26 mayo 2009

Amarillo


Acabo de dar los primeros pasos, y ya todo está amarillo, todo es amarillo. Claro que ese color es el resumen de lo que veo, el predominante en el paisaje y en mi ánimo.

El Camino es una fina línea ocre, un garabato en un lienzo monocromático manchado en algunos puntos con tonos verdes y rojos, pequeños puntos de apoyo que se me antojan insuficientes para cruzar este páramo.

A primera hora de la mañana, el rocío edulcora un poco la aridez salada del horizonte, disfraza de suave lana de oveja la salvaje piel de la meseta. Después, con el tiempo y los kilómetros, saldrá el león que lleva dentro el día e impondrá su ley severa, su código rígido frente a la que no cabe rebelarse. Para entonces espero contar con la ayuda de algún amigo, peregrino, sombra o fuente, que me permita suspender por un tiempo el castigo dorado.

Después de la siesta restarán un par de horas de camino inclemente, de interminables alfombras de trigo moteadas con parches de tierra seca, baldía; de la ciudad concentrada en un punto: una masa difusa, lejana, que irá creciendo, concretándose hasta definir nuevas líneas, nuevos volúmenes, y, finalmente, otros colores.

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19 mayo 2009

La mirada de la víctima

Entonces reconocí la mirada de la fotografía, esos ojos inquisidores sobresaliendo del óvalo perfecto de la cara, la crueldad corrompiendo a la belleza.

Un dramático presentimiento comenzó a crecer en mi interior cuando abrí el cajón de la mesilla de mi novio, y me asaltaron media docena de gestos reprobatorios, congelados en formato 10x15.

La página de sucesos me devolvió esos mismos rostros, con los ojos ya cerrados.Antes de escapar de la habitación, no pude resistir la tentación de mirarme frente a su espejo.

Mientras trataba de borrar de mi faz la dureza de la expresión, la puerta, silenciosamente, se abría.

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12 mayo 2009

Azul


La tarde me golpea con su azul celeste, intenso. He deseado tanto la llegada de este verano que, una vez alcanzado, se espesa en la boca del estómago como una comida copiosa mal digerida. Ella se ha ido a la playa, quizá sea eso lo que me pasa, o puede que sólo sea su ausencia la excusa perfecta que necesito para justificarme; pero ni siquiera este pretexto puede evitar que el calor, el tedio y la soledad me administren su dosis de angustia vespertina, esa cucharada de desesperación imposible de tragar.

Mi estancia en el claustro se parece demasiado a un paseo por el patio de una cárcel, una pausa entre la nada y la nada. Me desespera el sonido de mis propias pisadas y el eterno murmullo de la fuente, no puedo soportar alzar la vista yencontrarme con el azul maldito, impecable, sin una sola mancha, sin esperanzas de cambio.

La hora de marchar está llegando, pese a todo, y si no me doy prisa perderé el tren que me lleva hasta su playa. Quisiera concentrarme en ese último objetivo y romper las cuerdas que me atan a este verano aplastante, a este azul siniestro, tan claro por fuera y tan oscuro por dentro, pero sé que no conseguiré liberarme hasta que me despierte el pitido del tren, partiendo de la estación. Quizá entonces, cuando mi mente se encuentre viajando en otra dirección, el cielo que se filtre por la ventana no sea tan insoportablemente azul, y mi existencia se tiña de algún tono cálido, como el vertido por el ocaso de un sol gigante cuando es engullido por la insaciable sabana.

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Interpretación libre del famoso tema de Adriano Celentano.
Abajo os dejo una versión de Paolo Conte, más adecuada al sentido de la letra para mi gusto.





06 mayo 2009

Siempre llueve a las cinco


En Malasia siempre llueve a las cinco. Andrés cometió el error de no tomar esa frase como una verdad inalterable, un suceso tan predecible como el té de Carnaby St., o el clarín taurino del coso de la calle de Alcalá.

Miró el cielo, tan despejado sólo una hora antes, y decidió concertar la cita. Cuando las primeras gotas empezaron a caer, él ya andaba con el tiempo justo, apurando el coche, ciñéndose al dibujo de cada curva. A sus neumáticos le faltaba precisamente eso: dibujo; y el agua se escapaba mal de un caucho necesitado de agarre al sucio suelo.

Andrés pensaba en su cita cuando el coche empezó a derrapar al lado del precipicio, pero consiguió hacerse con el vehículo. La noche se acercaba, y ella llenaba su pensamiento. Abajo, las primeras luces se encendían, pero las sombras rompían la línea del abismo. Un ente oscuro cruzando, un volantazo, y el coche quedó a pocos metros de traspasar ese límite oscuro.

Vencido el puerto, llegó el llano. Los charcos. El atasco. La impaciencia. La imagen de ella dentro de él, esperando, exigiendo, enojada. El disco del semáforo que no cambia. El joven que cruza despacio, desafiante. Por fin, la meta. La plaza. Los jardines. Los bancos. Problemas de aparcamiento. Las cinco y media.

Ella no está, no llega, no aparece, no se la ve. Crece la angustia. Las seis.

Llaves chocando en su mano, suelo aporreado por sus pies. Andrés se levanta, se sienta, se levanta. Toma la decisión. Se va. No la verá más. Adiós.

Mas de repente, ella. Esbelta figura, cándida sonrisa, andares acompasados.

- Perdona el retraso. Ya sabes. En Malasia siempre llueve a las cinco.

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Las tertulias matutinas de los lunes dan mucho de sí