Por la mañana, el secuestrador pasa revista. Observa lo que queda en la bandeja y le palpa las nalgas y la barriga de forma grosera. Al principio lanzaba una imprecación o la insultaba. Se notaba su impaciencia. Pero últimamente se le escapa algún gruñido, que parece de satisfacción, y a ella le crece la angustia. Nuevamente se promete que no va a comer.
Las reservas de fiambre dentro del establo se van terminando. A este ritmo no tardarán más de un mes en agotarse. Eso es, como mucho, lo que le resta de vida, piensa la prisionera, si nadie hace nada por remediarlo. Y se empeña en agitar los barrotes y dar gritos de socorro a un opresivo silencio.
Últimamente el carnicero carga de calorías el menú. Se le nota, además, algo nervioso en la forma de depositar los alimentos por la rendija. Algunas mañanas, la chica se despierta con la figura del hombre observándola fijamente y le ha parecido descubrir, en su costado, el brillo gris del acero.
Tentando el suelo de la jaula, encuentra una pequeña vara. En su extremo, treinta y cuatro muescas. Si no le fallan las cuentas, lleva allí una regla completa y cinco días. Sólo una jornada menos de lo anotado en la madera. Al apreciar este hecho, el terror le paraliza las piernas.
Tarda mucho en reaccionar. Cuando lo hace, termina tumbándose en el suelo, estirándose lo que puede, como si quisiera abarcar todo el ancho de su prisión. Esa noche no atiende la voracidad de su estómago, sólo espera la llegada de su verdugo.
Poco antes del amanecer, éste se presenta y observa en silencio. Ella finge estar dormida y aguarda. Tras unos minutos, eternos, el hombre abre la puerta y se sitúa junto a su víctima. Saca el cuchillo del costado y lo eleva, recreándose en la suerte. Su dentadura brilla.
La puerta de la jaula se ha quedado abierta. Es la única oportunidad de huir. Así que, con las fuerzas que le quedan, la chica se escurre por la abertura y busca la salida exterior, que permanece cerrada. Sabe que necesita esos pocos segundos que lleva de ventaja para abrir la pesada hoja de madera. Pero antes de llegar, la puerta se abre por sí sola y su cuerpo choca contra un cuerpo duro de color azul.
Poco recordará de los instantes que suceden después, imágenes borrosas teñidas de añil, el olor ácido de su propio vómito, el sonido de su cuerpo al desplomarse, los gritos ajenos disolviéndose en los últimos estertores de la resistencia violenta.
Qué contraste con el despertar dulce, luminoso, en una cama de hospital, rodeada de blanco e higiene por todos los costados, si exceptuamos el flanco cubierto por los ojos marrones, cálidos, amistosos, de una enfermera mostrando una bandeja de comida, en la que el fiambre brilla por su ausencia.
FIN
-.-
Bueno, menos mal, al final se ha librado... Qué angustia...
ResponderEliminarUn saludo.
En un hospital y con esa pasadilla te la regalo Juanjo! :D
ResponderEliminarLa pròxima un ralto de amor? podrà ser? si? porfi!!!
Besos azules para vos! ;0)
jajajajaja
ResponderEliminartan mal tratamos???
jajajajajaja
besicos
Ahhh, la libertad, dudo que exista nada más valioso.
ResponderEliminar:-)
Ay, ¡¡Que angustia, por dios!! En mi vida me voy a fiar de un carnicero, ni de un hospital, ni de mi sombra...., de nada.
ResponderEliminarBesitos.
Joder! No sé si volveré a comer embutido! :D
ResponderEliminarYa puedo ver en la TV las declaraciones del representante de los cuerpos de seguridad del estado:
ResponderEliminarEl rescate se llevó a cabo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarOjalá todos los finales culminaran con el deleite incorruptible de la libertad.
ResponderEliminar¿A que fue a ponerse un globo gástrico de esos para no engordar?. Eso si da pesadillas.
ResponderEliminarUn abrazo
JUANJO,
ResponderEliminarhe leído tu otra jaula y esta, quiero que lo sepas, pero últimamente, se me ha complicado tanto mi blog, que no me queda tiempo a penas, para comentar, como a mi me gusta y por eso no lo he hecho.
Pero no te he olvidado, eres demasiado bueno escribiendo para hacerlo.
Un beso y feliz día.
me habría gustado saber un poco más del porqué en la jaula, quién, se han cogido a los culpables y ella ¿qué siente ahora? ¿podrá olvidar?... difícil olvidar tal pesadilla.
ResponderEliminarbiquiños,
Muchas mujeres llevan su embarazo como una verdadera pesadilla y en el quirófano la visión de los médicos pueden asemejarse a verdaderos carniceros.
ResponderEliminarUn último instante y los gritos del que llega o ha llegado apaga los suyos...
Después, todo vuelve o podrá ella volver a la normalidad, sin redondeces...
¿Qué la jaula era otra? Bueno, pues ésta existe...
Un beso.
Qué manera de pintar una situación angustiosa... y todavía no estoy muy seguro de haber salido de ella
ResponderEliminarHay comidas de hospitales que no es para menos :D De todas formas... ¡yo creía que iba a haber sangre!
ResponderEliminarAbrazos
Genial, niño, genial!
ResponderEliminarLa palabra fiambre en el final termina por revolverte el estómago del to.
Mu bien!
Bien JUANJO,
ResponderEliminarel otro día no tuve tiempo de contarte, que pocas cosas he leído tan angustiosas como la primera parte de tu relato, si es que uno se pone en la piel de esa pobre, y ya se encoge el estómago...
y al final, era todo una pesadilla, o el recuerdo borroso de una mezcla entre su pánico a la operación y su despertar, cómoda y feliz en una cama de hospital.
Lo dicho, genial, chico. ;-)
Muchos besos.
No se puede frivolizar con el relato. Es bueno, muy bueno.
ResponderEliminarDe nuevo cometo el error de leer después de comer... Ayyyyy!
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