20 octubre 2009

Letargo


Foto tomada en Aín

Ha pasado el tiempo de dar frutos y me siento satisfecho. La semilla de la próxima generación pronto comenzará su camino. Siento ahora que mi función en esta vida ha terminado, a pesar de que todavía me siento vigoroso.

Las horas de sol decrecen día a día, privándome del alimento necesario para vivir. Se acerca mi hora y noto que la circulación se va ralentizando, pierde fuerza y ya no llega a todos los rincones de mi geometría.

Pronto mis hojas, mis amigas, me abandonarán, pero antes se vestirán con tonos ocres variados en un esplendoroso canto del cisne. Cuando caigan muertas a mis pies, el último suspiro del verano hará mucho tiempo que habrá dejado de escucharse, y la voz ronca del cierzo invernal se las llevará para siempre.

Para entonces mi cuerpo estará dormido, esperando el lento despertar del próximo equinoccio.

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15 octubre 2009

La Musa (II)


Ella, se sabe pronto, es el alma del local, y eso que no le va mucho el nuevo nombre que le hemos puesto. Más que una diosa de las artes, parece una bruja procedente de otros tiempos y de otros lugares. Digo esto con todo el respeto que me merecen este tipo de hechiceras. Es bastante alta, muy delgada, espectral. Su cara es difícil, alargada, con una frente estrecha que se ensancha a la altura de la prominente mandíbula, en la que encajaría bien un ronzal. El pelo castaño largo ayuda a dulcificar ese rostro duro, pero proporciona a la mujer un aspecto todavía más lineal, más desgarbado. Para colmo, viste de negro.

Tras este aspecto tan poco prometedor nos sorprende su sonrisa, su amabilidad, una dulzura en el trato construida sin palabras, a base de movimientos pausados y gestos cómplices. Luego sabremos que se debe sobre todo a su escaso dominio del idioma. Es belga. La conversación se limita a poco más que la demanda urgente de las bebidas. Escogemos whisky con hielo. Está sonando algo de John Lee Hooker y parece un sacrilegio pedir un cubata dulzón. Ella asiente a nuestras demandas de tal forma que no nos quedará claro si las ha entendido hasta que las tengamos colocadas sobre la mesa. Entonces sonará algún blues más.

La tormenta pide paso, y pronto influirá en el desarrollo de la noche, cambiando tiempos, escenarios y hasta caras. Cuatro rayos son suficientes para derrotar a una instalación eléctrica cansada, reconvertida a 220 V. desde su original 125 V. de forma chapucera. La Musa nos sorprende con unos improvisados candelabros: velas simples pegadas con cera a sus platillos de café. La nueva luz se encuentra cómoda en la sala, deformando a su gusto los rostros, profundizando las sombras. La ausencia de música atenúa las conversaciones, las reduce al tono de los susurros cómplices. Ella tiene pinta de terminar un conjuro cuando sirve las copas, pero las sirve con mágica precisión.

No tenemos prisa en terminar las bebidas. Sabemos que afuera el futuro no es prometedor, y sin embargo aquí dentro crece la excitante sensación del comienzo de una nueva etapa. Vuelve la luz, y la sonora normalidad del punteo de una guitarra eléctrica, las voces forzadas y el humo disuelto en una luminosidad que ahora se nos antoja excesiva. Cesa la lluvia y pagamos la cuenta. Salimos felices, sin importar ya demasiado adonde vamos. A este sitio, por lo menos, volveremos. Nos esperan muchas más noches de magia y blues.


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13 octubre 2009

La Musa (I)


El comienzo de curso suele ser una época de cambios de difícil pronóstico. Uno no sabe muy bien adonde le llevarán la colección de muñecas de porcelana, el nuevo curso de tai-chi, o el enésimo intento de aprender inglés. El otoño en sí, es una gamberrada atmosférica y emocional dispuesta a modificar aún más el errático rumbo iniciado con el cúmulo de propósitos y despropósitos del mes de setiembre.

Dentro de ese turbulento ambiente, situémonos en un año cualquiera de finales de los 80 o principios de los 90. Perdonad la mala memoria. Es la primera salida nocturna por la ciudad después del verano. Todavía hace calor, pero se ha levantado una brisa con olor a tierra húmeda. Todos sabemos lo que significa: pronto va a caer la del pulpo, y urge encontrar refugio en algún garito cercano. El problema es que no sabemos dónde ir. Los tres primeros intentos han sido fallidos, parece que los viejos locales han decidido esperar otro fin de semana más concurrido, pues éste apenas deja ver gente por la calle.

Bajando por una calle cualquiera, un sitio nuevo, medio escondido, aparece como una salvación al tiempo y al tedio demasiado oportuna para rechazarla. El local, nuevo como he dicho, vive en una casa vieja de la que retiene su mejor esencia. Queda todavía algún plato de cerámica colgado y en la alacena sobrevive algún pequeño jarrón, un candelabro o una tetera. De la escalera que sube al primer piso, inaccesible, han quedado varios peldaños gastados sin reparar. Hasta el techo ha resistido la invasión de pintura nueva a la que han sucumbido las paredes. La iluminación es precaria, pero cálida e íntima, rica en tonos amarillentos que refuerzan el sabor antiguo de la única sala visitable.

La barra es pequeña y discreta, situada nada más entrar a la izquierda, como un mal necesario al que no se le quiere dar publicidad. Tras ella, un hombre barbicano vigila el equipo de música, diminuto bajo la numerosa escolta de compactos que le rodean. A su lado, una extraña mujer sonríe. No me preguntéis su nombre. También lo he olvidado. Le llamaré como el nombre del local: La Musa. Como la llamábamos.

(continuará)

09 octubre 2009

Blanda conspiración


La boa me quiere comer. Lo noto en su mirada fija, sin parpadeos, inclemente. El tigre me vigila, desafiante desde las alturas. Lo sé aunque intente disimular, apoyando la cabeza entre las piernas. El elefante, espera. Sé que también conspira, pero no lograré arrancarle una palabra. El oso tuerto es el jefe del complot. Quién me lo iba a decir, tan blandito, tan indefenso, con esa lástima que inspira. Cuando guiñe el ojo sano, la emboscada empezará...

Nada más cerrar la luz del cuarto, la pesadilla comienza.

No sé por qué mis padres creyeron que me gustaban tanto los peluches.

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01 octubre 2009

Epidemia rosa


"Creen que es alergia, pero es amor". Sorprende que el médico más experto del centro haga esa afirmación con tal rotundidad.

El amor es una enfermedad extinguida hace siglos, cuando todavía se empleaban técnicas rudimentarias, como ingerir bacterias muertas, para combatir determinadas dolencias.

Hoy en día, un pequeño chip modifica nuestro sistema defensivo para contrarrestar los efectos de las epidemias programadas por el gobierno.

Corren rumores de que una de las últimas está consiguiendo romper la media de nacimientos, invariable desde 2156.

Extraña también que el director desvíe tanto la mirada hacia la enfermera IH216, y que ponga esa cara de lelo cuando ella le pregunta.

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