27 noviembre 2005

Vivir o morir (Una historia a medias) Parte II

De repente escucho un golpe seco, el de su cuerpo caer en el agua, y... ¡despierto!. ¿Estoy soñando?.

Al abrir los ojos puedo percatarme de que la situación actual no es mucho mejor. El ruido que acabo de escuchar es el de mi propio cuerpo al caer en el agua. Me veo inmersa en un descenso vertiginoso hasta el fondo de río hasta que choco con algo duro.

El golpe consigue aturdirme un poco más. No sé dónde estoy, si arriba o abajo, si viva o muerta. Suelto algo del poco aliento que me queda y observo las burbujas subir. En un postrero impulso, empleo las pocas fuerzas que me quedan y asciendo lo más rápido posible hacia la superficie.

Pero poco antes de llegar veo un bulto sospechoso, un cuerpo inerte que se desplaza muy lentamente hacia arriba. Dudo un instante en la ascensión, pero decido seguir subiendo. Al salir parece que mis pulmones van a explotar. Los lleno con todo el aire de que soy capaz, tosiendo hasta expulsar todo el agua que me había entrado, y vuelvo a sumergirme.

Encuentro el cuerpo sin dificultad y tiro de él con rabia pero no encuentro resistencia, ninguna señal de vida. Sin tiempo ni a mirar su cara uno mis labios a los suyos y le impulso todo el aire que cabe en sus pulmones.

Nada. No consigo nada. Entonces puedo ver su cara. Sí, es él. Noto que la angustia y la desesperación se apoderan de mí. Vuelvo una y otra vez con la reanimación mientras intento alcanzar la orilla. Ya sin esperanza deposito su cuerpo sobre la arena y me abrazo a él.

Estoy exhausta, al límite de mis fuerzas. Oigo la sirena de la ambulancia acercarse, y cómo los enfermeros gritan algo. Pruebo por última vez, expulsando hasta el último soplo de aire de mi cuerpo, y un torrente de agua sucia invade mi boca.

Por fin ha reaccionado, está tosiendo. Su cuerpo empieza a moverse como por espasmos. En ese momento las fuerzas me abandonan y me desmayo. Sólo recuerdo una cara a mi lado y una bendita palabra: ¡Vive!.

Ahora, desde el borde de la cama del hospital me mira y sonríe.

Por Rodolfo, el Reno de la Roja Nariz

Vivir o morir (Una historia a medias) Parte I

Esta es una historia que me encontré en un espacio muy interesante. La autora invitaba a sus lectores a terminarla, y eso es lo que hice. Con tan buena fortuna, que publicó mi final.
Aquí empieza la primera parte, íntegramente escrita por Laidy Dark.


-"Son las 15.43 de la tarde, hace una calor horrible, voy en el coche con mi novio intentando bajarme los humos de una reciente peleílla con el aire acondicionado enchufado a la cara.

No nos decimos palabra, ni siquiera nos miramos. Estamos volviendo a casa tras pasar la mañana en la piscina de sus primos. Esa carretera, al ir por fuera del casco urbano, a esa hora está muy solitaria.

Avanzamos rápido, en poco de quince minutos estaremos en casa. Para nuestra sorpresa, al llegar a la altura del puente que cruza el río de la ciudad, hay un accidente. Un camión había volcado y todos los coches quedaban atascados del comienzo a la mitad del puente.

Realmente, el momento es agobiante, camión volcado, seis o siente coches y cada vez más llegando por detrás, y no puedes comentar -"¡Vaya la que se va a liar!"- ... simplemente bajas la cabeza y esperas. Parece ser que ya han llamado a la policia y a urgencias. Sólo queda esperar.

Cada vez más coches parados encima de ese puentecillo, y un camión tumbado .... no sé si es porque me estaba poniendo nerviosa o es que todo el coche tiembla. Comienzo a mirar para un lado y otro .... lo miro a él con cara de <<¿Notas algo?>> ... Pero apenas me mira. El temblequeo me está poniendo nerviosa <<¿Es del coche?>>.

Salgo del coche. No, no es el coche, es el puente .... Veo con ojos de pánico las grietas que se forman en el centro y que se van expandiendo a lo ancho y a lo largo del puente.

Entro corriendo en el coche .... -"Hay que salir, el puente se está rompiendo!!"- ... Sólo me mira .... y dice: -"Tú y tus paranoyas ...."-; Me quedo helada; tanto no había sido la pelea como para dejar que ocurra una desgracia. -"Vamos!! Sal por favor!! ¿¡No me crees!?"- digo con el corazon en un puño y con las lágrimas saltando de impotencia.

