24 julio 2006

Algo se muere en el alma

A medida que se acercaba el momento de abandonar Madrid, Sofía se encontraba cada vez más nerviosa; temía que en las últimas horas se pudiera estropear lo que parecía un futuro prometedor, libre de enemigos y junto a la persona que le amaba y sabía cierto que le iba a tratar bien. Sin embargo, a pesar de su inquietud, no puso ningún impedimento, ni demostró impaciencia cuando Ramón le pidió unos minutos a solas con Marisa.

El último encuentro se produjo esta vez en el mismo bar del hospital, y los mudos testigos del emocionante momento volvieron a ser un par de cervezas, apenas probadas por sus dueños, que no parecían tener demasiada prisa en terminarlas, como tampoco en comenzar la dolorosa escena de la despedida.

Ramón parecía darse cuenta entonces de lo mucho que apreciaba a la joven, y también sentía un poco de complejo de culpabilidad por el distanciamiento que habían sufrido desde aquel infausto día de la reunión con los rusos.
No hacía mucho que la conocía, pero ya era una vieja amiga, quizá la mejor que había tenido nunca. Había estado allí siempre que lo había necesitado, en los momentos de miedo, de tristeza, de incertidumbre, y casi, casi, hasta en la misma muerte; y todo sin un reproche, sin una mala cara, sin pedir nunca nada a cambio.
Se preguntaba también qué hubiera pasado si, en aquellos primeros días de Enero le hubiera franqueado el camino hacia de su corazón, en lugar de llenarlo de obstáculos, en aquellos tiempos en que Sofía era sólo un fantasma, una sombra, un interrogante con el único interés de ser resuelto.

La idea de no verla más empezó a angustiar a Ramón, pero era ese mismo pensamiento el que atenazaba a Marisa, que luchaba contra sí misma para no derrumbarse, y se negaba, al mismo tiempo, a pronunciar las típicas frases hechas de estas ocasiones.

Los dos sabían lo que estaba sintiendo el otro, y la mayoría de las palabras sobraban, pero el espeso silencio, las miradas vidriosas, las mandíbulas apretadas, y las manos temblorosas pedían a gritos escapar de la tensión a la que estaban sometidos, y la forma de hacerlo fue una carcajada nerviosa de Marisa, que contagió a Ramón.

- Parecemos tontos.
- Sí.

Las manos se buscaron, se estrecharon, diciendo todo lo que ellos eran incapaces de pronunciar, o que era demasiado obvio decir. Iban a dejarse de ver por mucho tiempo, quizá para siempre, pero no sólo eso. Las normas de protección de testigos eran muy estrictas; debían suprimir todo contacto directo con su pasado: conversaciones telefónicas, cartas, incluso correo electrónico; todo lo que pudiera proporcionar a sus posibles perseguidores una pista de su paradero.

Sin embargo a Ramón se le ocurrió una forma, que entrañaba un poco de riesgo, aunque pensaba que era realmente mínimo. Hacía tiempo que mantenía una especie de diario virtual, una página web donde expresaba sus sentimientos, donde se desahogaba contando sus miedos, volcando sus frustraciones, e incluso se permitía, de vez en cuando, alguna veleidad literaria. Era un sitio poco conocido, bastante anónimo, y difícil de localizar. Así que le pasó su dirección a Marisa, aunque le comentó que probablemente no publicaría con frecuencia. Por lo menos al principio.

Era un pequeño rayo de luz en tan oscuro camino, muy pequeño; aunque los dos albergaban en su seno interno la esperanza de encontrarse en un futuro.

- Debes irte ya, Ramón. No me gustaría que perdieras el avión. Me pasaré por tu blog, te lo prometo.

Ramón asintió con la cabeza. Se levantaron al unísono, y se dieron dos besos en las mejillas, abrazados el tiempo justo para que no mojarlas. No hubo más palabras. El hombre se dio la vuelta y enfiló el pasillo mientras las lágrimas resbalaban ya sin ningún tipo de freno por su cara. Marisa hacía lo propio mientras recogía el bolso y salía hacia la calle. Ninguno de los dos quiso que el otro comprobara el dolor que sentía, aunque se tratara de una verdad de sobra sabida.

Algo se muere en el alma cuando un amigo se va, dice la canción. No se podrían escribir versos más apropiados para esta ocasión.

5 comentarios:

  1. Anónimo6:15 p. m.

    He vuelto, estoy aun algo lejos pero me apetecia colarme por tu ventana y leerte, como siempre fantastico....
    Un abrazo calido como el sol de la tarde.

    su

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  2. Anónimo1:11 p. m.

    Caramba, esta vez con las vacaciones de por medio, si que ha sido un buen baño de emociones con nuestros "protas" Libertad alias Sofia, Ramón y Marisa... ¡y eso que no se ha acabado la historia de milagro..!! En fin... me alegro que Ramón haya librado por esta vez... si es que este chico es de lo que no hay... Al final no se lo cargan los agentes secretos ni las mafias rusas... ¡y a poco se mata él mismo..! Esperemos que no cunda el ejemplo y ahora la que se agarre la depre sea Marisa... ¡pero que las dará este hombre, que las tiene a todas coladitas...! De lo que es seguro es que en este punto de la historia si que es muy dificil vislumbrar hacia donde puede tirar.. ¿comeremos perdices al final..?, ¿nos quedan penalidades para rato...? Habrá que seguir atentos a la pantalla.

    Un abrazo. Carlos


    P.S.: ¡Bueno, también puede pasar que el autor, el protagonista, o ambos se tomen unas vacaciones, como hacemos los lectores de vez en cuando....!

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  3. Anónimo3:35 p. m.

    Solamente un saludo, ando un poco cortita de tiempo. Pero volveré, y eso si que es una amenaza, jejeje.
    Un beso, rey.

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  4. Anónimo10:23 p. m.

    Que me hablen a mí de despedidas...

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  5. Anónimo6:58 a. m.

    Diossss me has dejado de piedra con lo del blog de Ramón. Ese gran desconocido, cuando ya creía saberlo todo de él va y.... pero... oye si hasta tiene fieles a su blog. Es un fenómeno, pq además no lleva poco tiempo con él, me refiero al blog. Está lleno de sorpresas!!!

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