26 junio 2006

Espía en prácticas

Libertad se tomó una pequeña pausa para continuar su relato, un poco de tiempo para pensar en el enfoque que iba a darle al mismo, pues temía que la crudeza de los hechos pudiera impresionar demasiado a su interlocutor, visiblemente afectado ya por lo narrado anteriormente. Finalmente, decidió omitir los detalles más truculentos, limitándose a la descripción lineal de los acontecimientos, adornada con el imprescindible toque sentimental que atemperara un poco su relato.

Esa noche estaba inusualmente tranquila. Ya no le temía. Mi actitud en todo momento ante él fue fría, desapasionada. No opuse resistencia, pero tampoco adopté la posición humillante de sumisión que le encantaba. Esto le desconcertó un poco al principio, pero decidió actuar como siempre, con la violencia habitual, aunque esta vez no se encontró con gritos ni lamentos por mi parte, sólo silencio.

Poco a poco se fue confiando, abandonándose a sus deseos, recreándose en su propio placer, y entonces tuve mi oportunidad. Todo fue muy rápido. Su cuerpo inerte cayó sobre mí como un pesado saco de trigo, flácido, sin fuerzas; conseguí levantarme y lo dejé tendido boca abajo, inofensivo, desnudo.

Me vestí con rapidez, no me entretuve en descubrir su rostro, en observar una mirada de sorpresa o de terror interrumpida. No quise recrearme en la venganza, en la victoria, en la liberación definitiva. Ya me daba igual.

Resulta curioso, pero no sentía nada, ni miedo, ni alegría, ni nervios, ni alivio. Nada. Después de tantos meses persiguiendo esa liberación, después de los sufrimientos padecidos, de las lágrimas vertidas , de la rabia contenida, de las humillaciones acumuladas, no era capaz de experimentar ningún tipo de sensación.

Salí de la habitación con increíble tranquilidad, crucé una mirada cómplice con el vigilante, hice un gesto afirmativo ante su interrogante expresión, y al poco un coche negro con los cristales tintados me recogía. Un hombre, sentado a mi lado, en los asientos posteriores del coche, invirtió cerca de una hora en explicarme mi nueva situación, y el resto del camino lo pasé en blanco, como el inacabable paisaje que atravesábamos y que parecía no tener fin.
Pero lo tuvo. Tras una dura jornada de travesía, con las paradas justas para repostar y comer algo, me dejaron de madrugada en una oscura estación de montaña, que parecía dormida en el tiempo, donde esperaba encontrar todavía negros trenes con humeantes chimeneas blancas.

Nunca pensé que el hombre somnoliento y distraído que se sentaba frente a mí, sería la tabla de salvación a la que agarrarme un día. Creo que todavía no te he dado las gracias.
Al llegar a Madrid, unos paisanos se encargaron de todo, me buscaron una casa, un nombre y una ocupación, todo provisional. Tenía que pagar de alguna forma los favores prestados, y no existía otra que ayudarles en su misión.

Pertenecían a la oposición al régimen, buscaban información para desprestigiar al gobierno, y se habían enterado de un pacto secreto entre Moscú y Londres. Yo tenía que echarles una mano en eso, aunque nadie me dijo como. Tenía una libertad total de movimientos y de actos.

Ellos me facilitaron alguna información poco relevante; habían observado a algunos empleados de la embajada y sabían los lugares que frecuentaban. Empecé a acudir por allí, y conseguí hacerme un hueco entre ellos. Procedían casi todos de fuera de Madrid, y tenían una especial sensibilidad hacia los forasteros, por lo que me abrieron las puertas de su amistad enseguida.

En la fiesta de Nochevieja, como ya sabes, me presentaron al embajador. Tengo que decirte que no respondía fielmente a la idea de británico que solemos tener; era una persona de una sensibilidad extraordinaria, amante de las artes y las letras, y muy necesitado de afecto. Pese a lo que pueda pensar todo el mundo, conmigo se portó como un perfecto caballero, y en el tiempo que estuve con él jamás pude percibir ni la más mínima señal de que no lo fuera.

Así era más complicado conseguir la información que necesitaba, pero con el tiempo le encontré una debilidad, que supongo que fue lo que terminó arruinando su vida: tenía una pasión desmedida por las obras de arte.
Hay quien se aficiona al juego o a las mujeres, pero la pasión del coleccionista no es menos intensa, aunque no sea tan conocida. Se trata de conseguir lo que nadie tiene, lo que te permite diferenciarte de los demás, y ese afán de posesión puede volverse obsesivo. Eso le pasó a él.
Para encontrar objetos cada vez más singulares comenzó a frecuentar el mercado clandestino, a conocer a gente de muy mala calaña, y a necesitar crecientes cantidades de dinero. La forma de obtenerlo ya te la imaginas: a cambio de documentos confidenciales o secretos.

Yo casi no tuve que intervenir, le presenté a mis amigos, y ellos se encargaban de cerrar los tratos. Solamente me ocupaba de trasladar los maletines donde se realizaba el intercambio, pero tenía instrucciones muy precisas de no abrirlos.

Un buen día me llamó. Me dijo que le habían cesado, que se iba, pero se quería despedir de mí. Quedamos en vernos en su casa después de comer, pero no estaba. Le llamé al móvil, y tampoco estaba, y bueno ... lo demás ya lo sabes. Ocurrió tal y como te lo conté aquel día, el encuentro en el local que frecuentábamos con aquel desconocido, y el descubrimiento de su cadáver.