Sale del coche .... y ve lo mismo que yo ....Corre <>. Al empezar a correr los trozos de puente comienzan a levantarse .... Grito a los de los demás coches que salgan rápido.

Demasiado tarde, no entiendo nada, sólo actúo. Todo pasa tan deprisa ... . Me caigo al suelo ante el levantamiento de una placa del puente, mi novio acude corriendo a levantarme, pero con el pánico surgido todo el mundo corre y se cae, nadie mira a nadie, sólo se preocupan de su propia supervivencia.

Ahí estoy yo, hiriéndome las manos agarradas a un trozo de cemento y hierro levantado, gritando su nombre. Cuando llega hasta mí consigue subirme, interponiéndose entre el vacío y yo. Una persona que pasa corriendo, me mete un codazo, echándome hacia delante de un empujón, que se transmite a mi novio que está delante.

Le veo caer por una grieta del puente, tras llevarse un golpe en la cabeza. Me quedo en blanco .... quiero saltar... Pero tengo miedo, quiero ir a buscarle, pero .... pero ... .

Mientras dudo arrodillada por donde lo he visto caer, aparece un hombre uniformado y me agarra <> ...-"¡¡No, mi novio!! ... ¡¡Mi novio ha caído al agua, por favor!!"-

Me agarran fuerte, no me dejan actuar. Quiero lanzarme, quiero ir por él, no puedo vivir sin él y ellos no parecen escucharme, no me entienden ...

¡Ahora!. Es mi ultima oportunidad .... .

Puedo librarme bruscamente del policia y saltar a buscarle. Prefiero morir a vivir sin él. Puedo esperar a que los especialistas le encuentren, ellos sabran mejor lo que hacen, aunque para entonces, quién sabe..., tal vez tenga que vivir sin el"-.

Por Laidy Dark http://spaces.msn.com/members/ojos-negros/

25 noviembre 2005

A kiss to build a dream on

Tras cruzar el umbral de la puerta, empezó a realizar mecánicamente las mismas acciones que día tras día llevaba a cabo cuando llegaba a casa: pulsar el interruptor de la luz, dejar la cartera encima del mueble del comedor y encender la radio.

Solo que éste no era un día normal. Su chica se acababa de despedir de él para siempre, con un simple beso y un par de excusas que querían ser explicaciones.

Así que, en lugar de ir directo a la nevera y abrir una cerveza, se dejó caer en el sofá, abatido, mientras una larga serie de anuncios estridentes contribuían a empeorar todavía más su estado de ánimo. No comprendía nada de lo que le estaba pasando y el ruido no le ayudaba precisamente a pensar con tranquilidad. Estaba desesperado y con la cabeza a punto de estallar.

De repente, los anuncios pararon, y una cálida voz de locutora anunció una canción, cuyo título no pudo escuchar, embebido como estaba en sus pensamientos. Tras una breve pausa, el sonido de la trompeta le despertó del trance en que se encontraba.

Era una grabación antigua, que él había escuchado alguna vez en algún sitio. El sonido le recordaba al del viejo gramófono de su abuela, con sus discos sólidos, duros, de baquelita creía él, los del inevitable sello del perro y el gramófono. Pero éste era de los últimos, de música "moderna" como le gustaba decir a ella.

Tras los primeros acordes, la voz desgarradora, inconfundible de Louis Armstrong, atravesó sin resistencia la escasa oposición que ofrecía su cuerpo, para invadir de lleno su espíritu.

Y la verdad es que le vino bien, pues le permitió por un breve instante, casi infinitesimal, olvidar la confusión en la que estaba sumido. Se tranquilizó y decidió escuchar la canción: "Give me a kiss to build a dream on...".

¡Horror!. No podía creer lo que estaba escuchando. Parecía hecho a propósito. La canción hablaba de una situación idéntica a la que estaba viviendo en ese mismo instante.

Dame un beso para construir un sueño. Y mi imaginación crecerá sobre él. Cariño, no te pido más: un beso para construir un sueño.
Dame un beso antes de abandonarme. Y mi imaginación alimentará mi corazón hambriento. Dame algo antes de que nos separemos. Un beso para construir un sueño.

El ya tenía su beso, pero no la esperanza del autor de la canción. Decidió no construir ningún sueño sobre ese beso, y sintió el sabor amargo de la desesperanza en el paladar de su alma. Quería llorar, pero las lágrimas no acudían. Ellas también se habían ido.

