06 noviembre 2005

Dentro de mí mismo (1ª parte)

El otoño había llegado de repente esa tarde de domingo. El cielo estaba gris, y soplaba un viento frío y desagradable que se filtraba por las rendijas de las ventanas y de las puertas, produciendo ese ruido tan desagradable, que odio con todas mis fuerzas.
Me había levantado hacía no mucho, cerca de la hora de comer, con cierto dolor de cabeza. Lo habitual, después de una noche de fiesta, pensaba, aunque quizá me encontrara algo peor que otros días. Debía de haber cogido algo de frío por la noche.

La comida de los domingos solía ser copiosa y con abundante presencia de gente. Solían acudir a casa hermanos, cuñadas, sobrinos, y a veces hasta algún amigo. Creo que celebrábamos algo, aunque esto también era bastante habitual por aquellas fechas.

Después de una larga sobremesa, con abundancia de cafés y licores, o el ambiente estaba demasiado cargado o mi cabeza demasiado embotada, pero necesitaba levantarme y salir de allí. Por no oir a mi madre preferí aguantar lo máximo posible, hasta que un alma caritativa propuso ir a dar una vuelta para despejar los ánimos.

La idea fue acogida con entusiasmo. Incluso pensé en apuntarme al paseo y todo, pero el ruidillo del viento entrando por las rendijas y la posibilidad de poder disfrutar del sofá en solitario fueron suficientes para que decidiera quedarme.

Argumenté que no me encontraba muy bien, lo que era cierto, y que me interesaba la película de la TV, lo que era absolutamente falso. Tras unos tímidos intentos de convencerme para que cambiara de opinión, se fue todo el mundo, y yo aproveché para ir corriendo a buscar mi mantita, y recostarme en el sofá con la sana intención de dormir una buena siesta. Me encantan las siestas de invierno con manta a los pies y sonido de fondo de película abominable.

Sin embargo esta vez no podía dormir. No se me iba el dolor de cabeza y cada vez que cerraba los ojos notaba unos pinchazos agudos en las sienes que me dejaban temblando. Así que no tuve más remedio que tragarme el bodrio, mientras trataba de soportar estoicamente el dolor.

Pareció por un momento que el malestar bajaba y me vencía el sueño, pero entonces vino un pinchazo más fuerte y agudo de lo normal, que me decidió a levantarme para buscar un analgésico.
Pero al intentar moverme, noté con espanto que las piernas no me respondían. Ni siquiera las sentía. No era capaz de mover los dedos de los pies, de flexionar las rodillas, girar las caderas, nada. Quise apoyarme con los brazos pero tampoco podía.

Enseguida me di cuenta de que mi cuerpo ya no obedecía ninguna de las órdenes que le daba mi cerebro. Estaba fuera de mí, allí acostado en el sofá, rígido, inmóvil, pero capaz de razonar perfectamente. No sentía nada especial, ni diferente a tan sólo unos minutos antes, pero notaba que cada vez mi cuerpo me pertenecía menos.

2 comentarios:

  1. Anónimo12:49 p. m.

    Buenos días. ( ya casi tardes)... me hubiera gustado dejarte un comentario original devolviéndote la visita a mi blog...pero después de leerte... me he quedado un poco en blanco. Supongo que habrá que esperar a la segunda parte para sacar conclusiones ;) Cuídate y no dejes de visitarme. Saludos , lau.

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  2. Anónimo12:49 p. m.

    Por cierto.. el usuario anónimo es Taormyna jajaja

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