04 diciembre 2011

Largo trayecto con luz decreciente


Entrar en un hospital siempre me produce una sensación de angustia difícil de evitar, incluso cuando yo no soy el paciente. Este edificio, viejo y reformado varias veces, agrava mi malestar, pues me recuerda cuando era una unidad de tuberculosos y tenía que rendir visita a algún pariente desahuciado. Sus paredes tienen el color de aquellos pulmones desgastados.

Las consultas externas de Demencias se encuentran en un primer sótano, al final de un pasillo interminable carente de ventanas. Mi madre hace todo el recorrido en silencio, como sabiendo que ese paseo es el resumen del resto de su vida: un trayecto largo con luz decreciente.

La enfermera nos mira por encima de las gafas, mientras hojea la lista de pacientes. Pronuncia mi nombre, mirándome sin apenas pestañear. Debe ser un error, le digo. Yo sólo he venido a acompañar a mi madre. Ella asiente con una sonrisa cómplice que me tranquiliza.

Durante la espera, llegan más enfermos. Todos vienen con acompañante, por parejas. Se quedan con la mirada ausente mucho tiempo mientras su compañía se entretiene con una revista o manejando el teléfono móvil. A mí me gusta observar esos extraños dibujos que crea la suciedad de las paredes.

Cuando se abre la puerta, la doctora nos recibe muy amable. Nos hace sentar y espera a que estemos bien acomodados. Mi madre permanece muy seria mientras esa señora me hace las típicas preguntas de cortesía: ¿Qué día es hoy? ¿En qué año estamos? ¿Cuántos hijos tienes? y frunce el ceño si mi respuesta no le gusta.

La pared de la consulta no está tan sucia, cuelgan de ella unos títulos muy bonitos y una orla. La doctora extiende las recetas sobre la mesa y otro papel, que debe ser para la próxima visita. Le explica a mi madre la dosis de cada medicina y ella lo guarda todo en su bolso.

Después me lleva a una casa, que debe ser la residencia donde está ella interna, y me hace la comida. Está llena de muebles cómodos, algo desgastados por el uso. Mientras espero con la tele puesta, me da una pastilla. Me quedo mirando las paredes, todas pintadas en color crema, cubiertas de cuadros pintados al óleo. Todos llevan mi nombre.

-.-

27 comentarios:

  1. ¡Bravo, Juanjo!... ¡Bravo!

    ResponderEliminar
  2. Me gusta mucho como construyes tus historias, despacito, sin estridencias.

    ResponderEliminar
  3. hay historias que no deberian quedar en el anonimato y las tuyas son un claro ejemplo. Cada vez están mejor. Esta es una de ellas.

    ResponderEliminar
  4. Tu das luz... en los colores de la habitación, y en este relato...

    Besicos

    ResponderEliminar
  5. ¿Sabes? No importa cuánto tiempo haya que esperar para que tu tiempo te permita escribir un relato. Siempre merece la pena, ya que es inevitable volver varias veces a releerlo por puro placer.

    Besitos.

    ResponderEliminar
  6. A mí tampoco me gustan los hospitales.

    Me gustaría ver alguno de los cuadros de la pared...

    Muy buen relato.

    Besos.

    ResponderEliminar
  7. Anónimo5:14 p. m.

    "Perder la cabeza" es algo que, a veces, me obsesiona, quizá, para el enfermo, no sea tan obsesivo y feliz acompañe a la mamá siempre al médico y después a la residencia fea en dónde vive la madre...
    Mientras él se seguirá poniendo las gafas en su sitio....
    Un beso

    ResponderEliminar
  8. A los seres extremadamente sensibles los encerramos... por cierto, qué diablos haces tú ahí fuera? ; )

    Un b e s o

    ResponderEliminar
  9. Fantástico Juanjo... Después de más de un año sin bloguear, ha sigo twitter quien me ha revolucionado mis musas.
    Abrazos amigo.

    ResponderEliminar
  10. juanjo
    tiempo sin pasar
    estaría tomando mis propias pastillas?

    excelente relato!!
    breve, cargado de simpleza y sucesión que lleva al lector sin saberlo a el desenlace inesperado

    un gusto llerte
    cariños de argentina

    ResponderEliminar
  11. He tenido la sensación de perderme al llegar al final de tu relato. Pero supongo que eso mismo le está pasando al protagonista, con la diferencia, nada desdeñable, de que a él le está sucediendo al final de su vida.
    Excelente relato.
    Abrazos.
    :-)

    ResponderEliminar
  12. Raúl. Gracias... (y más el viernes)

    Lo Siento. Y tan despacito. Tres semanas sin publicar... :(

    Elena. Gracias. Me temo que hemos desarrollado demasiada insensibilidad hacia todo lo que no nos afecta directamente.

    Belén. Es uno de los comentarios más cariñosos que me has dejado nunca. Y ya van unos años leyéndonos. Besicos.

    Campoazul. Gracias por tu fidelidad. La verdad es que no la merezco.

    Sonia. Gracias. Los cuadros tienen poco valor artístico. Obras de una aprendiz que ya no llegará nunca a maestra.

