11 abril 2006

Noche de fiesta


El descanso había sido reponedor, pero llevaban muchas horas acostados y Ramón empezaba a cansarse de dar vueltas en la cama. Por un lado quería dormir un poco más, tenía una invencible pereza por enfrentarse de nuevo al mundo; pero por otro le dolían ya todos los huesos de estar en postura horizontal. Necesitaba movimiento.
Por las rendijas de las persianas apenas entraba luz, y la que conseguía introducirse se notaba artificial. Era de noche, imposible deducir la hora exacta. Así que se incorporó y consultó el reloj. Las diez. Sofía dormía plácidamente , pero el movimiento del hombre le hizo reaccionar, girándose hacia el otro lado mientras murmuraba algo bajito en un idioma ininteligible.
Ramón se levantó con cuidado, pues quería dejarla dormir algo más. Se acercó a la ventana para observar a la gente que pasaba por la calle. Siempre disfrutaba viendo el comportamiento de las personas en diferentes situaciones, y el ambiente festivo proporcionaba siempre escenas más ricas y variadas de las habituales.
Las calles no estaban atiborradas a esas horas; entre que el barrio no era demasiado céntrico, y que la mayoría de la gente estaba cenando, apenas se veían un par de grupos de adolescentes buscando bar con pasos titubeantes y tonos de voz más altos de lo normal, algunos niños con sus padres tirando petardos, y una pareja reciente de enamorados, caminando entrelazados, tropezando con sus propios pasos.
De repente el ruido de una traca le sobresaltó. Se había acostumbrado al ruido individual de los diferentes tipos de artefactos pirotécnicos, pero la rápida secuencia de explosiones le pilló de sorpresa, dándole un acelerón súbito a su corazón, poco repuesto todavía de la tensión de los días anteriores. Sofía también despertó de golpe, asustada; se quedó unos segundos mirando a Ramón con la respiración contenida, preguntándose qué pasaba, hasta que comprendió el verdadero motivo y soltó todo el aire que tenía en los pulmones en una sonora carcajada, que terminó por contagiar a su pareja.
Se vistieron rápido y se dispusieron a salir. Tenían que darse prisa o no encontrarían sitio para cenar, aunque la verdad es que no sabían muy bien donde ir ni que hacer después.
Gloria les solucionó las dos papeletas. Conocía el barrio como la palma de su mano, y les indicó un bar donde les harían hueco si decían que iban de su parte. En cuanto a lo que podían hacer, les advirtió que era día de ofrenda, y hasta que terminara el largo desfile de falleros y falleras ante el manto de la virgen no podían esperar gran animación, pero sí muchas calles cortadas. Les aconsejó hacer tiempo hasta la hora del castillo de fuegos, y después visitar alguna verbena del centro.
La cena no estuvo mal. Estaban hambrientos, pero pudieron sentarse y comer algo caliente y en plato, acompañado de una botella de buen vino al que no le perdonaron ni la última gota.
Con los ánimos exaltados salieron del bar dispuestos a conquistar Valencia en dos zancadas, pero al cabo de un tiempo se percataron de que las distancias eran más largas de lo que habían calculado.
Al cruzar el río, se empezaba a notar el cansancio; Ramón se percató de que no se encontraban muy lejos de la falla de una amiga suya, a la que conoció hacía ya tiempo en una de sus temporadas de trabajo en la ciudad.
La falla de la plaza de Sant Bult vive medio escondida entre calles estrechas y tenebrosas, encajonada entre los oscuros edificios que delimitan su recinto, donde la luz parece no atreverse a entrar con todo su esplendor. Todo ello proporciona a su monumento un aire unas veces misterioso, otras melancólico, y algunas hasta terrorífico, dependiendo del tema escogido por el artista fallero. Es bastante céntrica y no está demasiado alejada de las grandes vías de comunicación, pero su particular situación y las especiales características del barrio y sus gentes han conseguido que conserve intacta la esencia de las fiestas, transmitida de generación en generación durante sus más de 130 años de existencia.
Al entrar por la puerta del "casal" les sorprendió una concurrencia tan variada. Gentes de muy diferentes edades y vestimentas se distribuían de forma desordenada por todo el local, desde niños de teta hasta jubilados, algunos ataviados con los trajes típicos, otros embutidos en la también clásica blusa negra, y los más con vestimentas normales. Algunos mozos recogían los tableros recién empleados en la cena, otros atendían a las visitas próximos a la barra.
Allí mismo, con dos cervezas en la mano, Ramón reconoció a una cara amiga.
- ¡Hombre, Felipe!
- Joder, Ramón, ¡cuánto tiempo!, dijo el hombre, mientras dirigía una indisimulada mirada a Sofía, ¿qué haces por aquí?
- Pues mira, tenía un par de días libres, y decidimos venirnos por aquí. Sofía no conoce Valencia, y qué mejor que venir en Fallas. Hemos cenado cerca del hostal de siempre; ahora íbamos hacia el castillo, y he recordado que la falla de Cristina quedaba por aquí, así que ...
- Mira, por ahí viene.
Cristina también se alegró mucho de ver a Ramón. Hacía mucho que no se veían, y estuvieron un buen rato charlando los tres, contándose todos los cotilleos acontecidos desde su último encuentro. Tanto ella como Felipe iban con sus respectivos cónyuges, así que tras un par de cervezas consumidas en el local, decidieron improvisar una salida nocturna las tres parejas.
De camino hacia el castillo, les sorprendieron los primeros cohetes, por lo que tuvieron que verlo desde la lejanía, aunque no por ello dejó de ser un bello espectáculo, que dejó a Sofía totalmente maravillada.
Después, callejearon por el barrio del Carmen, al ritmo de la música que encontraban en cada rincón, bebieron, rieron, charlaron, bailaron hasta casi desfallecer, y cuando el sentido del equilibrio les empezaba a fallar, y la humedad del final de la noche empezaba a meterse hasta los huesos, buscaron refugio en un puesto ambulante de chocolate y buñuelos.
Llegó la hora de la despedida, que fue larga, porque faltaban las ganas y no acudían los taxis, pero al final llegó. Y no faltaron las promesas de otras citas, de otros encuentros, de llamadas telefónicas, que después, pasada la resaca, siempre serían menos de las esperadas.
Al llegar al hostal, Gloria ya estaba despierta y ponía cara de muy pocos amigos. Sin dejarle siquiera recoger la llave de la habitación a Ramón le dijo:
- Necesito hablar contigo a solas, Ramón. Si es que puedes pronunciar alguna palabra a estas horas.

