27 octubre 2014

Hombrecillos con garras



Como un bigote a lo antiguo, debajo de la nariz, o como antojos de color cárdeno en la cintura, así son las marcas que lleva Susana por el cuerpo. Discretas, no muy grandes, poco reconocibles. Así, poco más o menos, es Paco. Pequeño, mediocre, insignificante, si te fijas un poco. Lo normal es que no lo hagas y que ni siquiera lo relaciones con la impresionante mujer que va a su lado. Y que se te vaya alguna mirada hacia ella, con más o menos disimulo, sin apreciar que el hombrecillo al que ignoras tuerce la boca y aprieta los dedos. Los mismos que después, amparados por la seguridad que le dan cuatro paredes, apretarán hasta dejar esas señales a las que luego daremos formas.

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20 octubre 2014

El poderoso influjo


La ilustración es de Juan Luis López. El relato lo escribí para Esta noche te cuento

Un hombre camina, con los hombros vencidos, por el paseo. En la zona oscura del pretil de la playa, una pareja se habla entre susurros. Bajo la luz de las farolas, los vendedores ambulantes recogen de prisa, ante la llegada inminente de la policía. Envuelven los artículos en hatillos blancos y se van retirando hacia la arena, donde esperan a que se alejen los agentes.

Sobre el mar se refleja un camino plateado por el que apetece adentrarse. Eso parece pensar el hombre cabizbajo, detenido ante la masa de agua y ante sus dudas. La pareja permanece ahora en silencio, buscándose con los ojos, acercando sus bocas. De lejos, la piel de los vendedores se mezcla con la noche y los bultos blancos flotan sobre las olas.

El solitario se desnuda, dobla la ropa con cuidado, la deja sobre la arena y nada a grandes brazadas, queriendo romper el reflejo gris sobre el agua. En la sombra, las bocas se unen y las manos buscan con impaciencia el cuerpo del otro. Sobre las baldosas del paseo, vuelven a mostrarse las mercancías y a reconocerse las caras.

Nadie parece darse cuenta de que esta noche hay luna llena.

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13 octubre 2014

Legionaria


Este texto lo escribí para los Viernes creativos de Escribe fino

Durante el día, me gustan los uniformes. No en vano paso el día embutida en uno de ellos. Guardo, sin embargo, mi muñeca preferida en la taquilla y cuando me ajusto bien prieta la coleta bajo la gorra verde, no dejo de pensar en el momento en que podré liberar mi pelo y extenderlo sobre la cama.

Es mi vida una lucha perpetua entre tensar los músculos de día y relajarlos por la  noche, entre las pinturas de camuflaje y la sombra de ojos, entre la mirada ardiente que te añora y la fría sobre la mira del fusil.

Antes de dormir, cuando me desnudo, acaricio una a una todas mis cicatrices, señales de las victorias logradas. No tengo ninguna, sin embargo, para la única derrota, de la que sólo conservo, en lo más hondo del armario, un vestido blanco de gasa.

Algunas noches, lo reconozco, odio mi uniforme. Llego a casa y procuro arrojarlo bien lejos, donde no pueda verlo. Dejo que las lágrimas corran. Paso después mucho tiempo frente al espejo hasta rehacer mi cara, hasta dejarla igual de reluciente que aquella mañana. Saco el vestido del armario y me lo pongo. Doy un par de vueltas sobre mí misma hasta caer sobre la cama. Con la voz más dulce posible que me es posible entonar, canto despacio, como si fuera una nana: Soy la Novia de la Muerte.

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05 octubre 2014

El último llanto de los vencidos



La ilustración es de Laura Garrido.
Mi colaboración en Esta noche te cuento del mes de Septiembre.
Inspirado en El coronel Chabert, de Honoré de Balzac.

La pala hace un ruido metálico al cargar la tierra. Un sonido que se arrastra, como la misma herramienta por el suelo, y termina en un golpe seco al verter su contenido dentro del foso. Tengo prisa, por lo que apenas dejo pasar unos segundos hasta que vuelvo a repetir la secuencia.
No me gusta mirar los cuerpos que voy cubriendo. Sólo lo hago cuando me llega algún sonido diferente, como el del quejido que se produce al asentar los cadáveres en el suelo. Entonces, paro y escucho, por si me sale algún resucitado de entre los muertos.
No se oye nada más en este amanecer. Quedan muy lejos los gallos y los pájaros de este entierro. Hace tiempo ya que no escucho los lamentos de la tierra al vencer las bóvedas producidas por los cuerpos amontonados. Ya no les queda ese llanto, siquiera, a los que ayer perdieron la batalla.

Empieza a clarear y a mí apenas me restan una docena de paladas. Rasear el terreno. Informar a mi superior de que el trabajo está hecho. Recoger el campamento. Asistir a la misa que dará el capellán para celebrar la victoria.

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