, esperando, con la consabida paciencia japonesa, a que el tsunami hiciera su trabajo. Una opción poco probable, teniendo en cuenta que hasta la fecha, el ajo morado no ha conseguido el lugar que merece en la cocina nipona.

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11 marzo 2017

Los otros mundos

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Escrito para el Viernes creativo. La imagen es de Eric Johansson

No tengo costumbre de dejar un vaso lleno de agua encima de la mesita, a pesar de que me levanto siempre con sed a mitad noche. Si lo hiciera, podría interrumpir el sueño lo mínimo posible y no abandonar la calidez del cuarto.

Pero los sueños no siempre son plácidos y la sequedad de la boca sabe más a desasosiego que a calor de edredón. La habitación es, a menudo, el escenario de una posguerra nuclear, en la que las paredes callan crímenes terribles y el polvo del suelo es sospechoso de ser vida calcinada.

Necesito salir y demostrarme a mí mismo que hay alguien ahí fuera, que no todo se ha perdido, pero el pasillo es más de lo mismo: naturaleza muerta, edificios vacíos, sobre las paredes; la luz amarilla, que no deja de ser un sucedáneo amargo de un sol extinguido.

Por suerte, sobre el banco de la cocina siempre hay una jarra de agua y un vaso junto a ella, como preparado por alguien para mí; un reloj que muestra el avance de las horas, el resplandor del faro de un coche que recorre la avenida.

Apuro de un trago el vaso y me lleno otro para el viaje de vuelta. Lo dejo en la mesita, junto a la lámpara. Me fijo otra vez en el suelo y ha crecido la yerba. Ya dentro de las sábanas, apago la luz y desaparecen las paredes. En el cielo brillan un montón de estrellas con planetas como el nuestro. Otros mundos llenos de seres buenos dispuestos a salvarnos, que deben estar de camino ahora mismo. Alguien me susurra al oído unas palabras que no entiendo.

Pienso que debería tener siempre a mi lado un vaso lleno de agua, que no sé por qué me cuesta tanto cambiar de hábitos.

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18 diciembre 2016

Blanca Navidad


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Escrito para el Viernes creativo. La imagen es de Mario Sánchez Nevado.

Fue un año anormal el 2027.

En enero hizo un sol brillante que derritió los polos, por lo que en febrero resucitaron todos los dinosaurios congelados. Los atlantes salieron a la luz al romperse su sepulcro de hielo y nos declararon la guerra en marzo.

A principios de abril, estaban llegando a las puertas de Roma, cuando empezaron las lluvias que lo anegaron todo. Julio lo pasamos en el barro, entre centenares de mamuts atrapados, que no dejaban de barritar, furiosos, acusándonos de todas sus desgracias. Ese ruido enloqueció tanto a los guerreros, que arrasaron todos los campos y poblaciones, hasta convertir Europa en una única hoguera.

A mediados de agosto, dinosaurios, mamuts y atlantes cruzaron el estrecho de Gibraltar e invadieron Marruecos. Por el tratado de Rabat, firmado entre las tres partes, acordaron repartirse Asia, África y América.

Durante los meses de septiembre y octubre, las hordas de los tres ejércitos avanzaron imparables hasta Australia. Atrás habían dejado un mundo devastado, sin restos de vegetación ni fauna. Nosotros llegamos a Nueva Zelanda a finales de noviembre, con la idea de resistir y recuperar terreno en 2028. Hacía un tiempo estupendo y durante un mes casi olvidamos el año de penurias que había transcurrido.

Llegó la Navidad y decidimos adornar un pino solitario, que se encontraba en un prado. A falta de estrellas, bolas y espumillón, escogimos un grupo selecto de vecinos y los pusimos a orbitar alrededor del árbol. Cuando la mañana del veinticinco fuimos a abrir los regalos, nos encontramos con la agradable sorpresa de que empezaba a nevar con abundancia.

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11 diciembre 2016

La leyenda del beso


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Escrito para el Viernes creativo.


En el muro de la calle Ganges, donde nos cruzábamos todos los días, hubo durante mucho tiempo un anuncio de pegamento Fevicol, único para juntar todo tipo de superficies. El adhesivo definitivo entre tú y yo hubiera sido un único beso, pero no nos lo dimos nunca. Algunas veces fue porque tú no mirabas cuando yo lo hacía y otras ocurrió al revés. Si se hubieran cruzado nuestras miradas en un instante, en ese que cambia el destino de las personas, ni la fuerza de dos tercos elefantes habría podido separarnos. Sin embargo, el perro, que se detuvo un momento para observar a los paquidermos, creyó hasta su muerte que había contemplado el negativo de una apasionante escena de amor, y corrió a ladrarla por todos los rincones de Calcuta. Fue tan convincente contando esta historia, dejó una impresión tan honda entre los de su especie, que todos los canes, aquella noche, salieron a buscar miradas, a cobrar besos por las esquinas y formar uniones indisolubles, de las que nacieron miles de cachorros felices. La leyenda del hombre y la mujer que se habían besado, después de tan solo mirarse, pasó de padres a hijos y de hijos a nietos, durante muchas generaciones. El anuncio de la pared que acogió nuestras sombras terminó decoloriéndose y los elefantes escaparon por fin, libres de sus ataduras. Contaron una versión bien diferente de lo que había pasado aquel día, pero nadie les dio crédito. Las grandes leyendas tienen más fuerza que la cruda historia.