Y entoncés pensó que el también debía partir, mientras llenaba la bañera con agua caliente. "Es la muerte más dulce", pensaba mientras la melodía de la canción se repetía una y otra vez en su cerebro. "Muerte dulce", pensaba mientras sonreía con sarcasmo.

Se metió en la bañera y se relajó. Al poco comenzó a verlo todo de un rojo claro, que se volvía poco a poco más intenso, más oscuro. Comenzó a tener sueño, la vista se le comenzaba a nublar. Le pareció que la radio volvía a cantar "Give me a kiss to build a dream on...", mientras sonaban unos golpes en la puerta....

17 noviembre 2005

El final del psicópata

Fue tan sólo un instante fugaz, el tiempo que se tarda en girar discretamente la cabeza para curiosear, para comprobar quién ha ido y quién no, sopesando los sentimientos de cada cual mediante la observación de las caras y las manos.

Estaba allí, erguido, serio, las manos cruzadas en actitud de respeto. Llevaba un vestido gris, muy elegante aunque de corte algo anticuado. En su cara, ligeramente bronceada, destacaban unos ojos negros, grandes, enmarcados por unas cejas finas y unas pestañas más largas de lo normal.

Con esos ojos le atizó una mirada dulce, muy tierna, que la dejó paralizada unos segundos, hasta que el calor creciente de sus mejillas le hizo reaccionar, girando bruscamente su rostro hacia el lugar en el que los albañiles terminaban de sellar el nicho donde a partir de entonces reposaría su madre.

A pesar del escaso tiempo que lo había observado, sabía que era el hombre de su vida, aunque hubiera jurado que no lo había visto nunca pese a su aspecto ligeramente familiar.

Hizo un gran esfuerzo de voluntad para no volver a girarse, esperando impaciente el fin del acto para encontrar cualquier excusa y tropezarse con él.

Pero por mucho que buscó no consiguió localizarlo. Preguntó a todo el mundo y nadie le supo dar razón.

Con el paso de los días la obsesión por encontrarle se fue haciendo cada vez mayor.

Sentía cierto remordimiento de conciencia por lo reciente de la muerte de su madre pero pronto se le pasaba al recordar sus últimos meses.

Había sido una pesadilla. La mujer prácticamente inmóvil, sin apenas muestras de lucidez, insultando a cuantos le rodeaban, haciéndose encima y con ataques periódicos de ira, que entre ella y su hermana apenas podían contener.

Las dos habían envejecido en dos meses lo que en diez años, pero a su hermana se le notaba más, pues era dos años mayor, y las escasas canas que apenas destacaban en su bonita cabellera rubia habían poblado todo el cuero cabelludo, proporcionándole un aspecto similar al de su difunta madre.

Trascurrida una semana, decidió salir a buscarlo. Comenzó por los lugares habituales: oficinas, bares, supermercados, polideportivos, gimnasios; y continuó por los menos frecuentados, los marginales, los nada recomendables. Tuvo que soportar más de una proposición poco honesta.

Comenzó a desquiciarse. Comía cada vez menos, bebía cada vez más. Ya casi no sabía ni el día en el que estaba.

Una noche volvió destrozada por el cansancio y por el alcohol. Abrió la puerta y se encontró la luz encendida. Sentada en la mesa camilla vió una imagen que la terminó de trastornar. Era su madre, con el mismo semblante serio y duro con el que la miraba en los últimos tiempos, el mismo que tenía hasta poco antes de morir.

No pudo soportar esa mirada otra vez. Esquivándola, se abalanzó como un rayo, dirigiendo sus manos hacia el cuello con rabia, pero la silla no pudo soportar el empuje de su desesperación, tirando a su ocupante por tierra.

Cuando volvió a ser dueña de sus actos, comprobó con horror que la persona inmóvil que yacía en el suelo, con un hilillo de sangre saliendo de la comisura de los labios no era su madre, sino su hermana.

Tras comprobar que su corazón ya no latía, se dejó caer desesperada en la silla que quedaba libre, y entonces ... LO VOLVIÓ A VER.

En una de las viejas fotografías que había estado ojeando su hermana estaba allí, sonriendo feliz junto a su madre. Llevaba exactamente el mismo vestido gris, y pese a la poca claridad de la foto, se adivinaba en su rostro la misma mirada dulce de aquel día en el cementerio. Sí, no cabía duda. Era su padre.

