07 septiembre 2006

El Monte del Olvido (III)

Al día siguiente del accidentado paseo decidí escribir mis memorias; y lo hice con la pasión del neófito; con la ansiedad de retener cada recuerdo, cada sensación, cada sentimiento; sin olvidar datos, sin esconder detalles, sin abreviar descripciones. Cada hoja en blanco me parecía un sacrilegio, un grave pecado que solamente podía expiar llenándolo con mis experiencias.

Así pasaron muchos años. Escribir era mi único objetivo, mi única meta. Me levantaba por las mañanas con ese propósito, que no abandonaba más que para satisfacer mis necesidades fisiológicas. Un pequeño huerto me abastecía sobradamente de frutas y verduras durante la temporada, y el resto del año lo iba pasando con las conservas que elaboraba a final de la misma. Lo mismo ocurría con el pescado que me procuraba por mis propios medios en la bahía: salazones y escabeches se acumulaban mi despensa esperando ser consumidos, lo que cada vez hacía con menos frecuencia, pues el apetito iba decreciendo con el tiempo.

El resultado de esa autarquía buscada fue un aislamiento casi total del exterior. Iba aplazando las visitas a la ciudad, aprovisionándome cada vez con mayor abundancia para dilatar en el tiempo las obligatorias salidas.

Aunque conservaba intacta la pasión del primer día, las fuerzas ya no eran las mismas; los años y la pobre alimentación se hacían notar en mi aspecto, que ya era el de un anciano decrépito. Las hojas se iban terminando, y el relato de mi vida se acercaba a su fin. Era evidente que no podría terminarlo, pero tenía la ingénua ilusión de ser capaz de plasmar en letras las últimas sensaciones de mi vida, arrastrando en la N del fin mi último estertor.

En esos pensamientos divagaba, cuando se desató una descomunal tormenta, que pronto dejó a oscuras la casa donde vivía; como, por otra parte, era habitual en aquellos tiempos y en esas circunstancias. Encendí algunos candelabros que tenía preparados para la ocasión, y me entretuve contemplando el fascinante espectáculo de los relámpagos iluminando el mar, y alterando las misteriosas sombras que poblaban la estancia. El ritmo de los truenos se acercaba cada vez más a la aparición de los destellos, aumentando también la potencia sonora de la descarga: la tormenta estaba en su punto álgido; cuando de repente, una luz me deslumbró durante unos segundos y el siguiente estruendo me dejó momentáneamente sordo: el rayo había caído muy cerca, en el mismo jardín de la casa.

Pude ver como un árbol en llamas caía sobre el techo de la casa. Al poco, escuché el crepitar de las llamas, y percibí el inconfundible olor de la madera quemada de las viguetas que sostenían el techado. Mi casa ardía.

Subí las escaleras, abrí la puerta de la buhardilla, e intenté apagar el fuego con los escasos medios de que disponía: tan sólo un par de cubos de agua y mis menguadas fuerzas; pero fue todo en vano: las llamas avanzaban imparables, y a menos que el agua caída del cielo fuera capaz de vencerlas, era cuestión de tiempo que arrasaran la mansión hasta los mismos cimientos.

10 comentarios:

  1. Anónimo1:14 a. m.

    Esto me ha traido a la mente cuando, mi casita de la sierra, por un maldito rayo (también) y, sin poder hacer nada, se volvía cenizas, llevándose el fuego consigo 20 años de recuerdos.

    Tremendo...

    Un besito de buenos días aunque por mi ventana el sol, siga durmiendo.

    ResponderEliminar
  2. Anónimo1:31 p. m.

    Sigue pintado bien la historia, espero que los acontecimientos no sean tan trágicos como se vislumbran.
    Un beso, solete.

    ResponderEliminar
  3. Anónimo12:47 a. m.

    Hola!

    Paso fugazmente por aquí... No me ha dado tiempo ni a leer tu último texto, pero quería decirte que muchas gracias por tus comentarios ;)


    Un besazo

    ResponderEliminar
  4. Vale, ya me he puesto al día con las tres partes de un tirón. Y como siempre, no decepciona. Siga deleitándonos, por favor.
    Saludotes.

    ResponderEliminar
  5. Anónimo12:29 p. m.

    quizàs no quieras seguir escribiendo las memorias recuperando recuerdos olvidados ,a veces hacen daño ,otras nos traen una sonrisa pwro nuca se pueden recuperar ,la quema de la casa es significativa...Juanjo que se me va la olla ....jajajajaaj...como siempre el relato...genial.....un beso....ABRIL

    ResponderEliminar
  6. Anónimo10:01 p. m.

    Apagar fuegos, pero no los recuerdos... que es lo único que tenemos después para contarlos.
    Gracias por tus comentarios, aquí me tienes subida en el tercer peldaño del monte de tus recuerdos.
    Un saludo

    ResponderEliminar
  7. tienes un hermoso, hermoso lugar!

    ResponderEliminar
  8. Hola Juanjo,
    vengo rapidito sólo para decirte que debido a mil problemas he cambiado de casa, te he enlazado en la nueva.
    Por cierto como estamos en la misma ''comunidad de vecinos'' a lo mejor puedes echarme una mano con la decoración, jeje.
    Besos guapetón.

    ResponderEliminar
  9. Anónimo7:50 a. m.

    hooola juanjo nada más que saludarte, me sabe fatal, pq me encantaría leerte pero no me sobra tiempo, cuando pueda me leo todos tus relatitos del monte del olvido de un tirón.
    Besos
    Noelia

    ResponderEliminar
  10. Qué emoción... sigo con la otra entrega!
    Pobre hombre espero que no sea trágico el final.

    ResponderEliminar