
Un soplo de aire fresco le vino de golpe, azotándole en la cara, e instintivamente se hizo hacia atrás, pegando la espalda a la fría mole de piedra que formaba las paredes del túnel, mientras contenía la respiración.
Por un momento llegó a pensar que el antiguo tren volvía a recorrer su antigua vía, y que pronto vería pasar los mugrientos vagones a escasos centímetros de sus narices. Pero eso era sencillamente imposible, pues faltaban los imprescindibles carriles sobre los que se deslizaba aquel pesado vehículo.
No le dio tiempo a pensar más, pues una furgoneta, la causante de todo aquel revuelo, pasó a toda velocidad, deslumbrándole con sus potentes faros, y arrojando una nube de polvo que le provocó un inesperado arranque de tos.
La confusión creada por las inesperadas luces, el ruido del vehículo y la irrespirable atmósfera tardó un poco en aclararse, y entonces Ricardo buscó con un poco de ansiedad la salida del negro recinto donde se encontraba.
Obsesionado con recobrar pronto los amplios espacios exteriores no reparó en la extraña presencia que debía de continuar dentro del túnel, si no había sido lo suficiente rápida para abandonarlo antes. Ricardo no pensaba en eso entonces, sino en abandonar pronto el inseguro sitio en que se encontraba, y la otra persona debía sentir la misma necesidad.
La suerte quiso que sus caminos se cruzaran esa noche, todavía dentro de la oscura trampa; sus cuerpos chocaron en medio de la penumbra, y un grito de terror atronó la estancia.
En medio del aturdimiento provocado por el golpe, Ricardo pudo distinguir unos ojos negros, del color de la noche sin luna, que protagonizaban una cara contraída en una mueca de pánico.