25 julio 2006

Detrás del grito

Los agentes que trasladaron a la pareja hasta el chalet donde se hospedaba la mujer les indicaron que debían esperar una hora más antes de que sus compañeros pasaran a recogerles para llevarlos al aeropuerto. Tenían, pues, algo de tiempo para preparar las maletas.

El chalet era de sobra conocido por Sofía, y no sólo por los días que llevaba viviendo allí. Fue una especie de segunda vivienda del embajador, aunque éste no la había empleado de ese modo, sino más bien como secreto almacén donde acopiaba las numerosas obras de arte que había adquirido gracias a sus negocios turbios con los rusos.

Ramón estaba impresionado con lo que veía; perfectamente expuestas y ordenadas se veían colecciones de joyas de gran valor, tanto por su antigüedad como por la calidad de sus materiales; de las paredes colgaban cuadros originales de grandes pintores del último siglo, algunos de una extraordinaria belleza; aparte del gusto exquisito con que estaba amueblado hasta el más pequeño rincón.

Todavía quedaban, en una pequeña estancia, algunos paquetes por desembalar y otros tantos cuadros por colgar, aunque ya iba faltando espacio para ubicarlos, sin alterar el delicado orden con el que se había colocado cada pieza . La muerte había sorprendido al embajador antes de completar su trabajo.

Mientras esperaba a que Sofía terminara de hacer la maleta, Ramón decidió pegar un vistazo a las últimas adquisiciones del diplomático. Encontró un anillo de oro con dos pequeños diamantes incrustados, casi idénticos; un icono bizantino que representaba un Pantocrator, muy desgastado por el paso de los años; monedas de oro españolas acuñadas en el reinado de Felipe II muy bien conservadas; y dos cuadros apilados contra la pared y vueltos del revés.

Giró el primero y observó un óleo impresionante, que representaba una batalla ambientada en el norte de Africa. Trató de adivinar el autor; pensó en Fortuny, y acertó. Parecía original, aunque él no era un experto en obras de arte. Se quedó un rato contemplándolo; el cuadro era valioso, pero no tanto como para arriesgar la vida por él, pensaba, recordando la triste muerte del último adquisidor del mismo.

Dejó el cuadro a un lado con cuidado, y al volver la vista hacia el que había quedado oculto por el anterior se quedó estupefacto. Su corazón empezó a latir con fuerza, las manos le temblaban, y sus ojos se le habían quedado abiertos como platos, sin pestañear, al ver la archiconocida obra que tenía delante de sus narices.

"El grito", de Edvard Munch, había sido robado hacía ya unos años de la National Gallery de Oslo, y no se había conseguido averiguar su paradero, pese a las investigaciones de la policía. Sin embargo ahí la tenía, delante de sus ojos, aquella obra de arte, una de las más buscadas del mundo. No lo podía creer.

Tardó unos minutos en recuperarse de la emoción y tratar de ordenar sus ideas. Sólo entonces observó más detenidamente el cuadro. ¡Su gozo en un pozo! Hasta un principiante se podía dar cuenta de que la obra que se representaba allí era una burda imitación del original. Se preguntaba como podía haber pasado ante los ojos expertos del embajador sin apreciar el engaño. Algo no encajaba. Ese objeto no debía estar ahí.

Siguió examinando el cuadro con algo más de calma; la pintura parecía reciente, y los trazos eran burdos, como ejecutados por una mano insegura de su propia habilidad. Hasta el marco era malo; excesivamente grande y robusto para las dimensiones de la tela; tenía un contrachapado que ocultaba la parte posterior, sujeto con unas palometas atornillables, de las cuales dos estaban sueltas. Intentó fijarlas de nuevo, pero al sostener la chapa sintió más peso del esperado. Así que cambió de idea y decidió soltar las sujecciones restantes.

Al vencer la tabla quedó al descubierto una cámara entre la misma y la tela del cuadro. En su interior se alojaban dos sobres de grandes dimensiones, uno de los cuales llevaba perfectamente rotulado el título de "Top Secret", mientras que en el otro nada figuraba: estaba en blanco. Los dos habían sido abiertos, aunque el segundo se había intentado sellar con dos cintas de celofán.

Ramón llamó a Sofía para que se acercara a ver el descubrimiento. Algo le decía que aquellos dos sobres guardaban los secretos que quedaban por descubrir, los causantes de todos sus problemas durante todos estos meses. No era cuestión de saborearlos él solito, no fuera que el plato tuviera mala digestión.

6 comentarios:

  1. Anónimo12:16 p. m.

    Querido Juanjo.
    Vacaciones, cuándo?
    En su caso, disfrutalas. Un saludo.

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  2. Humm... Parece que nos vamos adentando en el clímax final.
    Curioso el detalle del blog de Ramón. ¿Creado ex profeso para la historia? ¿Reciclado para ella? Me lo leeré con más tiempo para matar la impaciencia.
    Saludotes.

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  3. Anónimo11:27 p. m.

    Yo no quiero que haya desenlace aún!!
    Me nieeeeeego.

    Pd. El Ramón este también escribe bien. Qué arte tiene el tío.

    Pd2. Besitos

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  4. Anónimo7:05 a. m.

    glups... y ahora qué?? voy a seguir a ver que pasa!

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  5. Anónimo1:52 p. m.

    Este Ramón...¿por qué no se estará quietecito? siempre metiendose en lios.
    Voy a seguir.
    Besos, rey.

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  6. Anónimo7:30 p. m.

    Me fue muy grato, pero un Reno de Nariz roja, romper su silencio, a través de unas líneas.
    Palabras que colocar en el espacio, no vienen se atropellan, más para dejar huellas en un espacio como el tuyo, siempre quedan.
    Volveré a leerte con tu permiso.
    Milena

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