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28 noviembre 2016

Todos los inviernos



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El texto está inspirado en la imagen es de Weronika Gesicka. Escrito para el Viernes Creativo


Antes.
Todas las chicas eran la misma chica. Tenían idénticas sonrisas, tipos parecidos. Reían mis gracias al pie de la chimenea, comíamos juntos a la luz de las velas. Bebíamos vino hasta que sobraba toda la ropa. Cambiaban sus nombres, claro, y algunas hablaban con acento melancólico del norte. Otras, con la calidez de las lenguas del sur. Pero con el tiempo cualquier entonación acababa volviéndose monocorde, los botones de las blusas eran réplicas exactas de los anteriores y todas contestaban cuando les llamaba Eva. Cualquier historia terminaba por convertirse en la síntesis de las precedentes. Por eso ahora, solo puedo recordar de ellas un nombre, una sonrisa, una voz y una falda.

Ahora.
No siempre está la chimenea encendida y ya no hacen gracia los chistes viejos. La mujer que a veces enciende la lumbre, no siempre la apaga. Dice llamarse por un solo nombre, pero podría tener muchos. Uno para las sonrisas, otro para los enfados, un tercero para la tristeza. Hasta un cuarto para la indiferencia. Habla con todas las expresiones típicas de un pueblo cercano al mío, con sus giros y dejes característicos. Sin embargo, a ratos, su voz me suena a canción celta, a fado, o al maullido inquietante de una gata en celo. De un tiempo a esta parte, la misma historia la puedo contar de muchas maneras y no encuentro la forma de desabrochar las camisas.

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06 noviembre 2016

Lo que me rodea



Escrito para el Viernes Creativo de Escribe fino. La imagen es propia y está tomada en Matera (Italia)

Escribo para no enloquecer, para no caer en un abismo sin fondo, para rebajar el alcohol con el que froto mis heridas. Arrastro los dedos por el teclado mientras encuentro frases a las que agarrarme y cuando no, bebo hielo aguado con regusto a whisky.

Trato de arrancarme las telarañas que llevo dentro y depositarlas entre las líneas de algún texto, pero lo que ocultan aquellas es todavía demasiado oscuro. No consigo crear luz con palabras, extraer las tinieblas con párrafos o con versos y le grito al vaso semivacío, como si él fuera culpable de ser insípido, como si tuviera la capacidad de eliminar su mediocridad de alguna forma, pintando un cuadro abstracto o componiendo música que hablara de desamor, de odio, de desilusión, de pobreza, de desamparo o de amargura.

Intento buscar después otro culpable inanimado: mis calcetines fríos, un jarrón lleno de polvo, los platos por fregar en la cocina, la bombilla fundida del pasillo. Cuando ya no queda nada con lo que cebarme, acude a mí tu recuerdo, como una diana fácil a la que pudiera arrojar todos mis dardos; pero conservo una imagen tan distorsionada de ti, que se me antoja un sueño o una historia contada por alguien que le ha pasado a otros, ajena a mí como ya lo son el licor y los muebles.

A punto estoy de cerrar la tapa del portátil y dejarme engullir por el vacío circundante. Sin embargo, sigo sentado y escribo.


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24 agosto 2016

El imprevisto aguacero




La imagen es de Kenji Kawamoto. Escrito para Viernes creativo.

Otra vez me ha vuelto a pasar lo mismo. He olvidado mi paraguas afuera y llueve. He entrado confiado en el buen tiempo que reinaba en la calle y me ha sorprendido el temporal. Por suerte, el agua se escapa por las rendijas abiertas en el suelo de la cabina. Si no, hace tiempo que me habría ahogado.
Ahora tengo los pies mojados y la humedad sube por mis piernas poco a poco, sin pausa, adormeciendo mis sentidos, doblando las rodillas hasta convertirlas en articulaciones inservibles. Si sigue subiendo, alcanzará los brazos y me será imposible alargarlos para pedir ayuda.
Pasan las horas y no mejora el tiempo afuera, por lo que puedo adivinar a través de los cristales empañados. Solo veo sombras huyendo de sí mismas, tratando de no quedarse ateridas, con sus músculos bloqueados, como los míos.
Quizá no sea tan malo permanecer encerrado entre estas cuatro paredes. Tal vez no sea tan importante caminar con alguien de la mano. Puede que, a causa del frío, haya olvidado todos los números de teléfono.


