28 enero 2009

Barbecho


Imagen tomada del siguiente enlace



La escarcha cubre de blanco la tierra cansada, olvidada al lado del campo roturado que espera.

Por ahora nada aventura una nueva cosecha y el frío viento devastador mata cualquier esperanza de vida en su vientre. Así que el terreno solterón, abandonado, ya no espera, y sus horas no son nada más que una sucesión lenta de minutos sin sentido.

A lo lejos se observa el resplandor rojizo de una hoguera. Alguien aventura, alguien celebra. Mientras, la parcela yerma mira escéptica.

La desesperanza ya no desea, pero el chisporreteo de las llamas parece augurar el sol inclemente del verano, y el dorado balanceo del trigo sobre los campos. Bajo su piel arrugada por surcos demasiado antiguos, de agua y de hielo, el deseo de la suave barba de espigas parece despertar lentamente de su injusto cautiverio.

Juanjo Montoliu Marcet - Enero de 2009

23 enero 2009

El conejo en su madriguera


La vida de Loles cambió el día que un compañero de clase, el típico niño borde, tuvo la clásica asociación de ideas mientras observaba aquellos poderosos incisivos superiores ligeramente adelantados sobre los maxilares inferiores, aquella rotunda realidad de marfil impidiendo el natural cierre de su boca pequeña.

La penosa travesía entre aquel cruel apodo infantil y el lascivo título de playmate fue, en resumen, un ejercicio de lacerante penitencia, cuyo único objetivo era ganar la estima de los demás y recuperar la propia, a base, al principio, de rebeldía y descaro estudiados, y después, de sexo fácil con hombres desesperados; pero un inesperado casting lo cambió todo.

La fama, a pesar de su brevedad, le sirvió para engrosar sus cuentas bancarias y conquistar una discreta y confortable independencia, a mucha distancia de los dimes y diretes del mundo rosa. Su vida, entonces, se llenó más de flashes y entrevistas, que de noches de blanco satén; y si sacamos las cuentas, su mullido y oscuro sexo, tan visto y cantado, fue muchas más veces objeto de deseo que plaza conquistada.

Quién iba a decir que la Loles, la vejada Loles, la ignorada Loles, la cantada Loles, terminaría siendo cartel de busca y captura de cazadores al más puro estilo de Elmer Gruñón, sin que a ella le costara gran trabajo mantener a salvo su madriguera.

Ahora vive allí, rodeada de cosas inútiles, balanceando en su hamaca los largos dientes manchados de café y tabaco, mientras vuelca sus pequeñas gafas sobre un libro de Lewis Carroll, que lee y relee.

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Celebremos el Día del Conejo como se merece.

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14 enero 2009

La fosa de los villanos



Nadie le explicó en qué consistía ser valiente.

En su larga carrera de marino, con demasiadas millas recorridas por todos los mares navegables, el capitán no se había hallado nunca en el trance de decidir si prefería pasar a la historia como un héroe, o ser uno más de la gran fosa de los villanos.

Sin embargo ahora, en el momento en que su barco se está yendo a pique, todo el valor supuesto, el enseñado en las ordenanzas, el novelado en mil páginas de literatura épica, permanece dormido o muerto.

El miedo, ese sentimiento incomprensible para él, atenaza sus músculos aún cuando el deseo de aferrarse a la vida le invita a huir cuanto antes de la muerte segura. Mientras observa cómo los últimos tripulantes se hacinan dentro del bote de la única esperanza, siente unas ganas irrefrenables de saltar en él, de gritar, de pegar un puñetazo a algo, o a alguien; pero, en cambio, se deja caer sobre la silla, y llora.

Llora mientras el silencio le devuelve los tonos de sus S.O.S., tecleados con desesperación desde la radio; llora mientras el sonido brusco del bote cayendo sobre las olas agitadas se lleva su última oportunidad; llora mientras el murmullo del agua, mansa pero inflexible, sube por encima de sus tobillos.

Sólo entonces, en su última hora, cuando su vida ya no vale nada, se ajusta el chaleco salvavidas, dispuesto a ser tragado por ese mar impío que le espera para devorarlo. Se santigua mecánicamente antes de lanzarse y toma impulso para llegar lo más lejos posible. Las aguas frías matan el sonido mecánico con el que la radio despierta de su prolongado letargo, antes de ser engullida, a su vez, por el inclemente elemento.

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05 enero 2009

El cuarto rey mago



Del fascinante viaje de los Reyes Magos nos han llegado más incógnitas que hechos realmente comprobados. Historiadores de la época y modernos investigadores coinciden únicamente en la existencia de una aventura, entre esotérica y científica, de una comitiva de personas de diferentes procedencias, razas y religiones, persiguiendo unos extraños signos celestes que les condujeron finalmente a la recóndita aldea de Belén.

Si eran científicos, magos, reyes o misteriosos alquimistas parece ser lo de menos, como también parece importar poco sus lugares de origen y los objetivos que les impulsaron a emprender tan largo trayecto.

La leyenda, más que la historia, ha reducido a tres los personajes principales de este viaje, pero no está escrito en ningún sitio que el número exacto fuera ese. De hecho, algunos testamentos apócrifos hablan de un cuarto rey, un viajero enigmático, engullido por las fauces del olvido.
Ese cuarto sabio pudo ser un niño, y su nombre, escrito en lenguas perdidas, se podría traducir como Inocencio.

En su personalidad destacaba un apetito insaciable por el conocimiento, combinado con la necesidad constante de diversión, propia de su edad y difícilmente compatible con la aburrida metodología de sus compañeros de ruta.

Las leyendas no aclaran la edad del niño y dudan hasta del sexo de la criatura, pero parecen coincidir en el hecho de la abrupta desaparición del camino. Al parecer, el rey Inocencio, o la reina Inocencia, se extravió con todo su alegre séquito, cuando comprendió la verdadera naturaleza de sus acompañantes, a una edad comprendida entre los 6 y 10 años. No se sabe si consiguió terminar el viaje, ni cuál era el regalo que destinaba al niño Jesús, pero parece claro que el mundo de los adultos serios, circunspectos y serviles que lo acompañaban, no cuadraba con su forma llana de concebir la vida.

Los testigos, compañeros de ruta del infante, lo recuerdan como una presencia lejana y agradable, como un sueño dulce y placentero del que despiertan todas las mañanas del 6 de Enero, cuando calculan, a ojo de buen cubero, cuanto dinero habrán costado los regalos depositados debajo del árbol de Navidad.

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