Su padre había fallecido al poco de nacer ella, y su madre, desde entonces nunca quiso contarles lo más mínimo sobre él. Era un tema tabú. Les dijo que había quemado todas las fotos, todos los recuerdos, para que nada le recordara lo felices que habían sido, pero olvidó unas pocas en una vieja caja de madera.

Reunió lo poco que le quedaba de serenidad para llamar a la ambulancia y la policía. Se la llevaron esposada al cuartelillo, dejándola salir tan sólo para el nuevo entierro. Pero esta vez no acudió él. Un buen abogado y un psiquiatra la salvaron de la cárcel, pero no del declive final.

La soledad multiplicó sus obsesiones y su complejo de culpa. Esperaba de nuevo otro encuentro con él. Enloqueció definitivamente, pasando los últimos días de su vida en un centro psiquiatríco.

Poco antes de morir, en el instante ése que revivimos los acontecimientos pasados, por un sólo instante, y por última vez lo volvió a ver.

14 noviembre 2005

Dentro de mí mismo (3ª parte)

La espera concluyó al poco tiempo. Como relojes perfectamente sincronizados aparecieron los tres en el comedor, y se volvieron a ir. Mi padre se sentó en el sofá a terminar de leer el periódico, mi madre se fue a la cocina, y mi hermana ... se dirigió al sofá.

Se iba acercando con cara de disgusto, porque que le fastidiaba tener que disputar un trocito de su sitio preferido. De hecho, me increpó de muy malos modos, y al ver que no me movía, me zarandeó. Ella esperaba cierta resistencia por mi parte a su empujón, pero no fue así. Mi posición me permitió ver primero su expresión de sorpresa, y después la de pánico, que acompañó con un grito agudísimo, al comprobar que mi cuerpo no reaccionaba.
Como resultado del grito, mi madre acudió corriendo, y mi padre pegó un brinco, tirando periódico y sillón. Intentaron reanimarme como sabían, pegandome palmadas, hablándome, gritándome... Me llegaron a verter un jarro entero de agua por la cabeza. Y yo, que sentía perfectamente todo lo que me estaban haciendo, no podía responderles de ninguna manera.
Me tomaron el pulso, y parecieron tranquilizarse un poco. Vivía, por lo menos se sentían unos latidos tímidos, lejanos, que indican que todavía existía la esperanza. Querían llevarme al hospital pero entre los tres no podían arrastrar mi peso muerto. Así que llamaron a una ambulancia.

Esta vez creo que se les hizo a ellos más larga la espera que a mi. Mi madre y mi hermana no paraban de llorar. Cuando parecía que iba a callar una, la otra volvía a la carga con más fuerza. Mi padre, mientras tanto intentaba en vano calmarlas a las dos.

Los enfermeros fueron bastante rápidos, la verdad. No intentaron grandes operaciones de reanimación. Después de reconocerme, me colocaron con mucho cuidado en la camilla, inmovilizándome la espalda. Antes de llegar al hospital, ya tenía puesto el gotero, operación que me dolió horrores pues la aguja resbalaba entre curvas y baches, clavándose repetidamente en diferentes partes de mi carne, antes de encontrar su vena.

Era domingo, y como ocurre en todo hospital que se precie, solamente había personal de guardia. El médico comprobó que mis constantes vitales estaban bien, me tomó sangre, me hizo una radiografía, un tac, y ordenó que me subieran a la habitación.

El panorama allí no podía ser más desolador. Tenía al lado un accidentado, con venas por todas partes, la cara totalmente magullada e hinchada, que le daba una expresión a medio camino entre la estupidez y la locura. Tenía los ojos como idos, inexpresivos, el tabique nasal desplazado, y un hilillo de saliva resalaba por la comisura de los labios deformes mientras balbucía algo, en pleno estado de delirio. Tenía al lado una mujer madura y una adolescente, totalmente hundidas, al borde de la cama.

Este ambiente, unido a la incertidumbre que tenía mi familia, pues nadie sabía decir qué me ocurría, hizo que me sumiera en una profunda tristeza. Por suerte, debieron administarme un calmante, porque la cabeza dejó de dolerme, y poco a poco el sueño me venció.

Cuando me desperté, vi a mi padre a mi lado. Había pasado la noche conmigo, y tenía el rostro ojeroso, cansado. Todavía no se había aseado. Me dijo algo. Parecía más animado, pero al ver que yo no contestaba, una mueca de desánimo cambió su expresión por un segundo. Después pareció tranquilizarse otra vez. Deduje que había dormido poco y pensado mucho. Estaba resignado y era consciente de su impotencia.