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18 abril 2016

La dulce espera


Escrito para los Viernes Creativos. La imagen es de Silvia Grav

Aarón esperaba a los agentes de las SS, como todos los días, con una angustia que le encogía el estómago. Sabía que si mostraba debilidad, lo llevarían a la enfermería, en donde alguien le había asegurado que se disolvería como la niebla en un día soleado. Llevaba días sin dormir bien, a causa del frío y la disentería, le temblaban las piernas y tenía que apretar los glúteos fuerte para no irse patas abajo. Esa mañana estaba convencido de que los militares no pasarían de largo. Lo expulsarían de la fila y lo conducirían a la habitación sin salida, de la que nada se sabía con certeza. Él solía imaginarla como una sala amplia, blanca y fría, con camillas cómodas, donde una enfermera le sonreía mientras le inyectaba un líquido acuoso con una aguja interminable. Entonces, su imagen se volvía borrosa y cesaba todo su sufrimiento, igual que debía ocurrir con esas nubes calentadas por el sol de mediodía. Acababa su tormento. Era lo único que deseaba en ese instante, que terminara todo. Entrar en una fase de insensibilidad perfecta, lo más parecido a la felicidad que podía idear. Sin darse cuenta, se descubrió sonriendo, ya no sentía dolor en el vientre y un líquido ácido y pegajoso comenzaba a resbalarle por las piernas.

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01 febrero 2016

Lo que llamábamos hogar


La imagen es de Artur Tress. El relato lo escribí para los Viernes creativos de Escribe fino

Papá ha vuelto. Siento de nuevo sus pasos sobre la casa, los dedos que se retuercen entrelazados en la espalda, su mirada severa, los hombros vencidos por la culpa.
Ha llovido mucho desde que se fue. Las noticias han caído con cuentagotas durante meses y a mares en los últimos segundos. Demasiado peso para un techo con vigas de hojaldre.
Ahora el padre que regresa ya no es un padre. Es solo un hombre. Nada más que un tipo triste que pasea cabizbajo por una casa, que ya no es su casa. Que tampoco es la mía. Es solo una construcción sin sentido, con una cubierta de niebla y las paredes manchadas por las dudas. Un templo derruido, olvidado por los dioses.
Las pisadas errantes, el silencio espeso, son las últimas hojas que caen de este otoño, un teletipo dormido en las páginas de un periódico amarillento.

Me tienta decir adiós a esa sombra, pero ya lo hice el día que descubrí que los muros eran demasiado altos y grises. Y que, además, no nos protegían de nada.
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16 noviembre 2015

La imposible primavera


Escrito para los Viernes creativos. La imagen es de Constantine Manos

Todos los veintiuno de marzo, acude a su cita, como si el hecho de hacerlo bastara para que los acontecimientos sucedieran de la forma que deseamos. Pero esta vez, las estaciones se resisten a seguir la voluntad de los hombres y no llegan los trenes a su hora. Las muchachas han olvidado ponerse dos gotas de perfume en el cuello y florecen anárquicos los postes telefónicos. No ladran los perros mientras se congelan los arroyos.

Todo eso sucede ajeno al devenir del hombre que esconde en su espalda la última rosa blanca de la tierra, apostado en la esquina de una estación de metro, aguardando a la única aspirante digna de tal presente. Ignora que por esta vez, al contrario de lo que ha sucedido durante todos estos años, una mano delicada aceptará la flor y ya no será necesario entonces buscar nombres para las cosas y abono líquido para los deseos.
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09 noviembre 2015

Afirmaciones, negaciones, dudas


La ilustración es de Jaya Nicely. Este relato lo escribí para los Viernes creativos.

Tienes mil formas de besar. Una de ellas consiste en dejar los labios semiabiertos y esperar que acuda al reclamo de tu boca deprisa, que la invada con mi lengua y la recorra ansioso, como si quisiera contarte en unos segundos todo lo que me ha pasado en varios meses. En ocasiones eres tú quien me busca, acercándote con la fuerza de un electroimán y me absorbes sin remedio, como una corriente de agua en un sumidero. Soy entonces un muñeco manejado por tus músculos faciales.

Algunas veces tus labios juegan, se abren, se cierran y tus dientes me mordisquean muy suave todas las comisuras, provocando una serie de temblores en mis dedos, hasta que consiguen abrir el cierre de tu sujetador. Otras, permanecen cerrados, formando un estrecho guión o un paréntesis invertido, la mitad de una señal de prohibición. Aun así, deseo rozarlos con los míos y convertir esas líneas en complejos dibujos que borren la negación que significan. Solo lo impide la certeza de que nada conseguirá cambiar esa expresión y el terror de sentir frío en el encuentro de nuestras carnes.

Sabes decir sí, por tanto, de infinitos modos y no, solamente de uno. Mientras tanto, yo, apenas dispongo de un par de gestos para transmitir demasiadas dudas.

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30 octubre 2015

Antes del otoño




La imagen es de Rodney Smith y el texto lo escribí para los Viernes Creativos.


Aquel verano no hubo golondrinas. Ni oscuras ni de las otras. Tampoco cometas, castillos de arena y helados de chocolate. Dimos largos paseos, si se le puede llamar así. Búsquedas desesperadas de un hombre con sombrero, que no recordaba dónde estaba y empezaba a olvidar quién era. Alguien con mis mismos apellidos, mirada perdida y sonrisa bondadosa. Aparte de eso, recuerdo que leí un libro, solo uno, y que dejé dentro los restos de la última mariposa que cogimos juntos, en los últimos días de primavera, cuando el estío todavía era posible.

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