28 mayo 2008

Dichos y refranes

Les Agulles de Santa Águeda

Tras algunos días sin ver el sol, hoy sale radiante, reluciente, y decido aprovecharlo con la desesperación de quien no sabe cuando volverá a lucir. No necesito preparar nada porque ya lo llevo todo en el maletero. Sólo escoger playa, extender la toalla, abrir un libro, y disponerme a pasar un par de horas de relajación.

No hay mucha gente, por lo que una de mis diversiones favoritas se esfuma nada más llegar. La otra, el sol, no tarda en desaparecer. Un largo paseo me permite mejorar la perspectiva del desastre: las pequeñas nubes que ensombrecen el ambiente están dejando paso con mucha rapidez a unos esponjosos nubarrones amenazadores.

La cosa pinta mal, y antes de que sea tarde, recojo los bártulos y busco un lugar acogedor donde tomar un café. El local es un bar familiar regentado por personas a las que he visto poblar de gris sus cabellos con los años, e imagino poseedores de una sabiduría mundana que sólo el paso del tiempo permite obtener.

Termino el café ojeando el periódico, y me despido de ellos con una frase metereológica, como procede cuando no se tiene demasiado que decir.

- ¿Lloverá?
- No, afirma el camarero rotundo.- Si les Agulles no están cubiertas, no llueve en Benicasim.

Me alejo del local y dirijo la mirada hacia la montaña. El cielo ha disuelto las arboladas nubes, tiñéndose de un plomo angustioso, sin un resquicio para la esperanza. Las puntiagudas cumbres quedan muy lejos de ese frío tejado gris. Mientras cruzo la calle las primeras gotas mojan mi despejada frente. Sonrío.

En la calle todavía quedan charcos de las pasadas lluvias. Han pasado ya 20 días. Menos mal que no llovió el día de San Marcos.

Una semana después sigue lloviendo sin tregua. Es un buen día para sacar la ropa de verano y guardar la de invierno, pienso, no sea que el 40 de Mayo se nos adelante este año. Mientras abro la primera caja compruebo que este año tampoco tengo un sayo para guardar y tentar así a la suerte.

21 mayo 2008

¿Qué me pongo?


Hoy va a ser mi noche, lo presiento. No tengo un plan especial, no he quedado con nadie, pero los presentimientos no obedecen a razones lógicas. Alguien va a aparecer en mi vida, lo sé, y dedico un poco de tiempo a imaginar cómo es, invento un prototipo que se ajuste a mis sueños. Tendrá un cuerpo perfecto, largo y oscuro su pelo liso, suave y delicada la espalda, de negro profundo los ojos, apenas perfiladas las cejas, largas las pestañas, finos los labios, bien esculpida la nariz, y una sonrisa luminosa y limpia.

Esta noche sacaré a pasear al seductor que vive escondido en mi yo profundo. Para ello deberé cuidar hasta el último detalle mi aspecto exterior. Cada prenda será cuidadosamente escogida para servir a mis objetivos, cada complemento será el adecuado al modelo que deseo representar. Nada será prescindible.

Abro el armario e intento componer el complejo puzzle de la perfección con las escasas piezas que tengo. Juanjo, llevas meses con lo mismo puesto, me digo. Ya es hora de dar un cambio brusco de imagen. Busco y rebusco por cajones, buhardillas, altillos. Empezaré la casa por el tejado. La cabeza, lo primero.

Las pongo todas en fila, las observo, me traen recuerdos agradables algunas, otras no tanto. Escojo una algo antigua, juvenil, con largo y abundante pelo. Hoy seré rubio. Pero debo de tener cuidado, no sea que me pase lo de la última vez. Escogí una cabeza pequeña y unos brazos demasiado largos. Ella, la escogida, se dio cuenta de la desproporción, y no quiso ni acercarse a mí. Debo tener en cuenta que todas están programadas para detectar cualquier defecto de fábrica, olvidando a veces que nosotros tenemos instalados otra versión de procesadores.

Ahora tengo que seleccionar el aspecto que deseo mostrar: ¿fortaleza viril, o sensibilidad imberbe? Llevo demasiado tiempo mostrando mi cara más dura, pienso. Escojo un pecho estrecho desprovisto de vello, las piernas y brazos finos, poco musculados.

Por último lo más difícil, el envoltorio exterior. Reconozco que unos vaqueros y una camisa negra de largas solapas me podrían caer bien, pero está demasiado visto. Tengo que ser algo más atrevido, romper con mi imagen más clásica. Pero, ¿cómo lo puedo hacer? Siempre he sido bastante discreto vistiendo.

