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05 enero 2009

El cuarto rey mago



Del fascinante viaje de los Reyes Magos nos han llegado más incógnitas que hechos realmente comprobados. Historiadores de la época y modernos investigadores coinciden únicamente en la existencia de una aventura, entre esotérica y científica, de una comitiva de personas de diferentes procedencias, razas y religiones, persiguiendo unos extraños signos celestes que les condujeron finalmente a la recóndita aldea de Belén.

Si eran científicos, magos, reyes o misteriosos alquimistas parece ser lo de menos, como también parece importar poco sus lugares de origen y los objetivos que les impulsaron a emprender tan largo trayecto.

La leyenda, más que la historia, ha reducido a tres los personajes principales de este viaje, pero no está escrito en ningún sitio que el número exacto fuera ese. De hecho, algunos testamentos apócrifos hablan de un cuarto rey, un viajero enigmático, engullido por las fauces del olvido.
Ese cuarto sabio pudo ser un niño, y su nombre, escrito en lenguas perdidas, se podría traducir como Inocencio.

En su personalidad destacaba un apetito insaciable por el conocimiento, combinado con la necesidad constante de diversión, propia de su edad y difícilmente compatible con la aburrida metodología de sus compañeros de ruta.

Las leyendas no aclaran la edad del niño y dudan hasta del sexo de la criatura, pero parecen coincidir en el hecho de la abrupta desaparición del camino. Al parecer, el rey Inocencio, o la reina Inocencia, se extravió con todo su alegre séquito, cuando comprendió la verdadera naturaleza de sus acompañantes, a una edad comprendida entre los 6 y 10 años. No se sabe si consiguió terminar el viaje, ni cuál era el regalo que destinaba al niño Jesús, pero parece claro que el mundo de los adultos serios, circunspectos y serviles que lo acompañaban, no cuadraba con su forma llana de concebir la vida.

Los testigos, compañeros de ruta del infante, lo recuerdan como una presencia lejana y agradable, como un sueño dulce y placentero del que despiertan todas las mañanas del 6 de Enero, cuando calculan, a ojo de buen cubero, cuanto dinero habrán costado los regalos depositados debajo del árbol de Navidad.

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31 diciembre 2008

Tres fiestas de Nochevieja


I

El asesino del tiempo le robó a Cenicienta su crema antiarrugas. Armado con dos varillas de reloj, a modo de tijeras asimétricas, amenazó a la princesa juntándolas en forma de estoque, y el bote con el ungüento cayó de sus manos. Eran las doce en punto.
La carroza se convirtió en calabaza, y ella todavía estaba sin peinar. Por la calle no se veía un solo taxi. Iba a llegar tarde y sin arreglar a su cita con algún príncipe divorciado venido a menos.
Para entonces no tendría sentido hablar del tiempo. Ya nada importaba.

II

A Rodolfo el reno de la roja nariz, la hora del deceso le iba a pillar en un lugar remoto, aislado, a medio camino entre dos reinos, en la línea divisoria de dos mundos. Nöel lo había dejado allí herido, moribundo, sin contar con que esta vez el tiempo, o el no tiempo, jugarían a favor del maltratado animal.
Rodolfo ya no iba a tirar nunca más del carro, y juró festejar su inesperada libertad bebiendo whisky de 12 años, a tragos cortos, por la montañosa frontera entre Aragón y Valencia.

III

En la Puerta del Sol, la concurrencia se dividía entre risueños japoneses y bulliciosos peruanos, todos ajenos a la tragedia, y sin hacer rimas fáciles con la terminación del año.
El comentarista de turno parecía dispuesto a meter la pata, una vez más, de la forma más pueril posible.
El ruido ensordecedor terminó de golpe a la hora del crimen.
Alguien comenzó a tragar las uvas mientras sonaban los cuartos.

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22 diciembre 2007

Por la noche

El aula estaba más llena de lo habitual por aquellas fechas. El profesor agotaba los últimos minutos de la clase, del día, de la semana. Las caras mostraban desgana y cansancio, el incesante giro de las cabezas y el rumor creciente en la sala eran clara demostración de la impaciencia del personal por escapar de la asfixiante custodia de aquellos fríos muros de gotelé blanco.

Don Julián terminó de escribir el corolario en la pizarra, y, tras dejar un tiempo prudencial para copiarlo, comenzó a borrarlo con lentos movimientos mecánicos con el sonido de fondo de papeles recogidos, carpetas cerradas y sillas chirriantes.
Devuelto el verde lienzo a su original aspecto, el profesor, tras girarse, alzó un poco la voz, agitó las manos, y se hizo el silencio.

- No se vayan todavía. Tengo que anunciarles la fecha del próximo examen parcial. Será el día 24 a las 9.

- ¿El 24? Pero si el 24 es Nochebuena. -sonó una voz indignada-

- ¿Nochebuena? Nochebuena es por la noche.