Todo su autocontrol se vino abajo cuando entró el equipo médico en pleno. El que llevaba la voz cantante de la comitiva no sabía como quitárselo de encima. Fueron al pasillo a hablar. El especialista le vino a decir que no sabían muy bien lo que tenía, pero que todavía faltaban algunos resultados de las pruebas. Había que esperar.

Al cabo de una hora, más o menos, entró una enfermera. Cambió el gotero, y mezcló en él una medicina, dándole unas instrucciones a mi padre que yo no pude oir. A medio día vino mi madre a relevar a mi padre. Comieron juntos, dejándome un rato a solas.

Poco después de comer, entró otra enfermera acompañando a un médico distinto del de la mañana. Venía sonriente, con unos papeles en la mano, como un niño pequeño que está deseando revelar un secreto. Se dirigió a mi madre con frases tranquilizadoras, y por primera vez la vi sonreir.

El nuevo médico dispuso que me cambiaran de habitación y de planta. Esta vez, en el cuarto no se respiraba un drama, sino más bien el aburrimiento, lo que era de agradecer. En la cama de al lado, mi compañero leía un libro, moviéndose constantemente a causa del malestar que le causaba estar tantas horas acostado.

Volvieron a cambiar el gotero con la misma medicina, y me dormí hasta el día siguiente. Al despertar ya no estaba mi madre, sino mi hermana. Me dio mucha alegria verla. Instintivamente intenté tocarla y... mi brazo se movió.

Lenta y torpemente al principio, mi mano llegó hasta el brazo de mi hermana que agarró bruscamente. Intenté hablar pero salió un sonido ininteligible. Parecía borracho, pero mi mente estaba despejada. Simplemente, se me había olvidado hablar y moverme, después de casi tres días de inactividad.

Estuve todavía un par de días más en el hospital, en observación y recuperándome. Me explicaron que había desarrollado una enfermedad vírica, una cepa de temporada, que atacaba al sistema nervioso. Era un mal relativamente raro pero no había sido el único caso.

No hace falta decir que la semana siguiente fue la más feliz de mi vida.

11 noviembre 2005

Dentro de mí mismo (2ª parte)

El pánico se fue adueñando de mi, a medida que pasaban los minutos y veía que aquello no era una pesadilla que fuera a terminarse al despertar. Llegué a pensar que estaba muerto, porque nadie sabe con certeza que se siente al estar muerto. Dicen que cuando mueres se libera el alma y abandona el cuerpo. Pues yo me sentía exactamente así, aunque más bien parecía que era el cuerpo quien había abandonado al alma y no al revés.

Recapacitando un poco llegué a la conclusión terrible de que mi situación no tenía nada que ver con una liberación. Era todo lo contrario: estaba prisionero dentro de mi cuerpo. No podía abandonarlo, verlo desde la distancia, triunfante sobre la muerte, cómo se iba descomponiendo, cómo volvía al polvo del mundo.

Es difícil explicar la desazón que produce saber que estás retenido en un lugar sin conocer por cuánto tiempo ni por qué. Creo que solamente los secuestrados han conocido esta situación. Al principio piensas que esta situación es temporal, que pasará en poco tiempo. Es una falsa ilusión, un modo de aferrarse al último madero de un naufragio. Después atraviesas una fase de rabia incontrolable, con el agravante de que no había forma de exteriorizarla, gritando, llorando, riendo....Al final llega el conformismo, la adecuación al nuevo estado, la resignación, la derrota.

Yo pasé por las tres fases en poco tiempo, y cuando llegó el momento de la claudicación final, mi cerebro dejó de luchar, se paró en seco a descansar, quedándose momentáneamente en blanco. Quizá fuera el único momento placentero, pero duró muy poco tiempo, segundos tan sólo.

Tras el receso me dí perfecta cuenta de que la cabeza me seguía doliendo una barbaridad. Era la confirmación final de que seguía vivo. A los muertos no les duele la cabeza, y no me he encontrado ningún parapsicólogo que lleve aspirinas a sus sesiones de espiritismo.

¡Aspirinas!, pensaba. Daría la vida por aspirinas. Sí, estaba vivo pero la situación no mejoraba demasiado. ¿Qué coño me estaba pasando?. No recordaba haber tomado nada raro la noche anterior. Lo de siempre, vino para cenar, una copa de whisky para el postre, y cubatas, en número indeterminado pero finito, eso sí lo tenía claro.

