03 agosto 2010

Campo de minas


La ausencia no es un gigantesco espacio vacío, es un campo de minas esperando a ser pisado cualquier noche de invierno.


La silla se quedó desnuda a principios de aquel verano. Ella me dijo que se iba. Necesitaba tiempo, espacio para sí misma, pensar en calma sobre nuestra relación, todo eso que se dice en las despedidas.


Ya vi entonces en su cara que la decisión estaba tomada. La mentira siempre sonaba en su voz con timbres de aparente seguridad. Debí fiarme de esa primera intuición. No volvería nunca.


No lo hice, y a cambio dejé vacío su asiento preferido en un lugar destacado, como una forma de escenificar la ausencia. Una tabla sostenida por cuatro patas, un abismo soportado por el recuerdo.


Cuando llegaba el tiempo de ajusticiar la melancolía, enterrando sus restos en la humedad del trastero, recibí su carta. No había dirección en el remite, pero sobrevivía la insultante seguridad en cada trazo de su letra.


No tuve el valor de abrirla, ni tampoco el de romperla en mil pedazos. La ausencia es un campo de minas esperando, y el abrecartas se parece demasiado a una pisada torpe y titubeante.

-.-