6 comentarios:

  1. Anónimo12:42 p. m.

    Y la Gloria esta de qué va dejándome con la intringulis???

    Será cabrita...

    Mañana empieza la feria; empiezan las luces, los trajes de faralaes, los puestos de chocolate y buñuelos...qué ganas, me ha recordado tanto...

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  2. Anónimo11:51 p. m.

    Mirar lo que se dice mirar...

    Te vienes a la Feria? invitado quedas...

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  3. Anónimo2:30 p. m.

    Hooola Juanjo!!! pues la verdad es que ahora no tengo tiempo. Entré un momento y pasé a verte pero me voy a currar de nuevo. En cuanto tenga un par de segundos vuelvo. ;o)
    Hasta prontuuuu
    Ahh se me olvidaba.... lo del peinado no lo dirás en serio, si precisamente en el dibujo estoy muy bien peinada, deberías verme al natural :-S jajajaaja

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  4. Anónimo5:33 p. m.

    Uy madre... A ver qué le dice Gloria a Ramón! Qué intriga, para variar ::P:P:P:P:P

    Respecto a lo que me preguntabas, mi viaje sigue avanzando. A ratos bien, a ratos regular, otros mal... Sólo espero encontrarme a mí misma lo más prnto posible.

    Un besazo

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  5. Anónimo10:54 p. m.

    Ya ha dado comienzo la feria y este año, las luces se ven mañana que no había ni pizca de ganas. Y tú te lo pierdes ;)

    Un besito y que pases mañana un gran día

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  6. Anónimo8:24 a. m.

    Glups.... no sé a Ramón, pero a mi se me acaba de cortar el buen rollo, vaya vocecita de cabreo que tiene Gloria :-S
    Juanjo me voy al siguiente capítulo, jeje ;o) Esta bien esto de haberte dejado de leer una semana pq ahora tengo faena doble de leerte, que siempre me gusta.

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