Mis conocimientos médicos se limitaban a lo que había podido oir o ver a lo largo de mi vida, que no era demasiado.Sabía, por ejemplo, que las lesiones de la médula espinal producían parálisis como la que yo padecía en ese momento. Además eran incurables. Los enfermos vivían postrados durante lo que les restaba de vida, que en mi caso podrían ser decenas de años, siendo una carga insoportable para sus familias.

Mientras pensaba en eso, la angustia y desesperación crecían en mi interior. Necesitaba saber, necesitaba ayuda, necesitaba, necesitaba... Empezaba a necesitar demasiado. La ansiedad me mataba, la espera se estaba haciendo demasiado larga. Cada segundo me parecía una hora completa.

No se cuanto tiempo pasó, horas, minutos, no sé. Pero recuerdo perfectamente el sonido de la llave entrando en la cerradura, el portazo, los pasos en la escalera, de nuevo la cerradura, el sonido de las voces, el aliento cortado por el frío, la respiración agitada después del ejercicio...

De todos los que habían salido a pasear, solamente quedaban mis padres y mi hermana pequeña, los únicos, aparte de mí que quedaban en casa. Nada más verlos cruzar el umbral de la puerta ensayé mi mejor grito, pero las paredes no me devolvieron mi sonido. Ellos tampoco me oyeron. Ni siquiera parecieron verme. Entraron corriendo a sus respectivas habitaciones para quitarse los abrigos y ponerse cómodos, mientras yo me consumía en mi impaciencia...

06 noviembre 2005

Dentro de mí mismo (1ª parte)

El otoño había llegado de repente esa tarde de domingo. El cielo estaba gris, y soplaba un viento frío y desagradable que se filtraba por las rendijas de las ventanas y de las puertas, produciendo ese ruido tan desagradable, que odio con todas mis fuerzas.
Me había levantado hacía no mucho, cerca de la hora de comer, con cierto dolor de cabeza. Lo habitual, después de una noche de fiesta, pensaba, aunque quizá me encontrara algo peor que otros días. Debía de haber cogido algo de frío por la noche.

La comida de los domingos solía ser copiosa y con abundante presencia de gente. Solían acudir a casa hermanos, cuñadas, sobrinos, y a veces hasta algún amigo. Creo que celebrábamos algo, aunque esto también era bastante habitual por aquellas fechas.

Después de una larga sobremesa, con abundancia de cafés y licores, o el ambiente estaba demasiado cargado o mi cabeza demasiado embotada, pero necesitaba levantarme y salir de allí. Por no oir a mi madre preferí aguantar lo máximo posible, hasta que un alma caritativa propuso ir a dar una vuelta para despejar los ánimos.

La idea fue acogida con entusiasmo. Incluso pensé en apuntarme al paseo y todo, pero el ruidillo del viento entrando por las rendijas y la posibilidad de poder disfrutar del sofá en solitario fueron suficientes para que decidiera quedarme.

Argumenté que no me encontraba muy bien, lo que era cierto, y que me interesaba la película de la TV, lo que era absolutamente falso. Tras unos tímidos intentos de convencerme para que cambiara de opinión, se fue todo el mundo, y yo aproveché para ir corriendo a buscar mi mantita, y recostarme en el sofá con la sana intención de dormir una buena siesta. Me encantan las siestas de invierno con manta a los pies y sonido de fondo de película abominable.

Sin embargo esta vez no podía dormir. No se me iba el dolor de cabeza y cada vez que cerraba los ojos notaba unos pinchazos agudos en las sienes que me dejaban temblando. Así que no tuve más remedio que tragarme el bodrio, mientras trataba de soportar estoicamente el dolor.

Pareció por un momento que el malestar bajaba y me vencía el sueño, pero entonces vino un pinchazo más fuerte y agudo de lo normal, que me decidió a levantarme para buscar un analgésico.
Pero al intentar moverme, noté con espanto que las piernas no me respondían. Ni siquiera las sentía. No era capaz de mover los dedos de los pies, de flexionar las rodillas, girar las caderas, nada. Quise apoyarme con los brazos pero tampoco podía.

Enseguida me di cuenta de que mi cuerpo ya no obedecía ninguna de las órdenes que le daba mi cerebro. Estaba fuera de mí, allí acostado en el sofá, rígido, inmóvil, pero capaz de razonar perfectamente. No sentía nada especial, ni diferente a tan sólo unos minutos antes, pero notaba que cada vez mi cuerpo me pertenecía menos.