09 octubre 2005

Ostracismo

El buscador de perlas era muy joven, tan sólo un niño. Necesitaba ese trabajo para vivir porque la mayoría de días no tenía ni un poco de pan que llevarse a la boca. Si tenía suerte y conseguía una perla tendría solucionado el problema de comer hoy.
Sin embargo no dejaba de ser un niño, más pendiente de jugar que de obtener mucho rendimiento de su trabajo. Hoy había sido un buen día. En su pequeña bolsa descansaban dos perlas. Se sentía contento, y aunque seguía buceando , ya sólo lo hacía por placer.
Por el placer de ver la luz del sol atravesar las aguas de color turquesa, vistiendo de colores muy vivos todo el arrecife de coral.
Se detenía a contemplar los rizos verdes de las algas cayendo sobre las complejas estructuras de color rojizo, agitándose con la corriente y el oleaje, como la larga melena de una muchacha frente a la brisa del mar. Le gustaba hacer estas extrañas comparaciones porque jugaba a convertir en personajes reales los animales y las cosas que veía.
Sería por deformación profesional, supongo, que vio una ostra enorme, solitaria, medio oculta en un rincón. Pero en vez de buscar una nueva perla con la que rematar el día, quiso hablar con ella.
- ¿Cómo estás?, le preguntó. Ya se que es un tópico, pero, ¿te aburres?.
- ¿Qué es aburrirse?, contestó la ostra.
- Pues lo contrario a divertirse, dijo el niño, aún a sabiendas de que no era totalmente cierto.
- Mal puede aburrirse entonces quien no se ha divertido nunca, replicó la ostra.
- Te lo preguntaré de otra forma. ¿No te cansas de hacer siempre lo mismo?.
- Tal vez me cansaría si hiciera todos los días lo mismo, pero no es así, afirmó la ostra. Estoy constantemente haciendo cosas. Me llega agua desde muchos sitios, de muy diferentes lugares, que me atraviesa todo el cuerpo, y luego devuelvo al mar.
- Pero eso ¿no es hacer siempre lo mismo?, preguntó el niño.
- No, ni mucho menos. El agua que me llega es diferente siempre a la anterior. Sabe y huele de distinto modo en cada instante. Sus nutientes son muy ricos y variados, y lo mejor de todo, es un excelente vehículo de información.
El mar me cuenta grandes historias de naufragios, de grandes batallas, de huracanes, y maremotos; otras pequeñas de felicidad cotidiana, de desamores, odios, desdicha... Y yo no entiendo nada, porque no tengo sentimientos. Si los tuviera tal vez experimentaría lo que es el amor, el odio, la diversión o el aburrimiento.

Muchos años después el niño se convirtió en un adulto, alcanzó una pequeña fortuna con el taller de joyas que creó para sacar mejor provecho de sus perlas. Viajó por muchos paises, y un día se encontraba en el desierto con un tuareg.
- ¿Te aburres?.
- No, el desierto está cambiando siempre, las piedras, la arena, todo cambia. El viento que azota mi cara también me proporciona mucha información valiosa. Me cuenta historias de batallas, de guerras, de felicidad, de amor, de odio ...

El hombre acarició una perla que siempre llevaba en su bolsillo derecho, la sujetó con sus dedos, la sacó y la situó frente al sol primero, y después al trasluz. A pesar de que la consideraba perfecta, pudo comprobar una gran cantidad de detalles que le habían pasado desapercibidos hasta la fecha, y comprendió que también la perla le podía proporcionar mucha información. La ostra y el tuareg tenían razón.

Hasta un cielo negro, sin estrellas y sin luna tiene gran cantidad de matices, si sabes apreciarlos.

1 comentario:

  1. Anónimo11:22 p. m.

    Ostracismo, quizás sea no querer reconocer que cada segundo el diferente al otro.

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