Espera, en aquel viejo arcón, si no recuerdo mal, tengo un vestido dorado que utilizaba hace ya algunos soles, cuando todavía no estaba bien visto imitar el aspecto de los humanos. Iba a juego con una cabeza tipo C3PO, que quedó inservible tras mi primer cambio de sistema operativo. Tiene un toque retro que causará sensación.

Faltará un toque de perfume, pero no vale cualquier cosa, pues la chapa se oxida fácilmente: esencia de aceites naturales enriquecido con silicio y uranio. Irresistible.

Proyecto mi imagen sobre la pared, y me doy la aprobación con un guiño. Ya estoy listo. Pulso el botón y me teletransporto a la zona de clonación.

- Mierda, olvidé el paraguas, compruebo, mientras pequeñas gotas dejan su surco de herrumbre por mi dorado envoltorio.

16 mayo 2008

Retrato de mujer sobre fondo blanco

Imagen tomada de Poética Digital

Con los días más largos, apetecen los paseos por la playa, llegan los calores y descubro los primeros cuerpos sobre la arena. Veo dos, pero inconscientemente escojo uno, como si una tacañería innata me impidiera admirar dos bellezas a la vez.

Ella es el cuerpo ideal, la perfección de la novedad, la violenta excitación del primer beso. Yo la venero, cual diosa inaccesible, como holografía imposible de materializarse. El mundo alrededor se detiene, convertido en el fondo de un improvisado retrato. Ahora sólo existe ella, y no hay resto, su imagen fija que lucha por salir del encierro de mi retina.

Yo intento acercarme con la vista, sin moverme, para comprobar que existe vida en ese cuadro, y ella me llama, con sus ojos primero, y con sus manos, con su cuerpo, después. Se aproxima despacio, estudiando cada movimiento, procurando que me vaya empapando de toda su belleza, que vaya aprendiendo cada recodo de su anatomía, hasta que puedo notar su aliento. Ahora su boca me provoca, sus ojos me retan, sus manos se acercan. Rozo apenas sus labios, pero se aprietan, se abren, me invaden, los invado. Y después nuestros cuerpos luchan por descubrirse, por aprenderse, por saciar ese hambre repentino.


- Juanjo, ¿en qué piensas?

- No, en nada. No pensaba en nada.

11 mayo 2008

¿Qué pasó con...?

Imagen tomada de Matrix Linked

- Alfonso, ¿qué pasó con la Regulación Automática?

Un espeso silencio se hizo al otro lado de la línea de teléfono. Se podía oir su respiración entrecortada, lo imaginaba tenso, sudoroso, exhalando vapor por todos sus poros. Alfonso -permitidme que omita su apellido- era gerente de una gran empresa, tenía su bien merecido prestigio dentro del sector, y fama de hombre honrado e intachable. Sin embargo, ¿qué pasó con la Regulación Automática? El lo sabía bien. Nunca se presentó a ese examen y sin embargo apareció en la lista de aprobados. Nadie sabe cómo pudo deslizarse un error así. Alfonso soñaba frecuentemente que un día se descubría el pastel, y entonces su título no valía nada. El imperio que tanto le había costado construir se deshacía como un azucarillo en leche caliente. Era la peor de sus pesadillas.

Pero ahora la voz era real. Alguien había descubierto el secreto, y su mente calculaba rápidamente el precio que le costaría mantenerlo a buen recaudo.

- ¿Quién eres? - dijo, con voz seca; y sonó como un tenso pulso, como una oscura amenaza.

- Soy David. Pepe me dio tu número de teléfono el otro día en una cena de la Escuela. ¿Cómo está María? ¿Y los niños?

- Cabrón...

04 mayo 2008

Tres estados


El amaba lo sólido. Tanto, que le ocasionaba un asco terrible hasta romper la yema del un huevo, ver como todo ese líquido se desparramaba, corriendo en direcciones impredecibles. Su mente estaba concebida para el orden, acomodada en la creencia de rígidas leyes universales, donde cada suceso era esperable.

Ella, en cambio, era feliz entre las aguas. El estado líquido le fascinaba. Observar el curso de un río, con sus extrañas corrientes y remolinos, la fuerza de las olas contra el acantilado, o incluso las manchas arborescentes dejadas por la tinta derramada en un trozo de tela, eran un pasatiempo casi litúrgico. Sus cualidades artísticas y costumbres anárquicas encajaban bien con el aparente comportamiento caótico del líquido elemento.

Nadie sabe muy bien cómo se conocieron, qué les atrajo al uno del otro, y por qué llegaron a amarse, pues parecían dos mundos dispuestos a destruir el uno al otro.

- Entonces, ¿fueron felices y comieron perdices?

- Lo fueron, pero sólo hasta que el sólido decidió convertirse en gas.

- Sublimación se llama a eso.

- Más bien flatulencias, diría yo.