Nunca supe quién lo había matado, y sigo sin saberlo. Pero el día que descubrí que nos vigilaban, reconocí a uno de mis compañeros rusos y me sorprendió. No los tenía por gente excesivamente peligrosa, capaces de matar, sin escrúpulos. Se habían metido en ésto por dinero, y no eran demasiado expertos. Me dio que pensar ese repentino interés en mi persona.
Pero lo que es peor, en Valencia, en la misma mascletá, justo antes de que decidiera huir, vi el rostro de una persona a la que hubiera deseado no ver más en mi vida: el ayudante de cámara de Oleg.

Enseguida lo relacioné con las personas que habían preguntado por nosotros en el hostal, recordé tu interés por quedarte una noche más, nuestra discusión del desayuno, y me entró el pánico. Decidí escapar ..., y me salió bien. Por lo menos hasta ahora. Mi suerte no durará siempre. Sé que al final me localizarán y me matarán, y entonces no quiero que tú estés conmigo.

He venido a despedirme. Para siempre. No intentes seguirme.

11 comentarios:

  1. Anónimo6:00 p. m.

    Vaya, por fin sabemos la historia de tu Sofia, ahora a ver como reacciona mi Ramón. Es que me lo trae loquito, jejejeje
    Nada, espectante hasta la siguiente entrada. Un beso, guapo.

    ResponderEliminar
  2. Anónimo9:44 p. m.

    Pero....que fuerte, que fuerte, que fuerte!!! ufff al menos nos dejas descansar un poco después de tanto tiempo oliendo y sin saborear nada, jeje
    Vaya historia, ahora si que cuadran muchas de las cosas de los capítulos anteriores. No sé si ya lo tenías todo atado, o fuiste atando a medida que avanzaba la historia, incluso diría yo que a veces ayudado por alguno de nuestros comentarios, no por nada, sino por la exigencia nuestra, en algunas ocasiones, de que todo cuadrase y de que no quedara ningún cabo suelto.
    Bueno Juanjo, se me ocurre que esta novela debe ocupar unas cuantas páginas impresas, y me preguntaba a cuanto asciende tu trabajo?? jeje
    en fin majete, quedo a la espera de uno de tus últimos capítulos (creo..), ya que creo que el final está próximo.
    venga que vaya bien!!!
    ;o)
    Noelia.

    ResponderEliminar
  3. Anónimo10:38 a. m.

    Totalmente de acuerdo con tu apreciación sobre los deseos. Asimple vista parce una contradicción que nos queramos desprender de ellos, canjeándolos por hipotéticas realidades, cuando realmente, uno vive (otra cosa es que sea práctico y aconsejable) más de sueños que de factos.
    O no?.
    Un saludo paisano.

    ResponderEliminar
  4. Anónimo4:04 p. m.

    Esta de lo mas interesante... no se si aguantaré la curiosidad me puede...
    Ya tenía ganas de saludarte... he vuelto..
    Un beso y una pícara sonrisa...
    Malisima de la muerte....

    ResponderEliminar
  5. Anónimo3:43 p. m.

    Vengo para decirte que ya se acabó Reno, que ya empieza el verano y que ya por fin puedo decir que he acabado la carrera de momento...aún me quedan notas por saber, pero vamos que con saber que hasta septiembre no tengo que hacer nada más.
    Mañana entraré a leerme los capítulos que me faltan y comentarte como dios manda.

    Qué feliz estoy Reno, qué feliz!!

    Unos besotes y muchas gracias por todo tu apoyo! :)

    ResponderEliminar
  6. Anónimo11:54 p. m.

    Buen finde Juanjo.
    Besos grandes.

    Pd. ya va quedando menos, qué nervios jeje.

    ResponderEliminar
  7. Anónimo1:21 a. m.

    Sé que vives en Castellón...pero no habrás estado en Valencia esta mañana, verdad? espero que tú y todos los tuyos estéis bien.
    Un besito

    ResponderEliminar
  8. Anónimo3:34 a. m.

    Volví, un poco tarde quizás, pero aquí estoy...

    Y tú ¿cómo estás? Veo que sigues con la historia, para cuándo el libro? Qué constancia! Debe ser un orgullo mirar hacia atrás y ver todo lo que ya has escrito de lo que empezó siendo un pequeño relato...

    Yo sigo como siempre, y prometo que cuando vuelva, lo voy a leer todo, todo, todo.

    Pero esta vez volveré antes, eh? :)

    Espero que estés muy bien, también los tuyos, por descontado.

    Eres el silencio que más he echado de menos...

    ResponderEliminar
  9. Anónimo4:55 p. m.

    Sí Juanjo ya me quedan días, tengo unas ganas que ni te imaginas!
    Esa horchata por Dios , esa horchata jeje.

    Besos.

    ResponderEliminar
  10. Anónimo5:50 p. m.

    Querido Juanjo.
    Empiezo a pensar que lo de la despedida, no era algo relacionado con la pura abstracción literaria, sino que era cierta.
    Si es así, aquí va un adios, éste si, tan solo literario.

    ResponderEliminar
  11. Anónimo12:22 a. m.

    ¡¡¡Cu Efe!!!

    ResponderEliminar