12 febrero 2012

Últimas palabras


La luz amarillenta es cálida, produce sensaciones agradables, hogareñas. El local donde estamos tiene, además, largas cortinas en color crema, bonitos jarrones y figuritas de porcelana, una gran lámpara en el centro del salón.

Mi padre tiene buen gusto y seguro que ha escogido este piso personalmente para que nos sintamos cómodos. Siempre cuida mucho los detalles cuando se trata de reunir a la familia. Quiza hoy más que nunca, pues ha decidido poner fin a su vida.

Nos reunimos en una mesa redonda y comemos. Él ha decidido mezclarse entre todos, no quiere ocupar una presidencia que no va nada con su carácter. Desea restar importancia al trance, aunque es inútil, todos estamos pendientes de sus palabras y esperamos su discurso de despedida. Es lo que procede. Comer bien y escuchar sus últimos deseos, tratando de retenerlos para siempre, antes de que entren el médico y el enfermero.

La conversación es animada, hay buena armonía en esta familia. Gran parte del mérito es del que se va, un ejemplo de educación y respeto. Ahora nos comenta que ya está cansado y que es momento de irse. Mejor terminar ahora, dice, antes de que el declive que intuye le conviertan en una persona amargada, en una carga económica para todos. Nosotros alabamos su buen juicio y nos mostramos alegres, felices de haber disfrutado de este gran hombre durante este tiempo.

Al final, el discurso se resume en unas pocas palabras, poco más que un brindis. Nos pide perdón por todo lo que haya podido hacer mal, espera que conservemos un buen recuerdo de él y hace un sentido traspaso de poderes a mi hermano mayor. Él será, a partir de ahora, el jefe de la familia.

Después, se despide de nosotros personalmente, con un sencillo beso en la mejilla y unas carantoñas a los niños. Tras abandonar la sala, acompañado del equipo médico, pasamos unos instantes tensos, tratando de buscar temas intrascendentes de conversación.

El médico entra en el salón y se dirige a mi hermano. Ha ido todo bien. Su muerte ha sido rápida y sin dolor. Se ha ido con una sonrisa en los labios, ha insistido. Todos nos abrazamos con gran satisfacción. Qué gran hombre, el padre, ha sabido morir con la misma elegancia que ha derrochado en vida.

Tras despedirnos, cada hermano vuelve a su casa con los suyos. En el coche, María y yo comentamos los detalles del evento. La niña calla y se entretiene mirando por la ventana. Al llegar a casa, me llama la atención la abundancia de luz blanca y la ausencia de cortinas. La escasez de muebles. Un ambiente elegante, pero poco  acogedor. Me siento en el sillón y me pregunto si yo seré capaz de ser tan buen hombre como mi padre.

Mi mujer lee distraída en el sofá y la niña sigue callada, acariciando su muñeca preferida. De repente, comienza a hablarle, con esa voz especial que tienen los niños cuando quieren imitar a los mayores.

- Mamá está cansada- comienza a decirle. 

-.-