    Camy. Sufren mucho. Cuando se dan cuenta, no se resignan a verse así. Pero, en sus momentos de inconsciencia, no sabemos muy bien qué pasa. Muchas gracias por tu cariñoso comentario.

    Sandra. Todos, de alguna forma u otra, estamos encerrados entre cuatro paredes más o menos visibles. ¿Tú, no? Un beso.

    Juanma. Te sigo en Twitter también y estás en muy buena forma. A mí, de momento, no me engancha. A saber por dónde andan mis musas. Un abrazo.

    Mabel. Mucho tiempo sin leernos, es cierto. Sin duda nos tiene secuestrados la vida. Y yo, por lo menos, ignoro cuánto vale el rescate.

    Food&Drugs. Ese era uno de mis temores, que os perdierais entre tantas paredes.

    Muchas gracias a todos por vuestros comentarios.

    ResponderEliminar
  13. Qué mal rollo.
    (Muy bien escrito ...y qué asquerosito el cogotillo de la foto)

    ResponderEliminar
  14. Increible la calidad de este texto. Me ha encantado, por su forma, por su fondo, por lo que me ha inquietado, por su final inesperado, por su suavidad.

    Un beso grande-grande,

    ResponderEliminar
  15. Nuestras demencias son de todos los nuestros.

    ResponderEliminar
  16. ¡Joder, qué bueno! El título ya de por sí es espectacular, y la narración de la cara que pone la madre cuando él pensaba que había ido a acompañarla, de levantarse y aplaudir. Muy bueno, sí señor

    ResponderEliminar
  17. ¡Joder!

    Casi nunca digo tacos pero es que
    hoy se me ha puesto un nudo en el estómago que requiere un "joder" en toda regla.

    ¡Esas consultas son tan horribles!, y hace que recuerde algunas experiencias que no quiero, así que no escribiré más, perdóname.

    un relato estupendo.

    biquiños,

    ResponderEliminar
  18. Me da pena,
    es como caer en el vacío
    del olvido,
    tus relatos llenan la mente
    de preguntas,
    un a brazo

    ResponderEliminar
  19. Tesa. Malo, malísimo el rollo, pero es lo que hay.

    Flower. Gracias. Todo es ficción. No sabemos qué pasa realmente al otro lado.

    Alma. Y que lo digas.

    Miguel. El relato no está tan bien escrito como decís. Hay un matiz que no he sabido trasladaros. La madre, realmente, es su acompañante. Sólo que él se confunde. Es mucho imaginar, ¿no?

    Aldabra. A veces me arrepiento de los efectos secundarios de lo que escribo. Siento haberte despertado malos recuerdos.

    MTeresa. Mis relatos, a veces, quieren ser preguntas. No éste especialmente.

    Muchas gracias por vuestros comentarios.

    ResponderEliminar
  20. Comentario prosaico donde los haya el mío, lo sé. Pero muy en consonancia con lo que has escrito.

    En mi "empresa" si presentas problemas psicológicos te dan de baja con cierta facilidad por el riesgo que conlleva tenerte en la calle.

    ¿Te quieres creer que los que verdaderamente presentan trastornos gravísimos, no una depresión o estrés post traumático, sino de esos males que alteran la percepción de la realidad tienen manía persecutoria y son ellos los que se ven sanos?

    Es dificilísimo hacerles entender que ya no trabajarán más. Mientras otros...andan imitando amagos "de loco".

    El mundo al revés.

    ResponderEliminar
  21. Impresionante recorrido, magníficamente descrito en la voz de quien está a punto de perderla... Creo que has logrado muy bien el efecto de ese distanciamiento que debe afectar a estas personas, ese sentirse ajeno a lo que le ocurre a sí mismo, atribuir los errores a otros. Te creces, juanjo. Un abrazo muy fuerte.

    ResponderEliminar
  22. Un relato sencillamente magistral,amigo.Me has hecho recordar el asunto del hospital,sobre todo cuando no somos nosotros los pacientes.Entras y todo es aséptico,blanco y pasillos laberínticos.Cuando entramos en ellos la sensación que se tiene es de muerte,es decir,lo que viene tras la muerte convencional,como nos han enseñado en la películas.Parece como si hubieras traspasado el túnel para llegar aquí.

    Un fuerte abrazo,amigo.

    ResponderEliminar
  23. Chicooooooooo, cuelga post!!

    Muaaaaaaaaa,

    ResponderEliminar
  24. ... que ya se le ve pelo al calvo!!!

    Otro mua,

    ResponderEliminar
  25. Anónimo11:43 a. m.

    Juanjo, vaya pirueta te has marcado!!!

    He flipado, de verdad.

    Qué horrorosa la locura del que no se sabe loco; o quizás no, quizás sea mejor así, pero ¿cómo saber entonces si se está cuerdo?

    Un besazo,

    ResponderEliminar
  26. FELIZ NAVIDAD
    disfruta estos días
    en compañía de tu sseres queridos

    ResponderEliminar