13 septiembre 2006

El Monte del Olvido (IV)



Baje las escaleras corriendo y me dirigí a mi escritorio; allí se encontraban cuidadosamente almacenados todos mis recuerdos, agrupados en varios bloques compactos de aproximadamente el mismo tamaño. Todo el trabajo de mis últimos años se veía amenazado; sería pasto de las llamas si no hacía algo para evitarlo.

No quedaba tiempo para la reacción; tras un infructuoso intento de abarcar toda la información, decidí coger lo que pudiera y salir corriendo, pues las llamas estaban invadiendo ya la planta baja, un espeso humo negro empezaba a extenderse por todas partes, y el calor empezaba a ser insoportable.

Salí poco antes de que el edificio diera síntomas de su agotamiento, en forma de sonoros crujidos, que parecían lúgubres lamentos de reos desesperados a las puertas una muerte segura. Me detuve a contemplar el grandioso espectáculo de las llamas saliendo por todas las aberturas de la fachada, devorando poco a poco cada rincón de la casa, destruyendo su estructura hasta doblegar su estabilidad, como un gigante abatido por múltiples y minúsculas flechas.

Sin embargo, tampoco afuera estaba a salvo; el incendio se extendía por el jardín, formando una barrera infranqueable que cerraba el paso a mis espaldas, y avanzaba peligrosamente hacia el lugar donde me encontraba.

Busqué un camino para escapar, pero el tiempo se había encargado de borrar definitivamente aquellos que antiguamente exploré; tan sólo quedaba aquel que tan bien conocía, el sendero amplio y llano que conducía al Monte del Olvido. Me encontraba, pues, ante un dilema: escoger entre las llamas rápidas y purificadoras, o la larga agonía en un lugar hostil e impreciso.

El dolor físico me aterraba; así que me dispuse de nuevo a recorrer la conocida senda, cargado con todo lo que mis manos podían sostener, y con la resignación del que sabe inútiles sus últimos pasos.

Sin embargo, esta vez el ancho camino parecía no quere estrecharse; mantenía su limpio trazado en toda la extensión que la vista abarcaba, y ni siquiera se adivinaban las cumbres del conocido monte a lo lejos. El sonido del incendio, el estruendo de las ramas de los árboles cayendo y el rugido de la maleza en llamas se iba atenuando lentamente, viéndose sustituido por un sordo murmullo que crecía y crecía.

Pronto comprendí la razón; al final del trayecto se encontraba de nuevo el barquero, con su embarcación varada en las orillas del río turbulento. El Monte había desaparecido, a medida que mis olvidos habían sido reconvertidos a recuerdos, y plasmados en un papel; o quizá la mansión y el sendero eran en realidad el recinto del olvido, del que no existía escapatoria posible.

Caronte aguardaba en la misma postura que lo vi la primera vez: en silencio, con la capucha cubriendo sus ojos, el cuerpo encorvado sobre la barca, y la mano extendida solicitando el pago obligatorio por sus servicios.

Hurgué en mis bolsillos, y tan sólo encontré un duro, que entregué con desconfianza al barquero, pensando que sería pago insuficiente para sus esfuerzos; pero sorprendentemente, con un brusco ademán, me indicó que podía subir al vehículo de mi último viaje.

6 comentarios:

  1. Anónimo10:59 a. m.

    El monte del olvido, pienso que es el refugio de quien no quiere recordar, porque es una forma de protegerse del dolor. Qué mejor que quedarse con ellos en recuerdos para contarlos... como lo hace por ejemplo García Marquéz en Vivir para contarla.
    1OOOena
    Me gustan tus montes de recuerdos!

    ResponderEliminar
  2. Espero que se salven sus memorias, pobre hombre, qué penita me dá.
    ''un duro'' eso me ha encantado, cuánto tiempo sin oir esa palabra jeje.
    Oye el barquero no será la muerte, no? o sí y no me he enterado?

    Besos.

    ResponderEliminar
  3. Anónimo4:54 p. m.

    "Al pasar la barca, me dijo el barquero..."

    Caronte no me gusta nada. Siempre me ha dado mucho miedo...

    ResponderEliminar
  4. Anónimo11:42 p. m.

    Hola Juanjo!

    Perdona, hace mucho tiempo que no me pasaba por aquí. Tod ha sido por problemas externos a mi persona (olé que bien me ha quedado).

    Ahora en serio. La verdad es que he tenido bastantes problemillas con el ordenador, y ya el colmo fue el espacio de msn. Así que me cansé e hice las maletas de nuevo.

    Qué tal tú? Te agregué a mi nueva cuenta, así estamos más en contacto.


    Un beso

    ResponderEliminar
  5. Anónimo12:57 a. m.

    Los recuerdos siempre se salvarán del fuego, aunque se queme todo el papel que haya utilizado para plasmarlos. Caronte, el barquero, siniestro personaje.
    (El duro le parecería una fortuna, vamos, digo yo; piensa que en su momento cobraba un óbolo, jejeje).
    Un beso, guapo.

    ResponderEliminar
  6. A mi tampoco me sienta bien septiembre de ahí que de mi cabeza sólo salgan delirios varios como lo que escribí jeje.
    Besos para toda la familia!!!

    ResponderEliminar