06 julio 2006

Cruce de caminos

- Esta vez no dejaré que te vayas, dijo Ramón. Quiero ir contigo, pase lo que pase, cueste lo que cueste. No me importa morir, pero no me abandones otra vez. Sofía, te lo ruego ...
- No ... No, Ramón, no puede ser. Debo de marchar. Déjame ir.

Ramón asió su mano, la estrechó fuertemente, y se inició un tira y afloja intenso. Ella pugnaba por librarse de la presión que la retenía, mientras las lágrimas brotaban a borbotones de sus ojos, y él había perdido momentaneamente el juicio: tenía el rostro desencajado por la ira, y una expresión de angustia y desesperación, que unida a su aspecto demacrado parecía mucho más cercana a la locura que al amor.

Pero las lágrimas de ella consiguieron vencer la alteración transitoria de Ramón, comprendió que la decisión de ella era firme, que de nada podía servir retenerla a la fuerza, y de golpe cesó la fuerza en sus músculos, mudó su rostro de la desesperación a la tristeza y sus manos buscaron ahora sus propios ojos encharcados, liberándolos de su carga.

El momento fue aprovechado por la muchacha, que libre del lazo que la retenía comenzó una larga y veloz carrera. Cuando Ramón reaccionó, solamente tuvo tiempo de ver su silueta introducirse con rapidez en la boca del metro.

La estación de metro de Sol es un gran cruce de caminos: tres líneas, seis posibles direcciones. Demasiado fácil equivocarse. Y Ramón acertó la línea, pero no el sentido. Sólo necesitaba seguir su primera intuición, dejarse conducir por la letra de la vieja canción:

Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal
¿Dónde queda tu oficina para irte a buscar?
Cuando la ciudad pinte sus labios de neón
subirás en mi caballo de cartón.
Me podrán robar tus días,
tus noches, no.

Pero en lugar de seguir lo que le indicaba su corazón, confió en la lógica que le volvía a enviar de nuevo a su maldita estación de tren, la de los desencuentros y las trampas. Buscó desesperado por los andenes de cercanías y de lejanías, por los exhuberantes jardines cargados de agobiante humedad, sitió las tiendas de regalos, interrogó a los vendedores ambulantes, y volvió en otro viejo vagón, pintado a rayas rojas y blancas.

Pero ya no miraba, ya no buscaba. Su última esperanza se había desvanecido. Su postura ya no era rígida, tensa, vigilante, sino blanda, flácida, ausente. Había perdido.

5 comentarios:

  1. Anónimo12:25 a. m.

    No creo que Ramón tire la toalla...
    La Sofía esta no tiene consideración ninguna. Mala pecora!!

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  2. Anónimo12:34 p. m.

    coincido con SARA ...mala pecora!!!!!ABRIL

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  3. Anónimo7:51 a. m.

    Bueno, a veces no todos los caminos llegan a Roma, y parece que Ramón ha vuelto a perder a Sofia.
    Aunque estoy segura que sus vidad volverán a cruzarse.

    Hola Juanjo, :o)
    tienes razón, hacía días que no miraba blogs, o si he mirado no he encontrado los dos minutos para dejar huella. Y así van pasando mis días, con el stress de las semanas previas a las vacaciones de verano, cuando por más que corras parece que todo se empeña en torcerse y darte más trabajo, si cabe aún.
    En fin, .... cosas mias, jeje
    Un besito.
    Noelia.
    P.D. sabes...hice una especie de entrada, no en mi blog pero me lo publicó en el suyo, mi querido Artur(http://azulesmiradas.spaces.msn.com/)
    Hasta pronto ;o)

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  4. Anónimo9:22 a. m.

    Tu Sara no se está portando nada bien con mi Ramón, reconozco que él es un poco gris, pero es que ella también...
    (jejeje)
    Gracias por tu compañía.
    Un beso, guapetón.

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  5. Anónimo9:24 a. m.

    ¿Y por qué le cambio el nombre a tu Sofia?.
    Está visto que la edad no perdona, ya estoy mayor, jajajaja.
    Otro beso, guapo.

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